Andi Nachon: “Hay una diversidad que se intentó aplanar diciendo ‘las chicas de los 90 escriben así’”

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Andi Nachon: “Hay una diversidad que se intentó aplanar diciendo ‘las chicas de los 90 escriben así’”

25 Diciembre 2022

Agencia Paco Urondo dialogó con Andi Nachon, poeta, guionista y docente, cuyo primer libro (Siam) fue publicado en 1990, sobre la literatura hecha por mujeres en esa década mojón de nuestra historia reciente.

Agencia Paco Urondo: ¿Cómo fueron tus inicios en esta carrera, que empieza tan tempranamente?  

Andi Nachon: Siempre digo que tuve un golpe de suerte alrededor de los 14 años, cuando estaba en tercer año del secundario, que fue (muy lateralmente) llegar al taller de Diana Bellessi. Yo no la había leído, escribía narrativa, estuve hasta quinto año en su taller y fue una experiencia que abrió caminos. Era muy lectora de chica, pero no tanto de poesía y se me extendió el mundo.

APU: ¿La habías leído, tenías alguna referencia?

A.N.: Cuando llegué al taller no la había leído. Diana, en esa época, tenía talleres grupales con gente de distintas edades. Era la más chiquita, en ese momento, con otra compañera que también era adolescente, el resto eran adultes. Lo que me sucedió fue que estando en ese espacio empecé a leer y a escribir poesía. Obviamente, a partir de ahí empecé a ir a lecturas. La leí a Diana, a toda esa generación enorme de mujeres que estaba publicando en los 80. A Mirta Rosenberg, Pasajes, a Irene Gruss, Alicia Genovese. Fue un golpe de suerte que me abrió un mundo y me dio algo así como un centro en la vida. Es como decir “Ah, que suerte que me pasó eso”, andá a saber qué hubiera sido, sino.

APU: De ahí, fuiste a la carrera como naturalmente.

A.N.: Siempre pensé estudiar letras, realmente leo mucho, desde muy chica y siempre ahí tuve una afinidad. Si no hubiera sido letras hubiera sido algo ligado a veterinaria, biología (risas), nada que ver, pero siempre me gustó mucho el mundo animal, natural. Hice el profesorado que me permitió trabajar de algo que amo, muy chica. A los 22 ya estaba dando clases. El otro día veía a un músico súperelajado interpretando y miraba al público y sonreía. Y yo decía “qué lindo hacer algo que te haga sonreír”. Después me di cuenta que a veces, cuando doy clases, me pasa lo mismo. Creo que en cualquier espacio aúlico, aulas, talleres, se un poco eso de conexión con un otre y de ciertos momentos de descubrimiento en común que son maravilloso.

APU: Cuando decías que hubiera sido ligado a la naturaleza ¿qué importancia tiene la observación y la naturaleza para la poesía? Y por otro lado ¿Qué relación ves entre la música y la poesía?

A.N.: No soy una contemplativa del mundo natural: soy una freaky, me fascina. Pensar que el pulpo no es vertebrado y resuelve problemas… no sé cómo atestiguar el tipo de vinculación que tengo con el mundo natural. Ahora estoy investigando de física astronómica para un guión y digo “no puede ser, esas distancias, hay luz que llega”, ese tipo de fascinación. Creo que tiene que ver con un estado de curiosidad un poco niño y que algo de eso es importante para la poesía. Es esa conmoción a esos “brillitos” que nos rodean y que cuando estamos muy alienades no percibimos. Es la percepción de la imagen y también del lenguaje. En una entrevista, Didi-Huberman dice “no se mira sólo con los ojos, se mira con el cuerpo y después con el lenguaje”. Creo que alguien que es poeta está en esa vinculación de atención con el mundo. No se si todo el tiempo, porque es terrible, es un montón, pero sí en destellos. Resonar con el afuera es lo que nos lleva al poema. Cuando sucede, sí, es una experiencia.

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APU: ¿Y con la música, cómo podríamos pensarla?

A.N.: La puedo pensar desde mi experiencia personal que esta signada por haber estudiado muchos años música en distintos conservatorios de muy chica… quiero aclarar que no era buena (risas) Igual me hizo muy feliz y fue, también, súperformativo. Otro de mis golpes de suerte fue encontrarme con mi maestro de música, Alejandro Elijovich, que además me prestaba libros. El sí es un gran violinista. Eso hace que viva con música. Hay algo en el vivo, en el estar en el lugar donde alguien está haciendo música que me encanta. Siempre me gustó bailar. Ahora, si vamos al terreno particular del poema, el ritmo, el sonido, su musicalidad arrastran sentido. Son formas que generan sentidos no lineales, no semánticos. Un poema más veloz te genera determinada urgencia, un poema de verso largo tiene cierta morosidad, lentitud. Eso va generando un campo de sentidos mucho más lábil que es propio del discurso poético. No todas las poéticas se sostienen en el uso del ritmo, pero hay poéticas que si lo hacen. Pienso en Padeletti, en ciertas zonas de Diana, en Mirta Rosenberg, una maestra de la sonoridad, el ritmo y la capacidad de generar sentidos por ese lado. Para mí es algo importante, porque si no dejamos de lado esa potencia única que tiene el discurso poético.

APU: Recuerdo la discusión, en otros tiempos, por poeta o poetisa ¿Qué me podrías decir del rol de las mujeres en la poesía?

A.N.: Yo estoy en el grupo que le gusta la palabra poeta. Me gusta que la palabra naturalmente termine en A. De hecho, cuando voy al neutro, digo une poeta, es el único que no cambio. Creo que siempre hay que pensar que las mujeres (y también las disidencias, pero enfoquemos en las mujeres) tuvieron muy poco espacio para llegar a la letra impresa. Si nos vamos hacia atrás, los textos que tenemos de mujeres son de aquellas que pertenecían a determinados grupos sociales que gracias a eso llegaban a la lectura y la escritura. Eran muy pocas. Si la alfabetización para los grupos populares era casi nula, para las mujeres lo era aún más. En ese sentido, hay unas voces maravillosas, pienso en Sor Juana, entrando en el convento para poder seguir escribiendo. Algo espléndido que sucede es el estallido que sucede en la escritura poética a partir del siglo XVIII, XIX y, principalmente, en el siglo XX, de las mujeres. Si pensás en el XVIII son las raras, Mary Shelley, las Bronté. En el siglo XX, a fuerza de voluntad. Storni es nuestra primera escritora profesional, no sólo poeta. Llega a vivir de las notas que escribe. Pero siempre tomar la voz, para las mujeres, significó una acción específica: tomar, ir al encuentro de un espacio que les estaba cerrado, vedado o que tenían que ir a pugnar. Los 80, acá en Argentina, significaron la irrupción de voces muy potentes que no sólo que instalaron la presencia de mujeres sino una subjetividad distinta que entra en los libros de poesía. Una mirada distinta, una manera distinta de estar en el mundo. En ese sentido, siento que soy una afortunada. Pude ir a lecturas donde las escuché en vivo. Pude leer, cuando salió, Mundo Incompleto, de Irene Gruss, por ejemplo. Y en ese sentido me sentía sumamente reflejada, sentía que me mostraban un campo de escritura muy cercano a mí. No porque las voces de los hombres no me maravillaran, sino porque ahí había algo de lo que me sentía parte. Una manera de mirar, ciertas problemáticas, ciertos lugares vedados.

“Sacaría femenino y diría esa potencia de voces que no respondía al patrón patriarcal de voces masculinas. Las escrituras que te permiten decirte desde otro lado y descubrirte en cómo lo decís”.

Tengo 50 años, todavía en mi casa se esperaba que hiciera cosas que mis hermanos no. La segunda ola de los feminismos, en los 70, vino a mirar eso. Adrienne Rich escribiendo sobre Emily Dickinson. Audre Lorde hablando de la poesía como una necesidad vital decirnos, decirse y encontrar el propio espacio en el mundo. Después, si lo pienso, en los primeros 90, era muy difícil ser una chica de 20 que escribía poesía. De hecho, todavía se hacían cosas como “la mesa de las mujeres” en un festival de poesía. Cosa que era disparatada, porque la cantidad de poéticas que venían de mujeres era enorme. Creo que ese espacio en pugna sigue estando, aún. Por otro lado, era un lujo. Tenías una mesa con 8 poetas increíbles. Pienso en Diana, Irene (y esta mesa existió en Liberarte), Alicia Genovese, Susana Villalba, Claudia Schwartz, Mirta y no me acuerdo si Tamara. ¡Por Dios! 8 poéticas impresionantes, ya consolidadas, leyendo al mismo tiempo y dando cuenta que las chicas no escribimos todo de lo mismo. A mi generación, la del 90, los primeros 2000, nos pasa lo mismo, hay una diversidad muy grande que se intentó aplanar diciendo “las chicas de los 90 escriben así”. Claramente, es muy distinta la voz de Beatriz Vignoli que de Verónica Viola Fisher o de Claudia Masin, por decir 3 al tun tun. Y es otra vez un tsunami de voces potentes que siguen produciendo hoy. Es interesante cómo la poesía, a partir de los 80, empieza a acompañar fenómenos de resistencia, de lucha, de los activismos alrededor de los feminismos. Las diversidades. Pienso en una Gabi De Cicco, Macky Corbalán, que desde el discurso poético también tuvieron una acción de militancia en torno a ser lesbiana, no binarie. Me extendí demasiado.

APU: Necesario, como para marcar la potencia de voces femeninas.

A.N.: Sacaría femenino y diría esa potencia de voces que no respondía al patrón patriarcal de voces masculinas. Las escrituras que te permiten decirte desde otro lado y descubrirte en cómo lo decís. Y todo lo que ahí rotule, achata.

APU: ¿Cómo es en el cine la incorporación de otras voces y cómo es el pasaje, en lo personal, de la escritura de poesía a la de guión?          

A.N.: Estudié fotografía en los 90, en la Escuela de Fotografía de Avellaneda. No terminé la carrera, pero fue muy importante. En algún momento de esa década empecé a trabajar en un colectivo artístico interdisciplinario y, ahí, hacer video. Haciéndolos me invitan a realizar un programa para el canal de la ciudad. A partir de ahí se me abre el espacio de los medios audiovisuales. Primero en guión y después en cuestiones muy chiquitas realizativas hasta que este año codirigí mi primer largo de ficción. Es un camino un poco alternativo que surge de una voluntado o deseo muy vinculado a lo creativo y que después se transforma en una zona profesional. Hoy, además de ser docente, trabajo como guionista. Me parece que entre poesía y fotografía, poesía y cine, hay una conexión que tiene que ver con las maneras en que la imagen muestra, testimonia, dice de formas no directas. Si me preguntás en términos el lugar que se le da al género o a la diversidad, también es un lugar en pugna. En Argentina tenemos grandes directoras. Lucrecia Martel es una. Y sin embargo, todavía cuesta. No sólo en términos de dirección, sino en las cabezas de equipo, como maquillaje o peinado, importantísimas para la filmación, ganan notablemente menos que otras cabezas de equipo. Es un lugar en lucha, todavía. Tenemos excelentes montajistas, pero todavía les cuesta hacerse lugar. Es algo que está cambiando, se está luchando y es importante. Así como lo es que haya libros que atestiguan otras subjetividades, es importante que haya películas que testimonien otros mundos, otras formas de estar. 

 

*Este artículo contiene lenguaje inclusivo por decisión de la entrevistada.