The Boys: un baño de realidad para el género de superhéroes

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The Boys: un baño de realidad para el género de superhéroes

10 Octubre 2020

Por Camilo Garcia Quinn

Hay un hecho consumado en la industria cultural de occidente: los superhéroes están de moda. Si la impecable trilogía del Señor de los anillos y el éxito de la saga de Harry Potter se encargaron de que la primera década del siglo XXI estuviera cargada de películas que abordaban la fantasía y los conflictos adolescentes, el universo cinematográfico que creó Marvel —encabezado por Iron Man, allá por el 2008— hizo lo propio con el género de superhéroes. 

En realidad, la idea de que seres sobrenaturales con poderes fantásticos habitan nuestro planeta es explotada desde comienzos del siglo pasado. Hay quienes afirman que el primer superhéroe es el japonés Fantasmagórico, que vió la luz en 1930, mientras que desde occidente se disputan ese honor The Phantom (1936) y un tal Superman (1938). Más allá del hermoso debate sinsentido, lo concreto es que el género supo construir su camino desde los cómics hasta alcanzar la fama internacional en la pantalla grande. Era solo cuestión de tiempo para que el otro gran protagonista de los últimos tiempos, las plataformas de contenido por streaming, decidiera aprovechar el gran momento que atraviesan los hombres y mujeres de traje entallado.

De hecho, a esta altura uno podría preguntarse, y con total justificación: ¿más superhéroes? Sí, pero The Boys surge como una sátira al género. Escéptica y cargada de cinismo, remueve los cimientos que sostienen a los gigantes Marvel y DC, amos y señores del mundo de los superhéroes. Sin ir más lejos, la propia DC Comics decidió cancelar la historieta de The Boys luego de tan sólo ocho números, por su claro mensaje “anti-súpers”. Fue gracias a que la ignota Dynamite Enterteinment adoptó la polémica historia escrita por Garth Ennis y dibujada por Darick Robertson que ésta logró el éxito necesario para que Amazon Prime decidiera producir la serie. 

La propuesta de The Boys nos pinta, desde el primer capítulo, un mundo en el que habitan personas con poderes extraordinarios que se dedican a combatir el crimen y salvar al mundo (o Estados Unidos, lo que viene a ser lo mismo para ellos). Sin embargo, no transcurre mucho tiempo para que nos demos cuenta que los supuestos superhéroes tienen mucho de súper pero poco de héroes. Se trata de hombres y mujeres manejados por la gigantesca corporación Vought, que, a través de sus equipos de marketing, imagen y relaciones públicas, deciden qué hace, dice o incluso viste su disciplinado staff, así como también manejan las películas, series, merchandising, y hasta los parques temáticos de sus supers.

Para que no queden dudas de su tono paródico, la serie se encarga de llenar su universo con referencias inmediatas a los superhéroes más conocidos de Marvel y DC. Lo mucho que se parecen en cuanto al físico o a las habilidades es inversamente proporcional a lo que difieren en integridad y ética. El caso emblemático, y quizás el personaje mejor construido de la serie, es el alter ego de Superman: Homelander (El Patriota). Una especie de semidiós que oscila entre el peligroso equilibrio de mantener el estatus de “héroe” o eliminar, de una vez, lo que parece ser su mayor fuente de odio: la especie humana. Pero si los “súpers” son malos, ¿por quién hinchamos? Bueno, ahí entra la banda de Billy Butcher y sus amigos (The Boys), un grupo de antihéroes —el doble sentido del término resulta conveniente— que sufrieron de cerca la verdadera naturaleza de las mascotas de Vought y buscan tirar abajo la corporación, con todos los riesgos que eso implica. 

Hay varias preguntas o lecturas que pueden hacerse a partir del escenario planteado por la serie: desde la superficial y cursi "¿qué convierte a una persona en héroe o heroína?", hasta una crítica con tintes de ateísmo sobre nuestra sociedad sacralizada y su sistema de creencias. Sin dudas, The Boys comete un acto de osadía al avanzar en un camino que el Batman de Christopher Nolan o los Watchmen de Alan Moore habían marcado: humanizar a los superhéroes, otorgarles nuestras contradicciones, complejidades y emociones; desangelizarlos. Si Alan Moore en los 80 rescató la locución del poeta romano Juvenal: “¿quién vigila a los vigilantes?”, The Boys, en este siglo XXI caracterizado por la crisis del idealismo capitalista, en el que nos tocó ver sus peores facetas, no duda en responder: quien sea que pueda pagarles.

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