"Los machos se duermen primero": soñar sólo cuesta vida

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"Los machos se duermen primero": soñar sólo cuesta vida

01 Agosto 2020

Por Milagros Carnevale

La mejor reseña de Los machos se duermen primero de Rodolfo Omar Serio, publicado en 2019 por Omnívora Editora, sería copiar y pegar el prólogo que le escribió la enorme Gabriela Cabezón Cámara, que termina diciendo: “Pero algo es seguro: lean esta novela, no se van a arrepentir”.

Es refrescante leer un libro que toca temas sensibles como la homofobia, el racismo y la pobreza sin el procedimiento de la victimización. Esto le abre a la narración infinitas posibilidades. A Los machos se duermen primero no le importa lo políticamente correcto. Es honesto, desafiante, brusco y cruel (los ingredientes para la mejor literatura). Las señoras bien y los trotskistas coinciden muy a menudo. El Río de la Plata es un río color caca y Perón es un nazi raro. El General sabe que en las noches del cuartel, los machos se duermen primero.

La literatura se ha ocupado de Perón hasta el hartazgo. Desde el cuento “El muñeco”, de Virgilio Piñera en 1946, hasta La novela de Perón de Tomás Eloy Martínez en 1985 (siento este solamente un breve período analizable). Más en la actualidad, poemas y cuentos de autores y autoras jóvenes que encuentran en el peronismo un refugio, una esperanza, un aliento. En este sentido, Los machos se duermen primero es innovador porque, justamente, gracias a la ausencia de victimización encuentra nuevas posibilidades de narrar esa esperanza, esa fe. Lo hace desde lo desconsolador, desde lo injusto, desde lo que rompe el corazón. “El pecado que vine a confesar, Padre, es mi deseo: que nunca deje de haber pobres” dice el narrador, después de casi haber tenido sexo con un facho pro dictadura. Casi, porque se encomendó a Dios y le metió merca en la coca para poder escapar seguro de su departamento. Es gracioso cómo incluso los que no creemos en Dios lo llamamos cuando la vida nos excede, cuando la racionalidad no alcanza, cuando necesitamos confiar en que hay algo más grande rondando por ahí. La fe es inevitable. Y ¿quiénes son los reyes de la fe? Los pobres. “Los pobres son los únicos que realmente creen en algo. Sea Dios, sea Perón, o San La Muerte, cuando creen, creen en serio”. No puede haber nada más políticamente incorrecto que un porteño de clase media diciéndole a un cura: “Quiero que nunca deje de haber negros cabeza, que son el combustible material y moral de este mundo jodido”, pero esto pasa en Los machos se duermen primero, esto es lo que hace a este narrador tan entrañable y a este libro tan valioso.

Como esas hay otras tantas escenas memorables que construyen, dentro de un relato organizado por sueños bizarros, una atmósfera hiperrealista: la madre del narrador encadenada a la casa central del Banco Nación en medio de la crisis del 2001 (precedida por unos años noventa en donde todo parecía posible: el kiosquero se iba a Disney y la mucama a Brasil); el recuerdo de una maestra que, para incentivar a sus alumnos a hacer la tarea, les advertía que si no lo hacían terminarían atendiendo una verdulería como Mónica, una chica con ascendencia peruana a la que además tildaba de indocumentada; el accidente de una travesti querida por todo un barrio bonaerense, que para rezar por su recuperación montó un altar a la vera de la ruta a lo santuario del Gauchito Gil.

La cuestión onírica está abordada con mucha precisión alrededor de la represión. A un chico que asumió su homosexualidad en la infancia, un psicólogo le dice que en realidad no tiene problemas para soñar, sino que sus barreras de represión son más fuertes de lo normal y por eso no recuerda los sueños. ¿La solución? Mirar películas antes de dormir. Acá es donde entra escépticamente Hollywood, el elixir de la felicidad (¿o ese era la Coca Cola?), el curro de los yanquis, la comidilla de la cultura de masas. Es muy interesante cómo entra Hollywood en Los machos se duermen primero. Como sátira, como parodia, pero sin la vergüenza de la gente culta. Es como decir: aceptemos que nos divierte ver a hermosos actores blancos y hegemónicos salvando el día: de invasiones extraterrestres, del calentamiento global, de toda la malicia del mundo. Aceptemos que nos enternece la historia de amor heterosexual.

Finalmente: las muñecas. Las muñecas que pertenecen a la alta sociedad española y que Evita recrea en Argentina para las hijas del proletariado. Las cuatro muñecas que quedaron del peronismo siendo rastreadas por Yokodama con malicia, morbo y curiosidad. Y la frutilla del postre: Perón y Evita regalándole en La Casa Rosa una muñeca a un mariquita que no tiene plata para comprarse una, mientras afuera, en la plaza, los negros cabeza bailan al ritmo de Gilda. Cantan “No me arrepiento de este amor”. El himno del sueño argentino.

Gays, travestis, conurbano, fiesta, crisis, trenes, curas, drogas, Evita-Hollywood, Perón homofóbico y Perón redimido. No hay más nada que agregar. Sólo repetir las palabras de Gabriela: "Lean esta novela. No se van a arrepentir".