Un cuerpo, un plan, una casa: la nueva novela de Claudia Sobico

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    Claudia Sobico
NOVEDAD

Un cuerpo, un plan, una casa: la nueva novela de Claudia Sobico

24 Julio 2025

Toda narración, diría, comienza con un plan. “No quiero que sepa que mi plan es su casa”, dice la narradora casi sobre el arranque de Tiene memoria un cuerpo, de Claudia Sobico (Salta el pez, 2025). Y, así, el plan que se declara queda negado desde el inicio.

Es que quizás sea otro el plan: uno que no se programa, que es imposible de organizar, uno que ocurre a pesar de los personajes de esta novela permeable, porosa, honda. Una novela que nos deja entrar, que desde las palabras, desde la sintaxis entrecortada, encabalgada, nos hace un lugar y nos llama a ocuparlo.

El proyecto de la narradora es, entonces, mucho más inasible que una casa: “Proyecto la imagen que se me antoja y veo”, dirá más tarde. La imagen y el cuerpo. O mejor, la imagen del cuerpo, de los cuerpos que se cruzan, que se buscan, que se esperan. También, la de los cuerpos como mucho más que materia orgánica, como mucho más que sinapsis y cinco sentidos. El cuerpo como vehículo de todo lo demás.

En Tiene memoria un cuerpo, los cuerpos plantean, justamente, proyectos, trabajos incluso: el bello trabajo que implica el sexo como camino, como recorrido, como tangente que, de algún modo, acompaña y da sentido al resto de la vida. Pienso en Bataille, claro: la experiencia sexual como el momento en donde la discontinuidad se vuelve por un momento continua, cuando rozamos y entrevemos aquella verdad que nunca podremos ver del todo mientras estemos de este lado de las cosas.

Uno de los personajes de la novela, el Polaco, lo dice mucho mejor: “El sexo es el juego de los adultos”. Lo dice también la narradora, casi citando a Benjamin por su parte, y ya no habla sólo de sexo, sino de todo momento que rompa el curso habitual del tiempo: “La experiencia: un acontecimiento que se vive y del que se aprende”.

Toda narración, diría, tiene un plan. Pero también un desvío. O varios. Como contraparte de los cuerpos que desean todo de ellos mismos, incluso aquello que no son y no pueden ser, en la novela de Sobico el cuerpo también aparece como terrero de negrura, como terreno en donde los días van a apagarse: mi madre, apunta la narradora, “vivía períodos de entumecimiento de su vitalidad”.

El cuerpo aparece, también, como embudo amplio, sendero para que deje de ser solamente propio. “Un hijo quiero”, le dice Lala, la chica de la frazada, a la narradora, y a partir de ese momento todo rotará sobre su eje.

Claudia Sobico es autora además de Tiene memoria un cuerpo, de la novela La Grafa (Editorial Alto Pogo) y el poemario Venus en Acuario (Editorial Kintsugi). Creó y realizó Insurrecta, lectura performática y coral de poesía. Es profesora en el Departamento de Lenguas Modernas, FFyL, UBA. Se graduó de la Maestría en Escritura Creativa de la Untref. Da talleres de lectura de poesía y narrativa en inglés y en español. Actualmente colabora con Revista Ruda.

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Tapa tiene memoria un cuerpo

Tiene memoria un cuerpo postula varios hilos narrativos que, con la premisa de una escritura poética detenida, espiralada, van extendiéndose de a poco y nos van marcando un rumbo laxo y a la vez preciso.

Una madre que la narradora evoca de tanto en tanto, casi como leitmotiv, sí, pero también una lista de asuntos pendientes que aparece a lo largo de las páginas. Si la primera tiende un puente hacia el pasado, la segunda tiende uno hacia el futuro, hacia el proyecto final, último, que al tiempo que cierra la novela excluye a la narradora. Un proyecto que, justamente, asume la forma del nexo, la forma del puente.

En el medio, ocurre la batalla entre la razón y el deseo, entre la mente y lo que no puede gobernar: “No entiendo por qué saber es el afán”, dice la narradora. Y también: “Yo envidio la fibra de su cuerpo y ese permiso continuo a la felicidad.” Y más aún: “No tengo palabras para decirle. Tengo un cuerpo.”

Pero por sobre todas las cosas, en el medio ocurre la escritura de Claudia Sobico, una narrativa casi aspirada, implícita, en donde el lenguaje, el goteo lento y bello de las palabras tras las palabras, recorre la delgada línea roja entre poesía y prosa, entre el verso y la oración, sin la necesidad de decidirse nunca. Los brazos del lenguaje, sus piernas. La nuca, la boca, la lengua del lenguaje. Es eso lo que leeremos en Tiene memoria un cuerpo.