“Jardín de invierno” e “Invernadero”, dos poemarios que dialogan
Jardín de invierno, de María Laura Guisen, editado por La gran Nilson, e Invernadero, de Ana Julia Quiroga, ilustrado por Lucía Zucherino y publicado por Ediciones Afines, son dos libros que dialogan. No solamente en la temática sino en la voz, ambas asistieron al taller de Osvaldo Bossi. El de Laura es de este año y el de Ana del año pasado, ambos libros me llegaron a la vez, ellas no saben que ellos querían contarse juntos.
Poemas, palabras y flores se conjugan para conformar una única naturaleza. Los brotes, la fertilidad, la vida y la capacidad de cultivar, la fuerza femenina se impone en escenarios cotidianos.
Dos mujeres poetas observan el devenir a través de la mirada vital e impermanente de la vida vegetal.
Aquello que nace y dura poco, aquel vigor permeable a los cambios de clima. Lo que perdura y se va rápidamente, lo que a su vez se transforma y vuelve con más fortaleza.
¿Cuál es la clave para cuidar un jardín? El jardín es tal vez una metáfora de nuestra propia vida y de los vínculos.
El invierno, el verano, la preparación del suelo, el olor de la tierra mojada. La victoria es permanecer en la inmanencia.
Para Diana Bellessi “Tener un jardín, es dejarse tener por él y su eterno movimiento de partida. Flores, semillas y plantas mueren para siempre o se renuevan”. Cuánto de eso somos, cuánto de eso existe en estos poemas.

Jardín de Invierno, de María Laura Guisen
El jardín de principio a fin. El jardín como escenario e idea. Un recorrido que empieza con ciruelas, rosas y orquídeas y culmina en alegrías del hogar cubiertas de nieve y de escarcha.
¿Cómo es un jardín en invierno? ¿Es una fe ciega? ¿Una esperanza de primavera?
Para María Laura Guisen es distancia y tiempo.
Tiempo de crecimiento, de maduración, de instante, de levedad, de nostalgia.
Hay un ciclo que anuncia el paso de los años, hay un jardín intacto que pareciera ser testigo de la transformación.
En los poemas de María Laura hay un jardín pero también un invierno, como un oxímoron el título nos ubica en dos extremos. Lo que florece y lo que muere.
La pregunta de estos poemas es: ¿el invierno es un estado del alma o una estación? ¿El invierno es clima o estado de ánimo? ¿El invierno está adentro o afuera del poema?
Como en otros libros, la poeta desmenuza el tiempo en acciones cotidianas. Es consciente de cada movimiento, para ella en cada gesto está el poema. Una caminata, una merienda, un paseo al perro.
El gesto y la mirada son los motores del artefacto poema. Lo que ve, lo que hace, lo que escucha funciona como materia prima.
En María Laura, el yo poético nunca está solo. Interactúa con otros/as, quienes preguntan y responden como enunciadores activos de una conversación. El padre, Laurita, las hijas, Jony, Frank O Hara.
La maternidad es otro tópico que se repite, sin embargo hay un aspecto más de nostalgia que de presente, en el poema de Joaquín Gianuzzi "Mi hija se viste y sale" se advierte una atmósfera de euforia pero también de tristeza. Una observación que encierra desarraigo, separación, distancia. Algo de eso sucede en los poemas en los que se menciona a las hijas.
"Distancia" es una de las palabras que más utiliza, una mirada íntima que cada vez se va alejando más, eso que pasa cuando vemos crecer a nuestros hijos. Amor y transferencia. Volver a vivir en otro cuerpo, igual pero distinto. Un espejo con la mejor versión de una misma.
En “Mi hija cumple 18 años” dice: "Observé también una distancia nueva. / Hablo de una distancia que antes/ sobrevolaba liviana, y ahora cae al piso/ como una pluma/ transformada en daga”.
Cuando el yo poético dialoga, pareciera hablarse a sí mismo, como pasa con las cartas, que están dirigidos a otros sin embargo son para la persona que las hace.
La búsqueda del poema, el paso del tiempo, la vejez, la nostalgia son los grandes interrogantes en esta poeta.
Mi padre me dice hijita
todavía.
Con la yema blanda de
su mano
roza mi mejilla
en el saludo.
Quisiera responderle algo
que también
apague el tiempo.
En la voz de mi padre
no hay nostalgia
ni error.
Sonia Scarabelli en la contratapa señala: “estos poemas, atesoran, ante todo, una manera de acercarse al tiempo y a cierta experiencia de soledad que no implica la falta de compañía ni de amor, sino una condición propia de lo humano”.
¿Dónde está el poema? ¿Dónde están las palabras? ¿Qué nace de ese jardín, palabras o flores?
El libro de María Laura es una alfombra verde y brillante, un conjunto de palabras entrelazadas, un vergel de poemas construyendo un jardín.

Invernadero, de Ana Julia Quiroga
Un invernadero es una forma de cuidar un jardín, de proteger las especies del frío, de resguardar una vegetación, de contener una constelación.
Sin embargo, ¿cómo proteger el invernadero? ¿Cómo hacer para que esa “orgia de vegetación” no se mezcle? ¿Se puede domesticar un invernadero? son algunas de las preguntas que me quedaron resonando después del libro de Ana.
Invernadero es un espacio habitable. Un lugar donde converge el caos y el equilibrio.
Un tiempo detenido, de introspección, de cultivo. Una espera, un vacío. Un tú que aparece y desaparece, y que no regresa. Un florero en la herida, la flor que sana, la vida en el centro y el vacío buscando la manera de llenarse de luz y flores.
Desmesura
Aun recuerdo el tono
inocente de mi amiga
regalándome el gajo
ponelo en agua
seguro prende
dijo
Ahora es planta derramada
desbordada
vigoroso
tienen sus hojas
el tamaño de mis manos
Quise domesticarla
poderla
atarla a un palo.
Qué ilusa.
Es inútil contener lo que prende.
¿Dónde está ese invernadero? ¿Es tal vez el interior de una casa? ¿Será el lugar que la persona elige para hibernar? ¿Y si es verano en el poema, y si no hace frío en el poema? ¿De qué se protege? ¿El invernadero se cuida del desamor?
Los poemas de Ana son pequeñas escenas cinematográficas, destellos audiovisuales donde vemos la disposición de los objetos, la fotografía del ambiente y a su vez escuchamos el sonido y el silencio del poema. La lluvia, el color, la ubicación de la luz.
Interior con algo de luz
se hizo tarde
y debería llegar a casa pronto
limpiar las ventanas
frenéticamente
hacer entrar
lo que queda de luz.
El libro-plaquette de Ana es un invernadero. Un refugio donde resguardarse, un lugar de renacimiento, un reino de flores cuidándose entre sí. Una soledad infinita que ocupa el hueco de la cama, mientras escucha la lluvia.
Dos mujeres poetas observan el devenir a través de la mirada vital e impermanente de la vida vegetal.
La poeta construye el invernadero y lo cuida. Sabe de las dificultades y advierte.
Funda el interior, lo cimenta. Establece las reglas, conoce la función social de las flores, repara en la variedad, en la cautela necesaria según la especie.
Como en el libro de María Laura, el invierno es un estado; en el de Ana, el invernadero es donde habita ese estado, la persona o la casa. Ese lugar que a veces es un festín silencioso y otras una desmesura. Desde donde se buscan intentos de cultivo.
En la contratapa, Osvaldo Bossi, escribe: “Para protegerse del frío y la desolación, Ana construye este pequeño invernadero de palabras”.
Las palabras, nuevamente, son las flores. Los detalles alumbrando la sombra. Los poemas brotando de la oscuridad. Helechos, tunas, claveles, rosas, margaritas, marcando el camino.