Beatriz Arias, la poeta que escribía en la vigilia

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    Beatriz Arias
RESCATE

Beatriz Arias, la poeta que escribía en la vigilia

29 Junio 2025

¿Por qué escribe un poeta? En primera instancia, podríamos pensar en algunas cuestiones despojadas de pretensión como el simple y eterno acto de creación que conlleva la escritura cuando se hace en silencio, en soledad, en el desenvolvimiento; o tal vez, la búsqueda de concretar una obra como acto de futuro. Desde ese lugar, podemos pensar la escritura descartando algunos ángulos. Sin embargo, cuando hablamos de publicación como el acto de hacer pública la instancia de escritura, estamos hablando de una necesidad más mundana, pero a la vez, también, más áurea.

Beatriz Arias nació en el barrio porteño de Almagro. Fue docente de Lengua y Literatura y de Francés. Condujo junto a Daniel Arias el programa radial El Círculo, así como también algunos ciclos poéticos. Fue merecedora de algunos premios como el de la Fundación Argentina Para la Poesía (2006) y ha publicado algunos libros de poesía. Sin embargo, el que hoy nos convoca es Una niña tenue, un libro que ella no llegó a ver.

Resulta más que llamativo, entonces, aún más en estos tiempos donde todo se calcula, que la poeta no haya visto la materialidad de su obra. Principalmente, entendiendo la potencia que rodea al título. Un libro en el que se escabullen poderosos significados que la autora reconstruye en el tránsito de la noche hacía el día. Porque, claro, este parece un libro escrito en la noche, en la vigilia, en la inquietante espera de la luz matinal.

El poeta Alfredo Luna sostiene en la contratapa que “El conjunto, construido con delicadeza sombría como si las metáforas le fueran dictadas por la noche, testimonia una voz poética con que refleja la honda soledad del mundo, la suya y la conciencia cabal de los estragos del tiempo”.

De alguna manera, la clave poética de lectura a la que nos invita Luna se constata en los primeros versos de este libro: Y ver caer las hojas tristes/ caer de los brazos de los árboles. ¿Qué veremos caer en este libro? ¿Hasta dónde llevará la poeta su estética? ¿Hasta qué consecuencias? Algo de eso ronda la historia de nuestra autora, pero también su trabajo con la palabra.

Desde ese lugar, cabe preguntarse qué hay en este libro que Beatriz nos dejó como parte de su más íntimo recorrido, pero que no tuvo la suerte de ver. De alguna manera, hay, en ese tránsito, la idea de que uno publica para dar luz sobre lo oscuro, de que uno publica para soltar sobre los otros el manto de la noche, la levedad o lo terrible que habita en las palabras.

Se puede pensar que la propia autora entabló con su obra una profunda lírica sin lugar para el titubeo. Lo que no estaba revelado, entonces, se revela, se abre a la posibilidad del lenguaje. El “yo” poético de este libro desafía los límites de su máscara y expresa: A veces me duelen las palabras,/ los gestos y hasta los silencios./ Es la mañana/ con su galope de oro/ que me protege (...).

En ocasiones, me gusta pensar en la poesía como aquel hecho del lenguaje que surge desde lo que -no sé- para terminar en algo que -no conozco-. En ese sentido, lo que protege a Arias es la inocencia de lo que nombra sin pretensión de domesticar. Algo de aquello mencionaba Leminski: “el pensamiento que abastece una experiencia creativa, debe ser pensamiento salvaje”. En ese orden de cosas, nuestra autora, en constantes ocasiones nos encomienda un camino con el que pareciera no poder convivir armónicamente: allí la “delicadeza sombría” de la que nos habló Alfredo Luna.

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Tapa una niña tenue

Se puede decir de Beatriz Arias que es una poeta de lo salvaje, no en relación con las significaciones con que carga el discurso histórico, sino en relación con la naturaleza humana, salvaje como un deíctico de -afuera-. No hay en ella la represión del tabú, sino más bien la búsqueda de la máxima iluminación del mundo, la búsqueda de una verdad por momentos excesiva y cambiante, pendular y pesada.

Retomando el corpus de poemas que integran Una niña tenue, es preciso destacar, además, que están atravesados por dos máximas. Si bien son retomadas desde el ensayo de Reginald Shepherd titulado Notas sobre la Belleza, la primera responde a la autoría de Rainer María Rilke y la segunda a la de Francis Bacon. En primera instancia, la idea de que “la belleza es el comienzo de un horror que apenas seremos capaces de soportar”; la segunda es la idea de que “No hay belleza que no tenga una porción de rareza”.

Desde este lugar, nos parece más que fundamental destacar el rol del “yo” poético en la concreción de bellezas que se transfieren desde la experiencia hacia el lenguaje. No sólo como un infans (lo haría), sino como una suerte de deidad capaz de crear y destruir. Porque lo que ocurrió con el cuerpo, o con la conciencia, sólo puede transferirse a la escritura a través de la creación de una nueva entidad: la poesía (en este caso). Así se expresa en el siguiente pasaje en el cual la poeta se reconoce con la capacidad de incidir incluso en Dios. Lo que leerán no es una plegaria, es una sugerencia: (...) Dios/ acaso me perdones,/ solo soy una mujer/ que habla.

A lo largo del libro, vemos cómo se entrecruzan estas nociones. Lo bello no se constata en relación con lo “lindo”, sino en relación con lo terrible, con lo hondo, lo oscuro y con un sinfín de recursos estilísticos en los que el lector se detiene por un llamado formal profundamente vinculado a la belleza mundana (y metafísica) que lo envuelve ni bien pasa el umbral de los primeros versos: “Otra vez el juego a morirse/ me vuelve las manos inmóviles, desiertas,/ en cambio/ todo lo que nace lo celebro”.

Hay una paradoja que late a lo largo de la obra: la espera de lo que no se puede resistir, de lo que el mismo cuerpo sería absolutamente incapaz de soportar. El “yo” poético pareciera deambular por las noches en busca de algo que, cuando llegue la luz del día, se desvanecerá por completo, borrando las huellas no sólo de la noche, sino incluso de la conciencia que el “yo” poético creyó conseguir en su vigilia: “(...) esta noche de grillos y de pájaros/ me anuncian/ la orilla de la madrugada (...)” o, por otro lado: “Hija de la noche/ vuelve a las orillas/ de la hora que se abisma/ y búscate/ en la líquida mañana (...).

Podríamos decir que este es un libro del derrumbe. Un libro donde todo es susceptible de caer, un libro donde todo está a punto de caerse. Hablamos, entonces, de la casa, de la noche, de la mañana o del viento. Hablamos incluso de los sonidos. Todo pareciera estar subordinado a la capacidad del “yo” para crear y destruir. No hay una destrucción como fin, sino, tal vez, la sola idea de desarmar una entidad o cosa para volver a armarla y así, tal vez, aprehender algo de aquello que, estando lejos, muerto o pausado, traiga luz de nuevo a casa.

Es por eso que debemos ser precisos y meticulosos: destruir, pero como encender una luz. Tal vez, algo de eso ocurre en este libro. Como si la poeta recorriera los cuartos de una casa, encendiendo las luces y viendo en ellas, cada vez, algo nuevo. En ese sentido, la alegría y la tristeza son parte de un mismo campo semántico. Sin embargo, el acto de iluminar promete significados que actualmente, en este mundo, faltan: “todo vuelve a comenzar cuando tocamos los límites (...) mientras tanto despierta el oro del sol/ y se precipita/ contra la rigidez de la luna”

Podríamos decir que este es un libro del derrumbe.

Finalmente, estamos ante la obra de una poeta que ha sabido separarse de lo elemental, que ha sabido hurgar en la palabra con el propio cuerpo. Es imposible leer este libro sin estar sentado en la mesa, junto al velador, viendo a Beatriz Arias escribir estos poemas, en la noche, en la más profunda noche, mientras aguarda, simple, que llegue el día para descansar. Leer este libro es un acto de resistencia frente a la superficialidad del mundo. Leer este libro es recordar lo que puede hacerle una mujer a las palabras en la profundidad de la noche.

 

Beatriz Arias es una de las grandes poetas que nos regaló nuestro tiempo; será más tarde o más temprano, pero ocupará un lugar privilegiado entre aquellos poetas que dejaron un legado. Tal vez, ella no haya visto su obra materializada, pero la lanzó a la historia de la poesía. Allí, donde la recibimos.

 

Dos poemas del libro Una niña tenue

 

Tiempo, que me gritas la lejanía

de la noche turbia.
Tiempo, que me alcanzas para besar
la aurora después de los insomnios.
Entonces se desploma el alba
y la niñez me dibuja
un arco iris, una hora novicia.
Tiempo, se me desgarra la mañana
y el día nuevo.

Algunos inventan su vida
alrededor y dentro de sus propias casas.
Dicen conocer el fuego y se aplastan en sus hogueras,
a veces caminan con los juguetes de sus hijos
para recuperar retazos de la infancia.
En el sitio donde se quedaron esperando
sus madres solitarias,
todo vuelve a comenzar cuando tocamos los límites,
todo vuelve a respirar cuando pensamos en el final
de los naufragios.
Mientras tanto despierta el oro del sol
y se precipita
contra la rigidez de la luna