“Argonautas del espacio sideral”: inmortalidad, interplanetarismo y resurrección en la poesía rusa revolucionaria
Aquella obsesión por la carrera espacial entre la URSS y EEUU que el poeta platense Julián Axat transformó en ese poderoso libro que se llama Perros del Cosmos (Ediciones en Danza, 2020), multiplicada por el prisma que la transformó en una especial antología de versos sobre el cosmos y la ciencia ficción conocida bajo el nombre Interestelaria (Ediciones en Danza, 2022), encontró el cierre en este 2025 (¿cierra?) en forma de trilogía con la aparición de Argonautas del Espacio Sideral, una selección con amplias notas sobre la poesía biocosmista rusa de los primeros años del siglo XX, bajo el calor de los años de la Revolución de Octubre.
El término “biocosmista” me tomó por sorpresa, tanto como ubicarlo alrededor de los años 20 en Rusia. Rápidamente recurrí a esa especie de Biblia que es La Literatura Ruso-Soviética, de Ettore Lo Gatto, y no fue poca la sorpresa de casi no encontrar referencia, ni del movimiento ni de los nombres que figuran en el trabajo de Axat. Apenas una cita sobre “Kosmist” (El kosmista), movimiento literario que nace en Petersburgo como una división de “Proletkult” (Cultura Proletaria) discutiendo espacio con el futurismo, el imaginismo y otros movimientos de esos primeros años de la revolución rusa.
Según Lo Gatto, estas divisiones podían entenderse como una “consecuencia de las polémicas sobre lo que debía entenderse por ‘cultura proletaria’: ¿origen proletario del escritor o contenido ideológico proletario de la obra?”. Los poetas cosmistas tuvieron algo en común con los futuristas en su “hiperbólica” exaltación de la revolución: “para nuestro planeta encontraremos otro camino fulgurante”, como decía Kirilov.
Esta última afirmación me permitió trazar un puente (¿estelar?) hacia el epílogo Argonautas del espacio sideral, firmado por Érica Brasca, donde explica que la poesía biocosmista viene a reformular algunos postulados del cosmismo, para luego explicar que “En la Rusia de los años veinte, que estaba consumando una etapa crucial del proceso revolucionario, la efervescencia de lo nuevo parecía no tener límites. En la literatura, las transformaciones articularon distintos modos de pensar el futuro. Entre sus expresiones más audaces, la poesía biocosmista no se limitó a proyectar un futuro posible: lo reclamó con una convicción radical. La inmortalidad de los cuerpos, los viajes interplanetarios y la resurrección de todos los seres humanos que habitaron la Tierra constituyeron los pilares del programa”. Vaya planificación para llevar la Revolución de Octubre hasta los confines del universo.
“Los pilares del programa biocosmista”, continua Brasca, “-inmortalidad, interplanetarismo y resurrección- se van desplegando en su mutua relación: al acabar con la muerte y resucitar a los muertos, ello conduciría a una sobrepoblación que, a su vez, llevaría a la conquista de nuevos espacios para vivir. De este modo, el porvenir de la humanidad será habitar el cosmos”.
“Consideramos que los derechos esenciales y reales del individuo son el derecho a la existencia (inmortalidad, resurrección, rejuvenecimiento) y la libertad de la circulación en el espacio” escribieron como resolución declarativa en el número uno de la revista Biocosmist, en 1922. “Al mismo tiempo, el biocosmismo se basa en los últimos logros de la ciencia y la tecnología y se esfuerza por reconstruirlos, así como la filosofía, la sociología, la economía, el arte y la ética de acuerdo con su gran teleología”. Veamos a qué se refiere.

Tras un manifiesto escrito en 1921 que viene a ejercer como prólogo y a sentar las bases del camino poético por el cual vamos a transitar, el primer apartado nos introduce en diez piezas biocosmistas firmadas por Alexander Svyatogor, Alexander Borisovich Yaroslavsky, I. Loginov, V. Berg, Yasinsky Jerome Ieronimovich, Loginov Petr Petrovich, Olga Lor, Kirill Chechkin, Semyon Tikhonov y Ernst Ern.
“Compañeros ciudadanos,/ Les doy un asunto cósmico:/ ¡Desmaleza y riega mi jardín lunar!”, escribe imperativo Svyatogor. “¡A asaltar el universo, hermanos! ¡Las estrellas son nuestros barcos!”, ordena Yaroslavsky, “sólo somos los asesinos de la muerte./ ¡Argonautas de la inmortalidad!”. Estos dos nombres serán fundamentales, como se podrá ver en los capítulos siguientes, en el apuntalamiento de la poesía biocosmista tanto como en su escisión en su corriente moscovita y la separatista que encontrará terruño en Petrogrado. El trabajo de Axat ahondará estas dos vertientes a través de estos dos personajes, compartiendo la historia de ambos y varios de sus poemas. Otra vez, Axat se zambulle en un trabajo detectivesco para rescatar material publicado hace más de 100 años en distintas partes del mundo, donde lo que parece ciencia ficción está escrito sobre lo real.
Hay, si bien no es novedoso, pero no deja de ser llamativo por su persistencia, una necesidad de cambiarlo todo: “Es hora de renunciar a las rimas decrépitas/ Y a las métricas salvajes/ Al museo”. Y de dejar todo atrás: “Listo para volar inmediatamente a estrellas distantes./ Arrogantemente por encima del mundo// Sonó la llamada:/ Marinero del universo/ ¡Renuncia al muelle!”. Pero lo que más captó mi atención, fue el tema de vencer la muerte, como escribe Olga Lor en “Voluntad”:
¡Niño mío, no morirás!
No te di a luz con la muerte.
Clavé en la muerte el cuchillo de la razón,
Para que la grave oscuridad explotara.
Quizás no me aleje de las redes.
Pero creo en las victorias:
Por ti, por millones de niños.
¡Conseguiremos, conseguiremos la inmortalidad!
Para que puedas dormir en una cuna,
Te tranquilizaré, querida:
El dios de la muerte es un dios repugnante.
¡Derrocado por la mano de la razón!
No sé si el círculo está roto
Que el rebaño disperse toda la oscuridad…
Sólo sé, incluso si muero,
¡Te dejo la inmortalidad!
Revisando la trilogía espacial propuesta por Axat, es como si hubiera empezado por el final, para ir retrocediendo hasta la semilla. Esa es la sensación que me deja la programática de los biocosmistas, que se fue “perfectabilizando” o, usando una mirada más argenta, transformándose en una política de lo posible.
Eso sí (y volviendo sobre los apuntes de Érica Brasca), “leer los poemas biocosmistas hoy, un siglo después, nos devuelve una imagen de otras coordenadas y, tal vez, nos situe ante la pregunta por el futuro, por la vida en común, por los horizontes de lo posible”.