Clara Beter, la prostituta que escribía como nadie

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Clara Beter, la prostituta que escribía como nadie

28 Noviembre 2020

Por Norman Petrich

Se presentó una nueva edición de Versos de una…, libro de César Tiempo, en la colección “Fundadores” de la editorial Clara Beter. Aunque, en rigor, Tiempo no firmó ese poemario con su nombre y es una historia que vale la pena recuperar.

La primera edición de este libro data de 1927, publicado por el sello Claridad (en el que se daba a conocer el grupo Boedo) y bajo este título se compilaba una serie de de poemas atribuidos a una enigmática prostituta, proveniente de Ucrania, de nombre Clara Beter (si, el mismo de la editorial) Los versos comenzaron a llegar por correo en 1926 y fueron apareciendo en la revista de la misma editorial, con gran aceptación del público.

El mismísimo Elías Castelnuovo se emociona al leer los poemas que llegan firmados por esta mujer y, al igual que todo el grupo de Boedo, intenta entrar en contacto con ella con la idea de alentarla a seguir escribiendo, de publicar un libro y, sobre todo, “conocer al fenómeno". Es que, siguiendo el pensamiento central de este grupo, ella podía usar palabras tan exactas sólo porque, realmente, llevaba esa terrible vida. Es decir, “escribe lo que escribe porque es lo que es”. En la lógica del grupo, el “hacer” es inseparable del “ser”. De ahí a querer encontrarla, para redimirla convirtiéndola en una de ellos, había un solo paso. Lo que ninguno sabía era que uno de sus miembros les estaba jugando una broma pesada.

Resulta que César Tiempo (que en realidad se llamaba Israel Zeitlin y toma ese nombre para escribir porque "zeit" quiere decir tiempo, en alemán, y "lin" es el verbo cesar) uno de los más jóvenes del movimiento, al recibir un ejemplar de los Diálogos, de Platón, se topa con la frase atribuida a Sócrates que reza “un poeta, para ser verdadero poeta, no debe componer discursos en versos, sino inventar ficciones”. Influido por esta sentencia decide poner a prueba a los mayores que, dicho sea de paso, se resistían un poco a reconocer los talentos de Tiempo que, además de escritor, supo ser periodista, dramaturgo, guionista, editor, agregado cultural e incluso actor. Fue así cómo envió el primer poema firmado por Clara Beter (el apellido quiere decir amargo, venía justo) y la bola comenzó a rodar. Colaborador asiduo de la revista, no le resultó muy difícil mezclarlo entre el papelerío que llegaba a Claridad.

La buena recepción del público, los elogios por parte de la prensa, fueron suficiente aliciente para que “la poeta decidiera continuar escribiendo sus versos” que, por supuesto, los muchachos de Boedo siguieron publicando entusiasmadísimos.

Queriendo que todo parezca “realista”, para no correrse de la tónica del grupo, César Tiempo le pidió a su amigo Manuel Kirschbaum que enviara desde su casa de la ciudad de Rosario los siguientes versos a la revista. Los problemas empezaron a surgir cuando su amigo cometió la imprudencia (más de una vez) de enviar las cartas mecanografiadas y eso hizo sospechar a Castelnuovo, quien decidió enviar al escultor Herminio Blotta y el escritor Abel Rodríguez a conseguir más datos de Clara, aunque estos dos personajes tuvieron que volverse con las manos vacías. Todo esto con el libro casi en imprenta, sin contar que iba a llevar un prólogo suyo. Hasta sometió a todos sus compañeros a una serie de pericias caligráficas, pero nada.

Finalmente el libro salió publicado en la colección “Los nuevos” de la editorial Claridad. A esta primera edición se le sumaron dos más: una en la colección “Los poetas” y otra en una edición más popular, sumando todas cifras de ventas increíbles para la época. A pesar de la duda sembrada, Castelnuovo prologó la obra, amparado por su seudónimo Ronald Chaves. La espectativa era muy grande y buena parte del entorno literario e intelectual quería saber quién era esa mujer que se escondía tras ese nombre.

Sin embargo, el misterio no pudo extenderse mucho más. Poco tiempo después, Carlos Serfaty inscribió el libro al Certamen Municipal, sin que lo supiera su autor. Y encima, para anotarse tenía que dar los datos reales, los que rápidamente aparecieron en La Prensa. “¿Es necesario que le diga que prácticamente tuve que exiliarme porque el grandote Castelnuovo me andaba buscando?”, cuenta risueñamente César Tiempo en un reportaje posterior.

Y a pesar de lo ofendido que pudo haber quedado Elías (algo que se hace evidente con lo publicado en la revista Izquierda: “La presunta autora que según nos informan mantuvo magistralmente el anónimo hasta la fecha, burlando la buena fe de todas las personas que intervinieron en que su libro se publicara, en cuanto se abrió el Concurso Municipal rompió la línea de conducta y se presentó al certamen con el nombre de un varón, que, probablemente, tampoco es el suyo. De cualquier manera que sea, lamentamos que la prostituta haya resultado, al fin, un prostituto”), lo que hizo Tiempo fue cambiar el paradigma con el que se movía el grupo: no era necesario que, en literatura, lo que se cuenta sea real, sino que suene verosímil. Existe si uno quiere creer que existe. Lástima que cierto periodismo, casi un siglo después, parece seguir el mismo camino.

“Desde que arrancamos con el proyecto editorial en 2012 no falta gente que pregunte quién es Clara Beter”, comentan los editores, “y como respuesta a ese interrogante fue que celebramos la llegada del título 50 con este libro”.

El mismo arranca, como no podía ser de otro modo en uno escrito a principios de siglo XX, con una cita bíblica que viene al caso: “Entonces Jesús dijo: Aquel de vosotros que se halle exento de pecado, que arroje la primera piedra.”

Jugando con esa dualidad entre lo que es y lo que podría haber sido, entre la realidad y lo que Clara suele soñar, Tiempo va construyendo una estructura que se hace creíble y redimible para la moral de la época:

Me entrego a todos, mas no soy de nadie;

para ganarme el pan vendo mi cuerpo

¿Qué he de vender para guardar intactos

mi corazón, mis penas y mis sueños?

 

Ese contraste entre la inocencia y su pérdida recorre los versos que Clara Tiempo o César Beter le va imprimiendo al libro:

Y musito versos

de la lejana edad,

que el silencio endulza

con dulzor fugaz.

Dulzura que ahuyenta

la mano brutal

que me ahorra el barro

de la realidad.

Alguien en la sombra

—la sombra es el mal—

formula su infame:

“¿cuánto me cobras?”

 

Y más adelante:

los claros días de mi infancia lejana

mi alegría era mía y era mío mi nombre

contraste con “mi vida doliente”

Donde sólo “las mañanas de domingo,

sentirse libre como un pájaro en el cielo”

 

Si bien no existe la posibilidad del sosiego, del cariño, de soñar con un hogar que una voz recóndita le asegura jamás lo tendrá, se reconoce como “una mujer de todos que cuida su dinero y una mujer de nadie que dice su canción. Qué fácil es decir: ¡la vida es buena, nacimos para amar!”.

Mujer que se siente impura ante su par (“No me beses las manos, hermanita, estas manos pecadoras y sucias, han estado en contacto con miserias sin nombre”) y que reconoce a la fuerza la dolorosa diferencia entre ser objeto de deseo y desear:

en tanto que los hombres me buscan cual si fuera

yo el sol que ha de brindarles calor para su otoño.

Pero a mi alma no llega ni el más leve

rayo de sol.

 

A casi cien años de su edición original, los versos de esta supuesta prostituta ucraniana siguen conmoviendo. Su figura pudo haber sido ficticia, pero el drama que trasluce lo seguiremos tomando como real:

¿Qué es mi dolor de triste yiradora

ante el de aquellos que no tienen pan?

—Lugar común, cursilería, pero

realidad, dolorosa realidad.—