Stranger Things: el viaje por la nostalgia se acerca al final

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Stranger Things: el viaje por la nostalgia se acerca al final

09 Julio 2022

Por Diego Moneta

El estreno de Stranger things en julio de 2016 terminó por consolidar las ficciones originales de Netflix, tras el fracaso de Lilyhammer y el éxito que significó House of cards. Hoy las ambiciones de la plataforma son otras, dado que cambió la industria, la forma de consumirla y el público mismo. Sin embargo, para su cuarta temporada, la serie escrita y dirigida por los hermanos Matt y Ross Duffer apostó por la vuelta a la esencia de sus inicios, o en otras palabras, al sostenimiento de la nostalgia con un infalible “fan service”.

Para analizar su recorrido hay que volver a su trasfondo y punto de partida, aún vigentes. Tras el lanzamiento de Hidden en 2015 y un paso fugaz por Wayward Pines, los Duffer se sintieron capacitados para sus propias producciones. El guion del piloto fue ofrecido a varias cadenas— que lo rechazaron por tener a menores como personajes principales— hasta que 21 Laps Entertainment y luego Netflix compraron los derechos. El nombre original de la tira, “Montauk”, dado que el escenario era un poblado homónimo en Nueva York para aprovechar vínculos con la película Tiburón de Steven Spielberg, cambió al que conocemos hoy en día, a partir de considerar el tono, la fuente y la apariencia de novelas de Stephen King, demostrando una impronta que se mantendría a lo largo de los 34 episodios y contando. De hecho, se promocionó exhibiendo imágenes y música de films de los ochenta.

En el contexto de la Guerra Fría, precisamente 1983, en el pueblo ficticio de Hawkins, Indiana, Estados Unidos, la desaparición del niño Will Byers (Noah Schnapp) destapa sucesos y fuerzas sobrenaturales, producto de experimentos que lleva a cabo un laboratorio militar en la zona, con el objetivo de aventajar a la Unión Soviética en los límites entre las armas tradicionales y el provecho de la mente humana. En paralelo, conocemos a Eleven (Millie Bobby Brown)— Once, en español—, niña con poderes telequinéticos.

Eleven se encuentra con Mike Wheeler (Finn Wolfhard), Dustin Henderson (Gaten Matarazzo) y Lucas Sinclair (Caleb McLaughlin), amigos de Will, y los ayuda en la búsqueda del mismo, de la que también participan su madre Joyce (Winona Ryder), su hermano Jonathan (Charlie Heaton) y el jefe de policía del pueblo, Jim Hopper (David Harbour). Los problemas serán causados por la creación de un portal a una dimensión alternativa, llamada Upside down— El otro lado—, que afectará a residentes de Hawkins. De esa manera, cada nueva entrega trae una nueva amenaza con la cual se debe lidiar. Un detalle importante es que, si bien al inicio el plan era una miniserie o antología, ni bien se abrió la posibilidad de continuarla se barajó un número de temporadas y un entramado a seguir y cerrar. 

Aunque uno no sea admirador de esa estética retro, la historia nos va envolviendo con temáticas de mayor o menor complejidad, tales como la lucha contra los estigmas y la exclusión, las inseguridades y la incomprensión en las dinámicas grupales, roles familiares y convivencias, entre otras. No son novedosas pero sí certeras, bajo una narración eficiente. Con el riesgo de una primera temporada de alto nivel, y ciertos traspiés cuando queda como mera transición al límite de romper su propio verosímil— la irresponsabilidad al estilo Los goonies como mayor exponente—, la serie va ganando equilibrio y profundidad narrativa, con acercamientos más adultos y más oscuros a medida que “el otro lado” se descubre como un reflejo de nuestra realidad, lo que es casi una declaración de principios.

Señalada en un principio por la falta de conexión entre las historias de sus personajes femeninos, el ingreso de Max Mayfield (Sadie Sink) y Robin Buckley (Maya Hawke), y el mayor peso que cobraron otras actrices, con Nancy Wheeler (Natalia Dyer) y Erica Sinclair (Priah Ferguson) a la cabeza, le permite saldar falencias. El elaborado entramado de hechos y el afecto para con el reparto son sus dos pilares para, a partir de la ciencia ficción y el terror, crear posibilidades y conjeturas alrededor de la realidad alterna. Entre el cumplimiento del deseo de los fans y cierto pasado cliché, asistimos al homenaje de la cultura popular bisagra entre los 70 y 80, si bien construido sobre un universo propio, al servicio de la nostalgia más pura como lo es revivir experiencias. Un éxito completamente ligado a su banda sonora, no sólo por la atmósfera retro sino por los clásicos que incorpora.

Otro elemento a destacar es la representación del contexto como un golpe de aire fresco. En primer lugar, la reelección de Ronald Reagan casi imperceptible. Luego, el espionaje y la contrainteligencia, dado que Eleven es considerada un arma y el Doctor Brenner (Matthew Modine) la usa para localizar enemigos. Por último, el planteo alrededor del gobierno— alejado de, por ejemplo, Breaking Bad— que primero se aprovecha de familias de bajos recursos y después, una vez desestabilizada la situación, intenta taparlo alegando un supuesto control. Una distancia crítica que se asemeja a producciones como Homeland

 

El principio del final

En la cuarta temporada, a pesar de que para nosotros pasaron casi tres años, en la ficción son sólo seis meses. Una diferencia que se nota en los protagonistas, por la madurez, y en la serie, literal y metafóricamente. Hay un aumento notable en su presupuesto y en la duración de los capítulos, y la trama y el lenguaje visual adoptan una impronta más al estilo Harry Potter. Una entrega dividida en dos volúmenes, que podría haber resultado un acierto como en Ozark, aunque nunca termina de aparentar estar diseñada para ello.

Stranger things vuelve a sus raíces a costa de dispersarse narrativamente— el interés en cada arista es bastante desigual—, pero sabe que su esencia es el camino para seguir siendo exitosa. Con elementos ya complejos en sí mismos, no necesita introducir nada nuevo para sostener la atención. Su tono más serio es positivo, atando cabos y dando estructura. De un temor general a un riesgo individual, al mejor estilo Game of thrones, lo que suceda no dejará indiferente a nadie, prometiendo un mayor nivel para lo que sigue.

El universo propio en forma de homenaje incorpora elementos del terror violento, inspirado en Halloween y Pesadilla en la calle Elm— aparece Robert Englund, quien fuera Freddy Krueger—, difuminando esa barrera entre lo real y lo onírico. Al mismo tiempo, hay cuestiones que se explican en exceso y perjudican a la historia, traccionada por batallas y emociones que los personajes deben confrontar. Es el ejemplo del camino que Netflix eligió posterior a la pérdida de suscriptores, desligándose del alto vuelo creativo inicial que quería disputar con HBO, y asemejándose más a las ambiciones de la televisión más tradicional. 

Esta temporada, con muchos factores en contra, logra revitalizar la serie, marcando records de visualización en sus primeras semanas de estreno— superando a El abogado de Lincoln, Obiwan y The boys—, y carreras musicales como la de Kate Bush, a partir de la inclusión de “Running Up That Hill”. Stranger things compensa la espera y logra evolucionar, manteniéndose interesante con sus propios recursos, pero para ello es necesario que como espectador se le reconozca cierto valor. Al fin y al cabo, es una recomendación fácil como proceso nostálgico que cobra suficiente vida propia como para no percibirla como una mera copia.  

Puede que este nuevo freno hasta la quinta y última temporada, que aún no comenzó a filmarse, quite algo de emoción. Sin embargo, el nivel de expectativa por las diferentes subtramas pendientes de resolver— desde experimentos dejados de lado, como Kali Prasad (Linnea Berthelsen), a la variedad de villanos amenazantes presentados— y los dramáticos caminos por recorrer le otorgan el impulso justo y necesario. El final de Stranger things, el último bastión de lo que alguna vez fue la plataforma, supondrá una nueva bisagra para Netflix.

 

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