Política cultural: homenaje a Francisco “Paco” Urondo

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Política cultural: homenaje a Francisco “Paco” Urondo

09 Enero 2022

Por Victoria Palacios

Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.

Desde AGENCIA PACO URONDO sostenemos la necesidad de seguir repensando el abanico extenso de problemáticas que abordó el intelectual, poeta, periodista y militante Francisco "Paco" Urondo que da nombre a nuestro espacio de producción y comunicación colectiva. Su mirada sobre la cultura, la crítica al arte comercial, en contraposición a uno popular, así como el lugar protagónico de la educación, y de la comunicación, para el establecimiento de un diálogo genuino acerca de nuestro “destino común” y de la “realidad”, actualiza cuestiones sobre los procesos culturales transformadores y su vínculo con las subjetividades. Aquí en este texto que hoy compartimos, vamos a encontrar a un Urondo preocupado por la “propaganda” como un fenómeno de oclusión sensible y estético.

Después de 60 años, podemos destacar el trabajo de les artistas visuales que desde las vanguardias vienen prendiendo mecha sobre los procesos de automatización, recepción y mediación cultural a través del extrañamiento estético. Sin embargo, el gustito a cofradía, el sesgo esotérico comunicativo, y la mentalidad de quintita, persiste y parece enquistarse entre artistas, escritores e intelectuales en general. El problema de este aislamiento no es la distribución reiterativa de concursos, becas y programas en las mismas manos, sino la mentalidad “indiferente y conformista, manso y prudente” del mundo artístico. La importancia de una relación directa, una comunicación fluida en el que participen todes, la creación de mecanismos de transferencia cultural para la transformación es el proyecto cultural de Paco Urondo aún inconcluso y por el que abregamos. Esta introducción al Primer encuentro de Arte Contemporáneo organizado en la Universidad Nacional del Litoral, específicamente por el Departamento de Acción Social del Instituto Social en 1957, cuyos nombres es necesario destacar por historia, por amor y por innovación, focaliza en algunos de estos puntos y en el rol de la Educación y la Universidad. Esperemos que lo disfruten, aquí va:

“Cuando se propone establecer vínculos en un plano humanamente profundo, el arte actual tal vez evidencie su significado más íntimo. Esta tendencia a relacionar no exige una claudicación de las formas expresivas: ellas dependen de la necesidad del creador, pero del creador sometido al asedio de su pasado y del presente que le toca compartir.

Se convendrá entonces en que el artista no puede deponer su manera de expresarse, pues ella -al no depender exclusivamente de su voluntad o de su conveniencia-, le resulta insustituible. Tampoco puede considerar lícito reemplazarla por otra algo similar y que, con menos impedimentos, está en condiciones de lograr una aparente comunicación.

Pero en la actualidad, parece ingenuo comunicarse, vincular a los hombres, sin que medie un provecho económico. La situación se agrava porque el imperativo comercial de nuestra época ha inventado medios eficaces para propagar sus razones. Estos medios de difusión, si bien no invalidan, al utilizar la expresión artística la malversan con la correspondiente consecuencia que este hecho tiene sobre la conformación del gusto popular y, por lo tanto, sobre la capacidad de percepción estética del público. Refiriéndose a este problema Edgar Bayley dice que: “...la burguesía asigna cada vez mayor importancia comercial y por ende política a las artes de comunicación dirigidas a las grandes masas. A las ediciones millonarias de los diarios y revistas se agregan con el tiempo las películas cinematográficas destinadas al consumo de grandes multitudes: las audiciones radiofónicas, los grandes espectáculos deportivos, la televisión, todo debidamente comentado y condimentado por las técnicas publicitarias”. Y más adelante agrega: “Las técnicas de comunicación están destinadas paradójicamente a operar la incomunicación entre los individuos de la masa, a evitar que se relacionen entre sí como hombres y mujeres”. Según Bayley “se produce lo que Marx denomina la alienación del hombre a su ser genérico y se crea un arte alienado, es decir un arte que no cumple su función de tal y está al servicio de objetivos comerciales o políticos”. 

Se explica así que la comunicación hoy apenas exista en el nivel que el arte se propone establecerla. Sería la educación, según Max Bill, el único medio efectivo para abrir una brecha en esa muralla -la propaganda- que se ha levantado entre el arte y los hombres. Pero la educación no es tarea fácil en nuestro país. No hay que olvidar en este las periódicas frustraciones que particularizan su gestación y su posterior desarrollo histórico. Tampoco el tipo de población inmigratoria que lo habitó. Las resonancias que han tenido estas particularidades en el proceso cultural y, en consecuencia en el mundo educacional, son evidentes. Además el Estado no logró nunca dar a ese mundo la organicidad que este requería: la urgencia indiscriminada por aplicar el conocimiento a la producción de riqueza; los compromisos de todo tipo que frecuentemente sacrificaron, por interés o por cortesía, lugares claves de la educación. Cuando se alude a “fábricas de profesionales” refiriéndose a la Universidad Argentina, no se puede pensar en una falta de certeza en la crítica, y pese a todo lo que se ha postulado en contra esta situación todavía no se ha podido lograr que la pereza del espíritu siga haciendo, con otros males, signo del ámbito educacional. Si bien modificar esta situación es responsabilidad de los especialistas y son ellos quienes deben resolver el problema, quienes deben evitar que el conocimiento y la formación mental de los hombres sea una cosa invertebrada, sin conexiones íntimas con su tiempo, conviene recordarla para prever las dificultades que supone esperar aquí, que nuestra enseñanza favorezca el acercamiento entre el público y la obra de arte. Al menos conviene no hacerse demasiadas ilusiones en ese sentido.

Esos estigmas -también conviene recordarlo- no son privativos del sector educacional, sino que también se han generalizado en otros y, en especial, donde se participa activamente en la producción de cultura. Así el llamado mundo artístico e intelectual no deja de ser indiferente y conformista, manso y prudente. Pero todo hace pensar que es en este sector de la cultura y con aquellos que excepcionalmente se han sustraído a esas cualidades negativas, donde habría que comenzar a combatir los males señalados si se quiere iniciar toda la tarea que queda por hacer en nuestro país. Adolfo Prieto en su trabajo “Sobre la indiferencia argentina”, dice: “El intelectual y el artista argentino se enclaustra en los intereses de alguna cofradía y se desentiende de los de las otras. Con un insospechado espíritu de gremialismo medioeval transfiere su dosis de excitabilidad a los intereses del círculo, y con esta delegación se satisface. La tercera parte de los estudiantes y profesionales universitarios desconocen el nombre y la obra de nuestros actuales escritores y poetas, no por ingenua ignorancia sino por paladina indiferencia. Escritores y poetas se toman a la vez su buen desquite. La explicación más a mano la del especialísimo, no es exactamente justa, por que no hay en estos gremios abundancia de especialistas, ni el especialismo puede cortar los lazos de la mayor projimidad imaginable: lo que va de hombre a hombre atados a un suelo y a un destino común, lo que va de argentino a argentino”.

La voluntad última de restablecer vínculos entre los hombres -vínculos sino abolidos suficientemente desatados pese al suelo y al destino común-, no basta, tampoco la obra individual o el trabajo aislado. Pienso que actualmente se requiere también la acción orgánica y de ninguna manera uniforme de los intelectuales para que esta acción gravite progresivamente en nuestra realidad.

La difusión de criterios equivocados o fragmentarios sobre lo que debe ser la obra de arte, o la depreciación de su importancia en esta época, o la aceptación de cualquier manera falsificada de ese arte -como la propaganda-, tiene como antecedente una mentalidad negativa que nos configura y nos preside. A esta mentalidad es necesario oponerle otra localizada en nuestro ámbito y a nuestra circunstancia, que tienda a reemplazarla. Sino tendremos que habituarnos a contemplar la deformación impune que se opera del gusto popular y, por lo tanto, también acostumbrarnos a que se impida la percepción estética y se reemplace la comunicación. 

Esa nueva mentalidad será evidente en la medida que de claridad a la conformación de este momento; si a esta conciencia reflexiva se suma a la necesidad de asumir la obra de arte y sus contradicciones y la voluntad de ser estricta para con ella y generosa para con sus destinatarias, pienso que esa mentalidad será nueva. Es decir una mentalidad que prefiera no aislarse y busca incansablemente la manera de dialogar. 

No incurriremos por esto en la ingenuidad de suponer que la transformación, aunque regida por ese nuevo estado mental, sea inmediata y cumplida totalmente. Para que esto ocurra se requieren otras transformaciones de las cuales, en cierta medida, depende la cultura. Pero esa es tarea política que si bien nos incumbe no podemos desempañar. 

Conviene aclarar que tanto estas interdependencias, como la de las defecciones señaladas a lo largo de estas palabras, si bien condicionan, no detienen el proceso cultural. Tampoco se trata como señala Alfredo Hlito, de rescatar el arte. Todo hace pensar que hay una necesidad de crearlo que no ha sido vulnerada. Prueba de ello es la existencia de un arte nacional de “formas socialmente legítimas”. 

Pero si bien el proceso cultural no se detiene, conviene impacientarse por favorecerlo. Así también, si bien el arte no necesita ser rescatado conviene no olvidar que si sus formas expresivas dejan de poner en movimiento zonas íntimas del espíritu de los hombres, es imposible aspirar a que se establezcan verdaderos vínculos entre ellos. Tendríamos que olvidar la comunicación, el amor entre los hombres. Pienso que estamos ante una exigencia actual que debemos asumir y ante la última instancia que nos hemos propuesto para esta Primera reunión de arte contemporáneo”.