La política en el cine de época con protagonistas femeninas
“La historia de la oposición de los hombres a la emancipación de las mujeres es quizá más interesante que la historia de esta misma emancipación”. Virginia Woolf en "Una habitación propia" (1929).
Situándonos en la actualidad, nos encontramos en una época donde la política y el entretenimiento buscan opacar al futuro cercano: mirando hacia atrás con la misma devoción con la que antes soñábamos con lo nuevo. Los artistas compiten por recrear décadas pasadas, los políticos se enroscan reviviendo errores de precursores, y hasta las redes sociales reciclan estéticas vintage como si fueran pasaporte a la autenticidad. Este romance con lo retro no es inocente: condiciona la forma en que interpretamos lo que vemos. En estos últimos años, terminamos envueltos en revivals, secuelas, spin-offs, remakes, etc. de series y películas exitosas de décadas anteriores y los trends de moda a seguir provienen del Y2K. Cuando una historia se presenta envuelta en trajes de época o imágenes granuladas, la asumimos como “profunda” o “culturalmente valiosa”.
El problema que se puede encontrar en este resurgimiento de épocas pasadas, un prejuicio cultural e intelectual al pensar a qué nos referimos cuando hablamos de “escenarios históricos”. Cuando surgen las remakes de películas slashers o las secuelas a películas de Disney Channel no se menciona nunca la referencia como algo histórico, lo que es relativamente justificable dado que ocurren en la actualidad o en pasados muy cercanos; pero inclusive cuando salen películas como Mujercitas (2019, Greta Gerwig), Lady Chatterley’s Lover (2022, Laure de Clermont-Tonnerre) o Emma (2020, Autumn de Wilde) que son ambientadas en siglos pasados, aún así no las consideramos películas históricas. Vengo a plantear que la razón de esto es porque todas tienen algo en común: su género y su público.
Orgullo y prejuicio (2005, Joe Wright) vs Dunkerque (2017, Crispopher Nolan). Una ganó tres Oscars y dos BAFTA, la otra no ganó ningún premio importante. ¿Pueden adivinar cuál? ¿Por qué vemos a protagonistas femeninas e historias románticas y automáticamente las consideramos menos importantes? ¿Qué vemos en un campo de batalla que no podemos ver en un salón de baile?
Cuando pensamos en una película de época femenina, la imagen que viene a la cabeza son vestidos pastel y sombreros grandes en un escenario de prados con flores y verdes brillantes; mientras que una película de época masculina es oscura y ruidosa, con contrastes muy altos y un rango de paleta azulada, ruidosa y violenta. Ahora bien, yo no soy quien para decir a qué género le gusta que género, claro que hay mujeres fanáticas de Tiempos de Gloria (1989, Edward Zwick) así como debe haber hombres fanáticos de Sensatez y sentimientos (1995, Ang Lee) pero es indudable quienes generan la mayor parte de la audiencia de cada una y sobre todo para quien fueron publicitadas estas obras.
¿Por qué vemos a protagonistas femeninas e historias románticas y automáticamente las consideramos menos importantes? ¿Qué vemos en un campo de batalla que no podamos ver en un salón de baile?
El propósito de esta nota no es discutir si las películas de guerra son o no aptas para el consumo femenino, sino discutir por qué creemos que una película de guerra es genuinamente más importante que una de romance; si no es por el simple hecho de que están hechas para mujeres. Lo que estoy intentando decir, claramente enroscándose de más, es que hay un cierto prejuicio en la etiqueta de género donde las películas de época ambientadas en el siglo XIX, centradas en relaciones, herencias, costumbres sociales, se catalogan como dramas románticos fáciles y tontos para mujeres, si bien las temáticas que tratan son inherentemente políticas. Mientras tanto, las ocurridas a mediados del siglo XX que tratan de guerra, espionaje o grandes decisiones de Estado son etiquetadas como “dramas históricos” o “thrillers políticos” —y suelen recibir más premios y prestigio crítico.
El problema que tenemos es que se nos inculcó la idea que cualquier conflicto personal no puede ser percibido como un conflicto político, y que todo lo personal convoca a la sensibilidad maternal; que en el romance ficticio no se puede hablar de historia relevante. De qué política hablan los hombres sentados en la mesa del comedor mientras que las mujeres hablan de sus hijos mientras limpian la cocina. Son siglos y siglos, familias y familias, historias e historias de está jerarquización de géneros (tomen “géneros” tanto como el género social (sexo) o el género de ficciones).
El hombre norteamericano hollywoodense, quien domina el mercado, asegura, siempre confiado, ser superior intelectualmente, y prioriza una publicidad de mayor intelectualidad a aquellas películas que le gustan a él, ignorando que una obra dramática y personal puede ser más poderosa y política que alguna que trata de conflictos internacionales. Son maestros de la literatura clásica europea y novelas que son consideradas hoy de las mayores influencias para narrativas contemporáneas y construcciones de personajes completos las que avalan la teoría de que una película romántica es mucho más política (e interesante) que cualquier historia grandilocuente sobre soldados en batallas o políticos en oficinas blancas.
Emma, en el libro, tal vez más importante, de Gustave Flaubert, Madame Bovary (1856) es una mujer que sueña con una vida como la de sus libros de romance. El libro retrata las limitaciones impuestas a las mujeres por la moral burguesa y el orden patriarcal del siglo XIX, promocionando un discurso altamente politizado a través de una variedad de encuentros románticos que se le presentan a Emma. Unos 40 años antes, es Jane Austen quien presenta las dinámicas sociales entre familias económicamente diferentes y crea una crítica a los tratos sociales para cada una a partir de los diferentes romances de sus novelas.
En 1920, Edith Wharton ahoga a sus lectores con aires de inestabilidad y prejuicios sobre sexualidad, dinero, política y género en su novela La edad de la inocencia a partir de la conexión romántica entre May Welland y Newland Archer. El romance, un hecho con el que casi toda la población del mundo se puede identificar, es una poderosa alegoría y conducto para conflictos políticos. Jane Austen, Gustave Flaubert, León Tolstói, las hermanas Brontë, Edith Wharton, etc., demuestran que hablar de matrimonio, herencia, reputación y deseo es también hablar de poder, economía, clases sociales y moral pública. Una historia “seria” puede ser contada con colores brillantes y debajo de paraguas de sol.
Austen, Flaubert, Tolstói, las hermanas Brontë, Edith Wharton, demuestran que hablar de matrimonio, herencia, reputación y deseo es también hablar de poder, economía, clases sociales y moral pública.
Romance, considerado algo para niñas o mujeres sensibles, algo que podemos reconocer como una experiencia global (porque sinceramente los únicos que experiencia la guerra de forma tan normalizada son los yankees) está fuertemente ligada a uno de los sentimientos más complejos y adultos que hay, porque vemos guerras y política desde el colegio primario pero la intimidad es algo oculto, secreto, tabú, peligroso, clandestino. Las películas de romance, muchas veces, tratan sobre todo sobre lo que no vemos, sobre la intimidad familiar, sexual, propia. ¿Cómo podemos vivir con un mercado que nos hace creer que la intimidad es algo idiota? La intimidad es algo que nunca vamos a poder comprender, cada uno la vive distinto y encuentra diferentes formas de expresarla; cada película de romance es una nueva teoría o hipótesis que desarrolla formas de procesar “lo íntimo”. El deseo sexual, algo tan tabú en casi todas las culturas, más que la plata y la política, encuentra un lugar de libertad de expresión dentro de las películas de época y romance. ¿Será por eso que el hombre no quiere verlas? ¿Tendrán miedo?
El feminismo lo viene diciendo desde los 70, Simon de Beauvoir lo dice en El segundo sexo (1949): “Lo personal es político”. El cine de época con protagonistas femeninas no es un pasatiempo decorativo; es una radiografía de cómo el poder y la opresión se infiltran en cada aspecto de la vida privada. Reducirlo a simplemente “romance” es como decir que Dunkerque es solo un documental sobre barcos. Acostumbramos a desdeñar los dramas de como obras sin peso político pero debemos tener en cuenta que las guerras se acaban, las estudiamos y las pensamos, indudablemente nos marcan pero a su vez las estructuras de género y clase que Austen, Flaubert y compañía retrataron hace ya dos siglos siguen ahí, agazapadas, listas para dictar quién se casa, quién hereda y quién queda fuera de la historia oficial. Y eso, se mire desde donde se mire, es tan político como cualquier batalla.