Dossier Fractura: Háblenme de Cacho

  • Imagen

Dossier Fractura: Háblenme de Cacho

19 Octubre 2019

Por Norman Petrich

Resulta algo normal en mis aficionadas lecturas, ese sumergirse en su novela De dioses, hombrecitos y policías o en no pocos de sus cuentos, como “Amarillo sol, amarillo pétalo, amarillo flamante, amarillo poema”, por dar ejemplos, encontrar cómo Costantini habla con poesía. Pero hoy intento enfrascarme (creo que le hubiese gustado que utilizara esa palabra) en la tarea de pedirle a sus poemas que me hablen de Cacho.

Y en ese invitarme a pasar, en la complicada sencillez que las atavía, me avisan que en la cotidianeidad de Humberto comparten el existir vietnams, mochilas,/ hecatombes,/ corpiños que se agitan en las sogas,/ megatones/ esmog/ glicinas en septiembre.

 Un juego donde se van yuxtaponiendo imágenes de ¿distinta? relevancia para “armar piel como una gran trampera”:

Ir por la calle/ andar/  tranquilamente alerta/… perpetuar las antenas, los buzones/

adherirse a tendales y consignas… …atento, entero, al abordaje, al arma,/

no dejar escapar/ un verso, una refriega, una plaza con gente,/ una muchacha.

Es que, para Cacho, se trata de eso: salir a caminar con tanta vida/ con tanta cosa ardiente aquí en el pecho.

Será por eso que casi nos grita: Che mundo, cosa, gente, vida en serio, no se me rajen, tomen una copa conmigo. O le pregunta a De Lellis en el comienzo de uno de sus poemarios: ¿No es cierto Mario que cada libro es un corte de manga a la muerte?

Eran días de compromiso con la vida, de una conciencia colectiva que empujaba hacia el lado contrario de la resignación. Con la total comprensión de que la palabra es un arma y entonces ya no se puede hablar así nomás,/ hay que matar la muerte de algún modo,/ hay que pelear con rabia,/ destruirlos,/ salirles al encuentro como sea/ y además/

decir, decir hijos de puta… …decirlo y masticarlo/ y enseñarlo a los chicos/ como a un rezo./ Por amor a la vida,/ simplemente,/ me parece.

Yo estoy en esto, / dándome de cabeza en el asombro  dice, para dejar en evidencia que esa forma de amar la vida va en serio, aunque la considere un gesto roberteilor para ciertos asuntos, que los otros te toleran.

Y va tan en serio que nos avisa que cuando en la oficina no hay trabajo, yo trabajo, trabajo como un negro, sudo tinta, ando detrás de pájaros azules, me meto en grandes líos con los sueños, me desangro en palabras, salgo a cazar ballenas y crepúsculos, domestico elefantes (hay que ver qué furor el de la selva) le explico al faraón cosas del tiempo, hago el amor a veces, lucho con los zulúes cuerpo a cuerpo, tengo que abrirme paso en un perfume, volver para las doce, morirme, andar recuerdos. Esto sucede a pesar que cuando el jefe me mira y dice ejem, ya que usted no hace nada y tiene tiempo...

¿Y quién le puede negar que lo suyo no era amor al trabajo sino trabajar con el amor?

No es vanagloria/ decir que me acosté con vos,/ que fueron/ gloriosamente míos/ tus jadeos de amor,/ tu calentura,/ tu profunda saliva,/ la ondulante fiereza/ de tu orgasmo.

En realidad,/ debo reconocerlo/ fui yo el poseído,/ el desbordado.

Te apoderaste/ sabiamente de mí,/ fuiste mi dueña,/ me tuviste/ prisionero en tu pubis/

exactamente el tiempo/ que te dio/ la realísima gana/ antes de abandonarme,/

¿para siempre?/ hembra voraz, perfecta, inolvidable, poesía.

Porque el amor no es algo ajeno, forma parte de las cuestiones que uno tiene con la vida, de esas que la cambian, la transforman: Yo tuve, es claro, gripes, miedos, /presupuestos, / jefes idiotas, pesadez de estómago,/ nostalgias, soledades, mala suerte.../ Pero eso fue hace un siglo,/ veinte siglos,/ cuando yo era mortal./ Cuando era/ tan mortal,/ tan boludo y mortal,/ que ni siquiera te quería,/ date cuenta.

Todo amor es político, parece decirnos. O es una oportunidad de aprovechar “la volada” para advertir Ojo compañerita,/ vigilancia,/ que el enemigo acecha./ Analicemos el asunto/ a nivel de autocrítica./ Pero un poco más cerca./ Mirándonos los ojos/ interminablemente,/ si es posible.

Es que, en su clara conciencia de clase, sabe que la alienación tiene síntomas claros: taquicardia, versitos,/ una absurda ternura por todo lo que crece,/ un dolor hacia el este con los pájaros,/ un andar millonario regalando la vida pero que la alienación también se llama amor y Alicia, me olvidaba. 

Podríamos decir que asimismo es un acto de ternura puesto en el pasado que nos hablaba de un presente que espantaba: Qué lindo era el futuro,/ el futuro/ del pizarrón de cuarto grado.

Allí no había lugar para un fantasmagórico falcon verde porque eso la señorita no lo había dibujado. Estas miradas van a encontrar su gran alojamiento en sus dos novelas: De dioses, hombrecitos y policias y La larga noche de Francisco Sanctis.

Hay callecitas llenas de bandoneones inmortales en las que uno se puede cruzar con otro de sus amores: el tango. Por esos caminos se pueden divisar los rostros de Gardel, Pichuco, mientras el dos por cuatro marca el andar canyengue o el decir de una milonga. Y en una de ellas es capaz de decirle al mismísimo Borges (al que admiraba) Tantas veces lo he pensado,/ Y hoy se lo digo en la cara:/ Borges era su destino/ cantarle a Ernesto Guevara./ Mucho más para su temple/ el fulgor de sus hazañas/ que las turbias compadradas/ de Chiclana o de Muraña.

Cuentan por ahí que Borges le confesó haber deseado ser el autor de “Hábleme de Funes”, lo que debe haber sido un elogio para Humberto. Seguro que lo debe haber mezclado con esas otras cuestiones en que se le iba la vida, en esos  siete años, siete meses y siete días que duró su exilio, como si en ello se jugara la suerte de encontrar la verdad. O la poesía. O algo tan simple y difícil como no meter la pata:

 ¿Qué pretendo yo con mi poesía? Bueno, es tan fácil macanear en este tipo de declaraciones ¿no? O esquematizar. O decir una cosa por otra. O desembuchar las ideas que uno tiene sobre estética, o sobre política, o sobre la filosofía del arte en general... Pero me parece que sin querer se me escapó algo que es cierto. La poesía sirve para no macanear. Eso es. La poesía y el cuento me sirven a mí para no macanear. De eso estoy seguro. Para ser auténtico, humildemente, trabajosamente auténtico. Contar como veo, como siento algunas cosas, tratar de que alguien las vea y las sienta igual que yo. Sin pretender enseñar, ni adoctrinar, ni contrabandear ideas. Y para eso tengo simplemente que hablar con mi propia voz. Cosa bastante difícil como lo sabe cualquiera que ande metido en este asunto. Pero una vez conseguido eso, una vez que a fuerza de un largo trabajo de búsqueda, de desprendimiento, de humildad, qué sé yo, uno cree haber encontrado, en el fondo del alma o de las tripas, esa voz, los conceptos “bueno” o “malo”, “poema” o “no poema” pierden totalmente vigencia. Se habla de un modo verdadero o se macanea. Y se macanea cuando, vaya a saber por qué, no se puede encontrar la propia voz.

Cuando me veo obligado a escribir un artículo, o un ensayo, o esto que estoy tecleando ahora por ejemplo, tengo siempre la fulera sensación de que estoy macaneando. De que podría afirmar todo lo contrario de lo que digo con la misma compostura y la misma sinceridad. En la poesía y en el cuento eso no me pasa. Sé que hay una única forma para decir una única verdad. Y que lo demás es una pelea con las palabras hasta encontrarla.