Los 10 años de silencio y las 15 mil vidas del Cabeza de Zanahoria

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Los 10 años de silencio y las 15 mil vidas del Cabeza de Zanahoria

01 Julio 2018

Por Norman Petrich

Luis Rogelio Nogueras es uno de los emblemas de una generación que nace literariamente, trabaja y hasta (podríamos decir) decide morir bajo el ascendente trascendental que resulta ser la Revolución Cubana de 1959.

Pero entre la publicación de su primer libro y el segundo pasaron 10 años.

10 años.

Sabido es que ese espacio de tiempo sin publicaciones no se debió a una decisión personal. En esa década escribe varios guiones cinematográficos, en el 73 culmina la escritura de su segundo libro de poemas y hasta termina dos novelas policiales.

Entonces ¿qué habrá pasado por su roja cabeza? ¿Cuán en duda habrán sido puestas sus convicciones?

Para intentar alguna respuesta, como indican los libros, comencemos por el principio. Es así como nos trasladamos a los primeros años de la década del 60 donde empieza a generarse una corriente que “niega dialécticamente” a la poesía generada por Orígenes, con Lezama Lima como su figura más reconocida, y busca su decir en un intento de “conversar” con su posible lector: empieza a corporizarse eso que Mario Benedetti llamó “los poetas comunicantes”.

Es en esa búsqueda que varios jóvenes se embarcan en una experiencia colectiva llamada "El Caimán Barbudo", allá por el 66, desde donde dejan en claro cuál es el camino a recorrer a partir de su manifiesto inicial conocido como “Nos pronunciamos”, donde proclaman "consideramos que toda palabra cabe en la poesía, ya sea carajo o corazón"; ésta será una alimentación recíproca porque la revista cobrará notoriedad por la fuerza poética de sus integrantes, Víctor Casaus y Luis Rogelio Nogueras, entre otros.

Porque ya en 1967 aparece el primer libro de Nogueras, como fruto de haber obtenido el primer premio en la primera edición del Premio David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Cabeza de zanahoria es un libro, cuya "mayor virtud", según el jurado,  reside en “su relativa madurez formal”. En todo caso, es un libro que compartía la mirada estilística de ese puntapié a lo establecido que fue “nos pronunciamos”.

Luego, ese espacio de 10 años, entre los que se cuentan los conocidos como el “quinquenio gris” en la historia de la isla.

¿Se habrá preguntado ahí cómo y por qué se escribe un poema? ¿Cuánto vive?

"El etérnoreternógrafo", uno de sus más conocidos poemas, ese que llegó a decir que no le pertenecía, que inclusive su escritor (Luis Rogelio Nogueras) no existía y que todo era una broma salida de la pluma de un escritor cubano llamado Wilfredo Catá, parece ser una respuesta.

El joven poeta murmuró cerrando el libro de Apollinaire:

“Este sí que es un poeta…”

Y Apollinaire, el soldado polaco Wilhelm Apollinaris de Kostrowitzky,

enterrado hasta la cintura en el fango de la trinchera cerca de Lyon,

mirando la noche estrellada del 4 de agosto de 1914,

la tierra reseca, florecida de estacas y alambres de púas,

sembrada de minas esa noche de 1914,

mirando las bengalas azules, rojas, verdes, en el cielo envenenado por los gases,

apretó el húmedo librito de Rimbaud mientras

sobre su cabeza pasaban silbando los obuses.

Y Rimbaud, haciendo sus maletas en Charlesville,

echó junto a su ropa los versos de Villon.

Y Villon, el doce veces condenado, el apócrifo, el inédito,

pensó ante el patíbulo en las tres cosas que más había amado: su mujer Christin,

su leyenda, la de él, la de Villon,

y el borroso recuerdo de unos versos que hablaban

de la noche del 711 en que Tarik se apoderó de Gibraltar.

Y el sombrío poeta árabe que escribió aquellos versos

la calurosa noche del 711 apoyándose en la cimitarra86

imitaba los versos que su abuelo le leía en la lejana Argel;

y el abuelo de Argel había leído a Imru-Ui-Qais,

al que Mahoma consideraba el primer gran poeta árabe;

lo había leído una interminable jornada en el desierto de Sahara

(más húmedo entonces)

En la lenta marcha de los camellos y las teas encendidas.

Y es probable que Imru-Ui-Qais escribiera en la lengua de Alá imitaciones de Horacio,

y Horacio admiraba a Virgilio,

y Virgilio aprendió de Homero,

y Homero, el ciego, repetía en hexámetros los extraños poemas

que se susurraban al oído los amantes en las estrechas calles de Babilonia y Susa,

y en Babilonia y Susa los poetas imitaban los versos de los hititas de Bog

Haz Keui y de la capital egipcia de Tell El Amarna,

y los poetas del 4000 a.n.e.

imitaban a los poetas del 5000 a.n.e.

Hasta que el hombre de Pekín, en la húmeda caverna de Chou-Tien

viendo arder lentamente sobre las brasas el anca de un venado,

gruñó los versos que le dictaba desde el futuro

un joven poeta que murmuraba cerrando un libro de Apollinaire.

Al igual que Roque Dalton, su poesía tiene un fuerte vínculo con el cine; los poemas se transforman en guiones que una cámara imaginaria va captando. Al igual que el salvadoreño, paga la influencia de Vallejo con un gran poema: “El entierro del poeta”:

Dijo de los enterradores cosas francamente
impublicables.

Blasfemaba como un condenado 
y a sus pies un par de águilas lloraban pensando
en las derrotas. 

En el entierro estaba Lautréamont, 
yo lo vi desde mi puesto en la cola: 
dejaba el sombrero al borde de la tumba 
y cantaba algo triste y oscuro 
(lloraba honradamente, ya lo creo, y los
caballos devoraban higos en silencio). 
Hubo discursos,
sonrisitas de Rimbaud junto a la cruz, 
paraguas abiertos a la lluvia como 
a él le hubiera gustado. 
Hubo más: 
hubo viernes y 
canciones funerarias,
palomas que volaban sin sentido, como niños, 
versos oscuros, 
la hermosa voz de Aragón, 
suicidios deportivos de Georgette y nunca más
y hasta siempre. 

A la hora más triste del asunto 
no quería bajar porque decía que allí estaba oscuro.
Pero estaba muerto y hubo que bajarlo. 
Los sombreros abandonaron las cabezas, 
se alzaron copas, adioses, letreros de nunca te
olvidamos. 

(Un joven poeta a mi derecha le mesaba las
rodillas a la muerte). 
Lo bajaron.
Se aplaudió en forma delirante; 
la gente corría como loca asumiendo lo grave
del momento. 
Lo bajaban.
Las mujeres lloraban en silencio 
porque bajaban las águilas, los sueños, países
enteros a la tierra. 
Se intentó una última sentencia: 
Nerval se acercó con una tiza y escribió con
letra temblorosa:
Su cadáver estaba lleno de mundo.
Desde el fondo, Vallejo sonreía sin descanso
pensando en el futuro, 
mientras una piedra inmensa le tapaba el
corazón y los papeles.

Diez años después aparecerán su segundo libro de poemas, Las quince mil vidas del caminante y su novela de contraespionaje Y si muero mañana, Premio Cirilo Villaverde de 1977. “El género policial es un género que surgió —como diría Marx— del lodo y la sangre del capitalismo, y, sin embargo, es un género que ya ha comenzado a dar frutos también en el socialismo. Creo va por un buen camino, creo que es posible que en algunos años —no quiero dármelas aquí de pitonisa— es fácil prever ya desde aquí, a partir de las obras que se han ido publicando, que en un lapso más bien breve va a haber un reverdecimiento de este género que despojado de los elementos espurios a los que es sometido este género en el capitalismo, los elementos de comercialización: sexo, violencia, etcétera y armados de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestra óptica, de nuestro modo de ver las cosas, se va a producir una literatura policial a la altura de las exigencias, de aquí y de ahora en este terreno.”, le responde a Orlando Castellanos, en una entrevista. Y si muero mañana es una muestra de lo que piensa “El Rojo”, es una novela en la que uno advierte que está escrita por un poeta, dice José Antonio Portuondo. Pero sigue sin aportar respuestas (por lo menos no del todo) a las preguntas iniciales.

Antes de publicar el libro que lo pondría en el centro de la escena ya tenía escrito y estaba por editarse uno que, según le dice en el mismo reportaje a Castellanos, es el que considera su tercer libro de poemas y que lleva un título de otro género: El último caso del inspector. Si digo que su próximo libro lo pondrá en el centro de la escena, éste busca todo lo contrario. Nos empuja a romper los tickets de apuestas o a comprobar que a veces las cosas no encajan tan fácilmente en los moldes ya cocidos con que se intenta clasificar a la literatura, en este caso, a la poesía. Porque al leerlo uno puede preguntarse ¿es poesía social? ¿es poesía amorosa? ¿es, en verdad, un libro de poemas? Cabe esta última pregunta ya que lo que el “Wichy” nos presenta es una selección de textos de autores universales hasta ahora desconocidos (nueva pregunta: ¿existen estos autores? Existen desde el momento que el autor nos dice que existen pero si usted es de los que le gusta tantear el piso, llámelos heterónimos y nadie saldrá a refutarlo) y de los cuales “aporta” datos biográficos (escritos con una mirada irónica y toques de fino humor), que son tan importantes como los poemas “antologados" para entender cómo el cubano recorre la Historia y las formas que la cultura toma para ser parte de esa historia y convierte este collage de versos y datos en una sola cosa llena de inspiración artística (como un libro hecho de muchos libros), una relación dialéctica entre la palabra y el hombre.

Es así como uno se puede encontrar con Alfonso Álvarez de Oliva (escrito en español antiguo que trata sobre las tentaciones de un abate, la escritura sobre el amor y el encuentro del verdadero), Unno Ahl (cuya profunda militancia antifascista no es traba para desplegar una contemplación sencilla a la hora de volcarla en el papel: "gané y perdí/ amé/ y a los treinta años/ todavía soy dueño del mundo/ Día a día contemplo las nubes/ y me digo:/ sólo el deseo es eterno"), con los Celos de Giovanni Cino, o el bello poema de W.S.T. Zen Eugen Jahra, quien a los 109 años es aún presidente de la República de Simbeck (estado que ayudó a fundar junto a los nativos y que no tiene propiedad privada) y cuyos poemas son inspirados por una adolescente de 16 años ("yo era un viejo cuando tus padres/ no habían nacido,/ habré muerto/ cuando aún se mantengan firmes tus pechos/ bajo el abrigo de piel de foca que ayer te regalé"), vemos cómo la relación entre la palabra y el hombre parece ser dirigida por “esa peste” que despierta séquitos de malos romances y que responde a la sentencia dolinesca de que “la vida vale menos que el amor”. Pero si intentamos acercarnos desde los poemas de Ah-Quoc (poeta oral precolombino) o Tristán Lacroix (joven escritor que muere a los 18 años asaltando la Bastilla al grito de "¡Adelante! ¡Adelante! ¡Adelante!/ Campesino…¡ven con nosotros!/ Pero antes: ¡quema los establos de tu señor!/ Quémalo todo/ Ya habrá tiempo de reconstruirlo") esa relación pasa por un compromiso más allá de lo carnal: la teoría de Dolina cobra otro valor (como también el amor) y esa dualidad entre poesía social o amorosa empieza a mostrarse tal cual es: falsa. 

Más cuando aparecen Max Schutz (berlinés comunista en épocas de las huestes hitlerianas) y Miki Taisuke (japonesa de procedencia aristocrática, experta en artes marciales y en esquivar pretendientes, para vergüenza de su familia, cuyo estrato social no le venda los ojos ante la miseria de su pueblo: "y tu padre volvía de noche/ pálido, y tan delgado bajos sus ropas raídas/ que yo me ponía a llorar/ y le pedía al buen Jizo/ dios de las mujeres encintas/ y de la fecundidad/ que no te trajera al mundo, hijo mío/ que te librara del hambre y la humillación/ y el buen dios me complacía") y nos dicen cómo sobrevive lo humano, el amor humano, en las horas de las bestias: "Mi amigo Andrej Wolterch fue asesinado/…/ en su casa de / Varsovia: la Gestapo quería que dijera dónde estaban las armas/ …/ su hijo lo vio morir, pero no le oyó decir una/ palabra/…/ ignoro si Andrej logró que el pequeño Jerzy/ aprendiera a dibujar un rostro de hombre/…/pero el pequeño Jerzy vio morir a su padre/ sin decir una palabra (oídlo bien: sin/ decir una palabra) Y era como si Andrej/ le estuviera enseñando, por última vez/ un rostro humano/ el más humano de todos los rostros". 

Una cadena de míticos personajes nos confunde aun más en esta búsqueda clasificatoria. El loco Otto Vahinger, precursor de la escritura automática; el niño prodigio Yves Moor, quien a los 3 años ya había publicado dos libros, a los 5 sus memorias (en cuatro volúmenes) y entre los 5 y los 10 años (edad de su temprana muerte) monografías sobre Esquilo y la metáfora en Shelley, entre otros; Bnowta, cuyo texto para algunos eruditos tiene más de 400 siglos y es conocido como el Mensaje Sautuola ("he vuelto para mirar con mis ojos/ inmortales los antiguos astros ya muertos/ he vuelto para mirar con mis ojos/ inmortales las bestias imposibles/ he vuelto para mirar con mis ojos/ inmortales el yermo donde se asentarán los cimientos del Murr"); Joe Bell, maestro de Conan Doyle, cuya figura habría inspirado al famoso escritor para realizar al no menos conocido personaje y cuyo poema da título a esta obra. Pero los dos escritos bisagras que nos marcan que esa inútil búsqueda clasificatoria está realmente vencida son “Un poema”, anónimo, escrito por un combatiente del FSLN escrito en los momentos culminantes de la lucha revolucionaria contra la dictadura de Somoza Debayle ("En el vórtice de las luchas de clases/ escribió un poema de amor/…/ entre la muerte y la tortura/ escribió un poema de amor/ …/ y ahora amado hasta el fondo de su sombra/ escribe un poema social/…/ un poema por cuyos versos cruzan pidiendo justicia/ las masas obreras y campesinas") y “Con escasa tinta”, de Vasili Mijáilov, combatiente ruso en la Segunda Guerra Mundial, cuya carta de amor escrita para su reciente esposa se convierte en una canción que es entonada por miles de gargantas en todos los frentes ("Si lees esta carta será porque habré muerto/…/ será porque mis camaradas la hallaron en mi bolsillo/ junto al trozo de pan que no tuve tiempo de comer/ junto a tu foto maltratada/ por las marchas, el sudor y la lluvia…").

“Es como si el poeta calculara un sobresaturación ideológica e informativa sobre el asunto que aborda”, dice Guillermo Rodríguez Rivera.

¿Responde este paseo por tan hermoso libro las preguntas realizadas durante esos diez años? No del todo pero empiezan a dejarnos pistas.

Vendrá en 1981 el premio Casa de las Américas de la mano del libro Imitación de la vida, pero Luis Rogelio Nogueras ya era el Wichy, El Rojo, El Cabeza de Zanahoria. Ya estaba en el centro, aunque a cada instante se corriera.

Su inesperada muerte el 6 de julio de de 1985 tampoco nos agrega mucho, más que la sensación de hace frío sin ti pero se vive.

El humor de Nogueras, de sus poemas, sí que agrega. Cuenta Silvio Rodríguez: “A veces tocaban más o menos temprano a la puerta negra, la del 4 al revés en el segundo piso, y cuando abría era aquel amigo alto, pálido y pelirrojo como un británico, vestido y peinado cuidadosamente, que portaba un maletín con cerrojos de donde salían cuartillas, casetes de música o de betamax, libros hechos o medio hechos, aspirinas, servilletas de papel y fotos propias que de pronto te dedicaba. Lo más curioso de todo era el pomito mediado de café que invariablemente extraía de aquella suerte de sombrero de copa y la naturalidad con que pedía un vaso para bebérselo. Siempre tenía la delicadeza de brindar, pero yo sabía que aquella era su decorosa manera, no exenta de patetismo, de hacer que me fuera a la cocina y desde allí vociferara: “No te tomes esa mierda, que voy a colar”. Inmediatamente asomaba la cabeza y me decía: “Flaco, pero este está bueno todavía”. Yo generalmente no contestaba, dando por sentado que aquello era parte de un libreto, pero otras veces, cuando estaba cabrón por la falta de sueño, le decía: “Perfecto, suénate tú la mierda esa, que yo me tomo el que voy a hacer”.

Una de las últimas veces que efectuamos aquella danza barroca y matutina me vino a proponer el papel principal en una película a cuyo guión le estaba dando taller. Le dije que a mí me hubiera gustado poder actuar, pero que estaba visto que las musas histriónicas no se me daban. Pareció no escucharme y ripostó que alguien quería llamar a Rubén Blades, pero que él pensaba que el papel era perfecto para mí. Recuerdo que yo trataba de salir del sopor en el que me encontraba después de una noche sin pegar un ojo y que me tragaba buches de café amargo, mientras mi amigo alto y pálido como un inglés ―pero con labia de cubano― me prometía que aquella historia era un fenómeno. Se trataba de un cantautor famoso que había tenido miles de jebitas de todos los tamaños y colores, con las que había jugado a su antojo porque ninguna le había llegado a donde había que llegarle a un hombre. Cuando el cantautor, después de pasar por un rosario impresionante de mujeres, llegaba a la madurez y se sentía solo y agotado, se encontraba con un titi, una adolescente fresca y delirante que se lo bailaba olímpicamente y luego hacía una muesca en el cabo de su pistola. El final era el cantautor desolado, cayéndole atrás a la vampiresa primaveral, la que además le cantaba una canción de él mismo, justo la que él solía usar para levantar niñas.

Cuando mi amigo terminó la historia de lo que parecía ser la próxima súper-producción del ICAIC, yo estaba lo suficientemente despierto como para decirle: “Y ¿por qué en vez de con un cantautor no hacen esa película con un joven poeta?” Se quedó un instante mirándome muy serio y acto seguido empezó a emitir aquel sonido parecido a kej kej kej (con la e muy corta) que usaba para carcajearse.”

Debo decir que, quizás, escribí este “artículo” (como le gusta llamar a las notas los cubanos), este racconto de algunos de los hechos y libros en la vida de Nogueras sólo para rendir homenaje en un nuevo aniversario de su partida hacia la eternidad a esos 10 largos años, en donde el poeta al que Silvio le escribe y dedica “La tonada inasible” y al igual que otros tantos escritores cubanos, pensó que los logros que la Revolución había traído al país estaban por encima de la desastrosa política literaria de esa década de los 70. Esperando que sus palabras surjan por sobre todos los silencios.

Y eso es todo. Parece poco. No deja de ser mucho.

Fuentes:

Encicloferia, Coedición Mucufligo y Fin de Siglo, 1999

De nube en nube, Ediciones La Memoria, Centro Pablo de la Torriente Brau, 2003

El último caso del inspector, Ediciones Letras Cubanas, 1983; Ediciones Último Recurso, 2009

Y si muero mañana, Letras Cubanas, 2001