María Victoria Vázquez: "Me gustan los personajes con defectos, con faltas. Detesto a los perfectos"

  • Imagen

María Victoria Vázquez: "Me gustan los personajes con defectos, con faltas. Detesto a los perfectos"

31 Octubre 2021

Por Hernán Casabella

Nací a dos cuadras de las vías del tren, me crié a tres, y ahora vivo, de nuevo a dos, pero cerca de otra estación. Escribo ficciones desde que aprendí a escribir las letras, aunque publiqué de grande, porque la escritura también actúa de forma misteriosa.

Me fascina el cine, cantar y sacar fotos, aunque sea amateur en todo eso.

Soy profesora de inglés, estudié Comunicación, tengo publicados dos libros con la editorial Textos Intrusos, Frío (2016) y Salamandra (2019). También participé de una antología de cuentos, Trenes, de Ediciones El Narratorio (2020) y del Diccionario de poesía de Textos Intrusos. También colaboro con publicaciones digitales como las revistas MiNatura, Ragnarök, El Narratorio y tengo mi propio blog “Comocontintachina”.

AGENCIA PACO URONDO: ¿Cuál fue el primer libro que leíste completo y sin obligación de hacerlo?

María Victoria Vázquez: Honestamente, no recuerdo un título. Leo desde muy chica y no sabría exactamente cuál fue el primero. Ya a los siete años le gastaba mucha plata a mi mamá en libros cuando nos íbamos de vacaciones a Gesell. Parábamos siempre en el mismo lugar y yo solía leer en un sofá que hay al lado de una ventana, en el living. Cuando pienso un lugar ideal de lectura, es ese. Luz natural, poco ruido, el viento fresco, el aroma de la arena y los pinos. Los libros eran en general de la colección roja o azul de Billiken, algunos de la Robin Hood, y otros con ilustraciones. Más tarde, los de “Elige tu propia aventura”. Me fascinan los libros para chicos, incluso hoy.

APU: ¿Los libros se leen hasta el final o se abandonan? (Si abandonaste alguno, ¿cuál fue y cuál es la anécdota que valga la pena?)

M.V.V.: Se pueden abandonar, por supuesto, casi diría que es saludable hacerlo cuando la lectura no da para más. Abandoné uno por exceso de diminutivos, quizás suene tonto, pero me resultaba irritante. En un caso opuesto, me obligué a leer hasta el final un libro muy recomendado pero que ya en la mitad se hacía insoportable. Le quise dar la chance de cambiar de rumbo, no lo hizo. Por eso, como en cualquier relación que no funciona, mejor dejar a tiempo.

APU: Los libros, ¿se compran, se regalan, se prestan, se pierden, se devuelven, se venden, se roban?

M.M.V.: Repetiría el mantra “no se prestan”, pero estaría mintiendo porque yo presto pocos y a gente de confianza, pero lo hago. Si se pierden, es probable que hayan sido libros prestados que no volvieron y olvidamos a quién se los dimos. Yo suelo regalar libros, me encanta elegir en la librería un título para regalar a tal o cual persona, puedo estar un rato largo en eso. Otra cosa que me divierte es buscar algún título interesante en ferias de usados, así encontré un ejemplar de “Los galgos, los galgos” por veinticinco pesos. Un hallazgo. Y, por cierto, se recomiendan los libros que nos gustaron, y se piden de regalo también, siempre tengo una lista a mano.

APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura argentina?

M.V.V.: Seguramente deje afuera muchos. Hay, por supuesto, unos cuantos que todavía no he leído, pero algunos son El Aleph, de Borges; La invención de Morel, de Bioy Casares, que leí a los quince y fue el principio de una seguidilla de libros suyos, una especie de amor platónico literario. Los cuentos de Cortázar, aunque se haya puesto de moda “pegarle”. Las primas, de Aurora Venturini.

APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura universal?

M.V.V.: Me pasa lo mismo que con la anterior. Por una cuestión de deformación profesional, tengo leído mucho inglés, y una novela que me parece gigante es Jane Eyre, de Charlotte Brontë. También El retrato de Dorian Gray, de Wilde, y sobre todo su prefacio. Casa de campo, de José Donoso, Las partículas elementales, de Houllebecq, La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes. Son todos títulos que, cada uno por razones muy diferentes a los demás, me sorprendieron a la hora de leerlos.

APU: ¿Hay algún personaje de la literatura con el que te sentís identificada?

M.V.V.: Por alguna razón, me fascinó en su momento Olga, de Casa de muñecas. Sentí que no era un personaje del montón, que tenía la humanidad que la hace evolucionar de su forma de ser al principio de la obra con la madurez que encuentra al final. Otra que me interesa mucho es Anna Karenina, el sometimiento de esta mujer presa de los caprichos sociales. Me gusta que igual se la juega, vive el amor, pero lo externo, las convenciones, los caprichos del marido, que no la deja ser feliz por orgullo, terminan por consumirla, la destruyen. Me gustan los personajes con defectos, con faltas. Detesto a los perfectos, no me puedo identificar en nada con ellos.

APU: Así de arrebato, ¿qué final te viene a la memoria?

MVV: El de Cien años de soledad. Tengo ese recuerdo de haberme sorprendido por lo perfecto de la forma. Es un círculo.

APU: ¿Cuándo comenzó tu gusto por la escritura?

M.V.V.: Creo que desde que empecé a escribir, o apenas después. Cuando estaba en tercer grado, a los ocho años, con una compañera escribíamos e ilustrábamos historias en una carpeta. Supongo que dibujaba ella, yo siempre fui pésima en eso.

APU: ¿Tenés alguna rutina al escribir?

M.V.V.: Me encantaría, pero la verdad es que escribo cuando tengo ratos disponibles entre trabajo, planificación del trabajo, y tareas del hogar. Una vez leí que Alice Munro decía que ella escribía cuentos porque sólo podía dedicarse a esto en los ratos que sus hijos dormían, comparto algo de eso.

APU: ¿Tenés objetos fetiches que te sean vitales al momento de escribir?

M.V.V.: Mis cuadernos de notas y lapiceras con tinta de colores. Cuando corrijo suelo marcar con diferente color el tipo de error: repetición, si hace falta reescribir toda una frase porque quedó fea o confusa, puntuación, etc.

APU: ¿Lenguaje inclusivo en la escritura sí o no?

M.V.V.: No tengo problema con el inclusivo. Yo no lo uso porque sería como escribir en otro idioma, perdería la fluidez de la idea que tengo en la cabeza, tardaría el doble.

APU: ¿Cuál es tu opinión sobre las presentaciones de libros y los ciclos de lecturas?

M.V.V.: A mí me gustan. Los ciclos de lectura me sirvieron para conocer escritores contemporáneos, a través de sus propios textos. Después está en cada organizador, o grupo de organizadores, la responsabilidad de tratar de invitar a gente variada, para que no sean siempre los mismos lectores en todos los ciclos, y se pueda cumplir ese fin de dar difusión a voces nuevas. Las presentaciones son una linda excusa para el encuentro, y marcan esa suerte de largada al mundo de un nuevo libro.

APU: ¿Cómo se lleva tu literatura con el insomnio, con las noches, con los vicios?

M.V.V.: Se lleva tan bien con el insomnio que casi diría que le es indispensable. La noche es el momento del silencio, en el que nada interrumpe, el celular se acalla, y puedo concentrarme más. Sin ese robo de horas a las noches, es probable que no hubiera podido escribir mucho. Mi compañía en ese insomnio son litros de mate y té, soy fanática de probar distintos sabores de té e infusiones.

APU: ¿A quién relees periódicamente?

M.V.V.: No me queda mucho margen para la relectura, trato siempre de leer cosas nuevas porque tengo muchísimo pendiente.

APU: ¿Qué tres autores argentinxs reeditarías?

M.V.V.: Me gusta que se estén reeditando escritoras muy valiosas, como Aurora Venturini, o el rescate de Sara Gallardo del olvido, que sucedió hace unos años y permitió que muchos la conociéramos. Sé que nombro a mujeres solamente, pero quizás es por un tema de identificación y porque son las que quedaron más relegadas a la hora de los reconocimientos. Y me imagino que hay más mujeres para reeditar que yo todavía no conozco, esas voces me gustaría que salieran a la luz.

APU: ¿Qué opinas de la literatura argentina de la última década?

M.V.V.: Hay mucha producción, y me parece muy importante la labor de las editoriales independientes que nos permiten conocer a escritores excelentes que no sé si habrían logrado ser publicados por las editoriales grandes, que buscan a veces fenómenos de ventas y no tanto calidad. Me gustaría a veces tener la capacidad de ver si en el futuro van a haber trascendido los escritores que valen la pena, o sólo los que las grandes cadenas de librerías han puesto en la mesa principal.

APU: A calzón quitado, ¿lees a tus contemporánexs o solo lees las contratapas?

M.V.V.: Leo contemporáneos, locales y de otros países. Quizás demasiado, aunque por supuesto no logro abarcar más que una mínima parte de lo que se publica. Mi deuda te diría que es más bien con los clásicos. A veces pasa con esos títulos que tienen tantas versiones en otros formatos que pensamos que conocemos la historia, hasta que leés “Frankenstein” y te das cuenta de que es un drama existencial, más que una obra de terror, que “Drácula” no es nada romántico y que después de ver cinco adaptaciones, el original de una novela te conmueve como si fuera una obra nueva.

Creo en la lectura como una búsqueda, no me cierro a nada, pero cuando algo, algún género, algún escritor, no me gusta, lo dejo. Pienso, no, no era por acá, y sigo buscando en otros lugares.

APU: ¿Qué estás leyendo actualmente?

M.V.V.: Me agarrás en transición. Justo anoche terminé de leer Pequeña flor de Iosi Havilio, una novela corta que lleva el tedio de la vida cotidiana al absurdo, y empecé un cuentario, Las voladoras, de Mónica Ojeda.

APU: Hay un cuento en tu primer libro, Frío, que se llama “Gotera”. Ahí un problema doméstico da pie a una situación muy diferente a lo habitual, ¿Cómo surgió esa idea?

M.V.V.: Es curioso porque ese cuento es uno de los más mencionados por quienes leen el libro. La verdad es que comenzó como un juego con una onomatopeya, yo elegí “plic”, la caída constante de gotas, y por eso mi preocupación principal era la musicalidad. La extensión de cada párrafo debía ser igual a los demás, para que la gota siguiente cayera en la misma distancia sonora que la anterior, era un tema de ritmo.

La historia era lo segundo en realidad: esta mujer sola, aturdida por el ruido de la gotera, pero que se siente abrumada también cuando gracias a la reparación encuentra el silencio. Y es ese silencio, ese vacío que va mucho más allá del sonido, el que la lleva a buscar el contacto físico.

Yo lo pensé como una búsqueda por tapar esa soledad enorme que ella vive, por disimular esa angustia que la rodea. Sin embargo, y esto apareció una vez que me encontré con las lecturas de los otros, empecé a ver que ellos veían en ese encuentro algo erótico, y me pregunté si es que acaso existe una erótica de la soledad. Al fin y al cabo, ella busca sexo, no una charla de café, alternativa que no se me ocurrió nunca. Era el cuerpo el que necesitaba alejar el vacío, no la mente. Era en la entrega, en el intercambio, en el contacto, donde podía olvidarse la angustia, no en las palabras.

El resultado es, aparentemente, un cuento mucho más erótico de lo que yo había pensado. Es interesante que ese cierre se produzca en la mente del lector. Le da una independencia al texto que me parece muy atractiva. Es como si mi juego con la onomatopeya, con el ritmo, con los fluidos, hubiera sugerido otro juego, más sexual, más atrevido, en la mente de quienes lo leen. Después de todo, el sexo también tiene algo rítmico, así que tal vez todo tiene que ver con todo.

APU: ¿Qué diferencias podés señalar entre Frío y tu segundo libro, Salamandra?

M.V.V.: Salamandra está pensado con un hilo conductor, y creo que esa es la gran diferencia. Frío es más una recopilación de los trabajos que yo tenía hasta ese momento y un par más, nuevos, que surgieron a la hora de decidir qué textos incluir en el libro. Salamandra, en cambio, nace desde el vamos con esta idea de los insectos, de usarlos como metáforas, representaciones, protagonistas de historias. Se puede ver el germen quizás en el cuento “Colonización”, de Frío, un cuento en el que me preocupaba la ruina de una pareja y cómo los insectos van tomando posesión de su vieja casa. Esa problemática del bicho como ser simbólico se continúa en Salamandra, solo que mucho más variopinto por las diferentes situaciones, contextos y temáticas que se cuentan en las historias.

Hay incluso insectos que quedaron afuera, porque en su momento no llegué a cerrar ningún cuento con ellos, pero que quizás alguna vez encuentren su camino, y será el momento de hacer una reedición con bonus track, ya veremos.

APU: No caigamos en la obviedad de preguntarle a una escritora si está escribiendo, así que vamos directo, ¿qué estás escribiendo ahora?

M.V.V.: Empecé un proyecto para algo más extenso que un cuento, pero también tengo otro de un cuentario, están ambos en desarrollo. Este estado mental pandémico en mi caso no ayudó mucho y por meses estuve en una suerte de parálisis creativa, avanzando poco y nada, como si la claustrofobia hubiera atrapado también las ideas. 

APU: ¿La escritura puede aprenderse en un taller?

M.V.V.: Creo que los talleres sirven para pulir, no tanto para aprender. En la lectura compartida puede verse mejor lo que funciona, lo que confunde y hay que aclarar de los propios textos. En este sentido considero valioso cambiar de taller cada tanto, buscar otras perspectivas. Todo enriquece, excepto la crítica hueca. A veces, cuando se está falto de ideas, el taller ayuda con algunas técnicas, juegos o disparadores también. Pero no creo en que un escritor se “haga” en un taller. Tiene que haber algo previo que uno ya lleva de antes.