El comisario Ricciardi: más que un clásico policial italiano

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El comisario Ricciardi: más que un clásico policial italiano

08 Octubre 2022

Desde la aparición del streaming, el acceso y la posibilidad para ver distintos tipos de producciones— ya sea a través de servicios oficiales o no tanto— parece ser inagotable. Claro que semejante oferta lleva a tener que elegir y no siempre sabemos qué y dónde buscar. Por eso, no pocas veces, nos refugiamos en los canales del cable a pesar de nuestros resabidos “siempre dan las mismas pelis”, “a esta serie ya la vi como 15 veces” o “700 canales y nada para ver”, porque de vez en cuando aparece esa joyita que rompe con nuestras quejas y le da sentido a esa búsqueda acotada, a tal punto de creer que “la encontramos”. Il commissario Ricciardi (El comisario Ricciardi, en español), serie estrenada por la RAI en 2021 y que este año se puede ver en Europa Europa con subtítulos en castellano, podríamos contarla entre estas últimas.

Italia se ha destacado históricamente por ofrecer muy buenos policiales, ya sea en su versión audiovisual como escrita. Alcanza sólo como ejemplo El comisario Montalbano, protagonizada por Luca Zingaretti y que se basa en las novelas de Andrea Camilleri, quien le puso ese nombre a su “detective” en homenaje a Manuel Vázquez Montalbán, el creador de Pepe Carvalho. Sólo en el tándem libro/serie podemos encontrar similitud de El comisario Ricciardi— cuyo guión sigue las novelas homónimas escritas por Maurizio de Giovanni— con este otro clásico. Si Montalbano muestra la dureza que parece eternizarse en la isla de Sicilia, con todos los condimentos que nos depara el policial negro, la construcción de la historia del comisario jefe de la brigada móvil protagonizado por Lino Guanciale tiene una construcción más fina, más delicada, que busca escapar de lo lineal.

En una Nápoles de la década del 30 del siglo pasado, en plena consagración del fascismo de la mano de Mussolini y la reverberación de un paisaje lleno de camisas negras, se nos presenta la figura de un comisario que tiene dos rasgos particulares, ambos heredados de su madre: un título nobiliario y la posibilidad de ver los fantasmas de las personas que murieron violentamente, quienes suelen hacerle un reclamo a través de su último pensamiento. Este “poder” lo lleva a dedicarse a resolver los crímenes más difíciles. Pero lo esotérico termina ahí, en una señal, mensaje de advertencia. El resto tiene los pies plantados en un terreno mucho más real, en donde debe lidiar no sólo con la resolución de los asesinatos, sino con las intrigas, los manejos políticos de la época y los apuros de sus superiores para que los resultados no empañen la moral de las buenas familias y evitar recibir reclamos “de arriba”.

Varias tramas se plantean en el guión, que sigue con la mayor fidelidad posible la que plantean los libros. Una que se abre y se cierra con cada episodio, con el desarrollo, investigación y resolución del homicidio, y otra que es un delicado castillo de naipes creciendo capítulo a capítulo, alimentado por la vida amorosa de nuestro comisario y las historias— que mal podríamos llamar secundarias— de aquellos que lo acompañan en sus aventuras: el brigadier Maione (Antonio Milo) y el doctor Modo (Enrico Ianello). Si bien Ricciardi intenta cerrar las puertas al amor, un juego de ventanas abiertas, de gestos y miradas desde lejos, lo arriman a uno platónico— por lo menos por ahora— con su vecina Enrica Colombo (María Vera Ratti) que choca con la aparición arrolladora de Livia Lucani (Serena Iansiti), decidida a atrapar la atención del protagonista.

La historia del brigadier Raffaele Maione no es menor dentro de este entramado. Con un hijo policía asesinado en el cumplimiento del deber, todos los días va averiguando cómo se sigue respirando y qué queda después de semejante golpe de aquello que lo une con Lucía (Fabrizia Sacchi), su esposa. El doctor Modo aporta lo suyo, con su lengua imprudente y su vozarrón indisimulable para los oídos atentos de los camisas negras. Y ese rulo desalineado en la frente de Ricciardi, en un rostro casi inmutable, es como un nexo entre todo: entre el presente casi solitario y el pasado de madre enferma, del cual la anciana niñera Rosa (Nunzia Schiano) es lo único que queda, que le recuerda tener blasón— algo que desprecia y rechaza—, cuida de su casa y se convierte en el puente de acceso que nos permite adentrarnos en los misterios de la vida privada de nuestro comisario. 

Un rulo nexo entre su particular sentido de justicia y ese mundo de fantasía que parece nacer desde la ventana de su habitación que da a la casa de su vecina, creciendo casi impoluto, mientras el mundo cotidiano comienza a desmoronarse ante los avances del fascismo. Del cual, su pertenencia nobiliaria, parece ser lo único que detiene el momento en que la ola se lleve puesta su lugar de detective, aún cuando sus decisiones suelen incomodar constantemente a su superior, Angelo Garzo (Mario Pirello).

Además del exquisito guión y de las altas actuaciones, la serie luce una magnífica reconstrucción de la antigua Taranto y la ciudad de Nápoles propiamente dicha, con infinidades de detalles— sorprende la cantidad de autos de época ¿Habrá acaso un juego de montajes sobre imágenes antiguas?—, escenarios y vestuarios refinados. 

Il commissario Ricciardi es de esos trabajos que justifican seguir pagando el cable, y si bien el último capítulo parecía señalar un cierre, el 23 de mayo arrancó el rodaje de la segunda temporada luego de que la RAI tuviera una media de seis millones de espectadores en la primera. Serán seis nuevos episodios basados en las novelas de De Giovanni y que tendrán como escenario los mismos lugares: Taranto (Palazzo De Bellis, Palazzo Carducci y Palazzo Troilo), Massafra y finalmente Nápoles.

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