Resistencia en los Alpes

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Resistencia en los Alpes

05 Abril 2021

Por Sergio Ferrari, desde Berna, Suiza

Un centenar de policías a lo RoboCop, armados hasta los dientes, provistos de topadoras, unidades móviles con escaleras mecánicas y un significativo apoyo logístico, se despliegan en el trasfondo idílico de los pre Alpes del Cantón de Vaud a escasos kilómetros de Lausana, la capital del mismo.

Es el mediodía del 30 de marzo. No se trata de una práctica de la tropa. Avanzan, con megáfono en mano, pidiendo la rendición enemiga, para reconquistar la colina de Mormont, de algo más de 600 metros, estratégico punto geográfico divisorio de las vertientes de los ríos Ron y Rin.

Lanzan la orden de asalto y el paisaje de postal se transforma en un ambiente surrealista, más cerca de un conflicto bélico que al de una mañana primaveral helvética. Enrarecido por gases lacrimógenos, balas de caucho, así como por las piedras y fuegos artificiales de la resistencia no violenta del centenar de jóvenes ambientalistas posicionados en ese lugar desde el pasado 17 de octubre. Ese día, casi seis meses atrás, habían instalado en la Colina de Mormont una ZAD (Zona a Defender), la primera de la historia suiza, fórmula ya utilizada desde años por ambientalistas de Francia y Alemania para oponerse a megaproyectos invasivos.

Las autoridades políticas del Cantón de Vaud habían comunicado días antes la orden de desalojar la colina antes de fin de marzo cumpliendo así una disposición jurídica. Paradójico: la ministra de seguridad que ordenó la ejecución del desalojo es una histórica militante verde elegida en el Gobierno cantonal. Sectores de izquierda hoy piden su cabeza.

Resistencia activa

Poco valió para impedir el desalojo la movilización ciudadana, incluso en las calles, de las últimas semanas, en apoyo a los ambientalistas. Ni la solidaridad activa de personalidades de primer nivel mundial. Como el Premio Nobel de Química, Jean Dubochet, suizo residente en los alrededores, aceptado como mediador en el conflicto y presente en el lugar de los hechos, al igual que Jean-Pierre Restellini, quien fuera presidente de la oficial Comisión Nacional contra la Tortura. Tampoco parece importarle al operativo policial la simpatía creciente que los jóvenes ganaron en la opinión pública en este casi medio año de ocupación. Sobre todo, a partir que la ciudadanía observara que los ocupantes soportaron el rigor del invierno alpino en carpas de campaña, cabañitas improvisadas y garitas de protección instaladas en las copas de los árboles. Todo, por salvar el clima.

A muy pocos metros de la ZAD, en medio de ese ambiente natural casi mágico, la transnacional helvética Holcim explota desde 1953 las reservas de la colina, destripa el paisaje idílico con una cementera a cielo abierto y está pronta a dar un nuevo paso para extender su actividad extractiva gracias a un veredicto jurídico que la habilita para ello. Según el semanal WOZ produce anualmente en este sitio 800 mil toneladas de cemento lo que implica una emisión de 400 mil toneladas de CO2.

LafargeHolcim es una de las transnacionales más poderosas en el mundo en el sector de la construcción, con sede en el cantón suizo de Zoug, y con ingresos varias veces multimillonarios. Tiene filiales o presencia activa en más de 70 países. E intenta introducir en su léxico definiciones sospechosas como la del “medioambiente construido de forma durable” o el “clima responsable”.

Sin embargo, el hormigón, tal como reprochan los jóvenes ambientalistas de la Colina de Mormont, es el responsable de entre 7 y 8% de las emisiones mundiales de CO2. Entre los materiales, solo el carbón, el petróleo y el gas tienen un mayor impacto de efecto invernadero. Además, su elaboración exige un 10% del total planetario del agua para uso industrial.

En particular, el cemento es un componente de impacto devastador con una impronta de carbono muy alta. Para producirlo devora energía, ya que la materia prima es calentada a cerca de 1450 grados. Además, el CO2 ligado a la descarbonización calcárea, su principal materia prima, es responsable de cerca del 60% de las emisiones totales en el sector de la construcción.

Dos de y las y los resistentes ambientalistas –entre ellos, una joven- continuaron su ocupación tres días después del desalojo policial, parapetados en las copas de árboles a más de 20 metros de altura donde se habían instalado, atadas y atados con cuerdas de seguridad.

Las y los jóvenes bajo desalojo –entre quienes al menos 62 fueron fichados, con riesgo de procesos jurídicos futuros- lograron poner el dedo en una llaga de dos capas. Denunciar la destrucción de esta región del Cantón de Vaud y, especialmente, cuestionar ante la opinión pública la actual civilización del hormigón y del cemento, en intensa expansión cotidiana y sin retroceso en cuanto a su impacto contaminante.

Especulación financiera anti clima

Casi por pura casualidad, un día después del desalojo de Mormont, un informe internacional revelaba que Suiza se sitúa en el “último lugar entre sus vecinos europeos” en cuanto a los esfuerzos por reducir sus inversiones en sectores menos agresivos contra el clima.

A partir de las actividades del Banco Nacional Suizo (BNS) y de la Autoridad Federal de Supervisión del Mercado Financiero (FINMA, en alemán) recibió en la clasificación una nota de apenas 24 puntos sobre 130.

Ese nuevo estudio, “The Green Central Banking Scorecard” (Tabla de posiciones de los bancos centrales según su preocupación medioambiental), elaborado por la organización no gubernamental Positive Money, analiza y compara la actuación en materia de protección del clima de los bancos centrales del Grupo de los 20 (G20), es decir de las naciones más enriquecidas del planeta. Aunque formalmente Suiza no hace parte del G20, Positive Money la incluye en su informe comparativo divulgado el último miércoles de marzo.

David Barmes, economista de Positive Money y autor principal del estudio, afirma: la crisis de 2008 demostró que los mercados financieros no pueden autorregularse ante el riesgo sistémico. Pero ante el fracaso para resolver la crisis climática, estamos repitiendo estos mismos errores a una escala aún mayor.

La crisis climática mundial está cada día está más presente en la vida cotidiana, en la política partidaria e institucional y en la reflexión crítica ciudadana. Si hasta hace algunos años se trataba de un debate minoritario y exclusivo a los sectores ambientalistas, hoy el clima desborda ya todo el paisaje mundial, llegando incluso hasta Mormont. Allí mismo donde una centena de resistentes climáticos decidieron, al final, desalojar una colina, mientras que piensan ya en la próxima montaña…

*Una versión de esta nota fue publicada en la edición del domingo 4 de abril de 2021 de El Cohete a la Luna. Es reproducida por AGENCIA PACO URONDO en el marco de un acuerdo editorial.