El “infierno” en Bellas Artes: muestra solista del maestro Germán Gárgano
Cuando un maestro está vivo, hay que aprovechar y empaparse lo más posible de su obra y su pensamiento. En este momento se expone en el Museo Nacional de Bellas Artes una muestra exclusiva del gran Germán Gárgano. Vayan y tengan su experiencia.
Voy a decir la verdad (como siempre), no están sus grandes exploraciones del color, que era lo que yo creía que me iba a encontrar. Lo que vi son exploraciones de otra índole, pero terriblemente inquietantes, les aviso.
Cuando entrás a la sala, te salen al paso, como si saltaran sobre vos, un par de esos óleos de colores puros y cuasi figurativos, pero en cuanto cambiás de pared ya te encontrás con otra cosa: tintas, dibujos (¿manchas?) que me remitieron en un pestañeo a la Dictadura desaparecedora: extrañamente, estos frágiles dibujos arrancados a una libreta con espiral dan miedo.
A esta sala, Germán junto al curador y artista Pablo De Monte la llamaron “La antesala”. A la sala principal, sin temor frente a semejante desafío, la denominaron directamente “El infierno”.
Antes de contarles el infierno que expone Germán, me parece necesario plantearles el concepto que domina su pensamiento: el extravío (lo dijo, de hecho, en el discurso de inauguración).
Germán es psicólogo, además de artista, por lo que conoce muy bien las implicancias de este concepto: lo mejor que puede pasarle a un pensamiento (sea de la disciplina que sea, pues hay pensamientos que se transmiten con sonidos, otros con palabras, otros con colores, etc.) es extraviarse. Irse. Desviarse. Sin plan. Sin camino. Como cuando nos vamos emborrachando con amigos, más llevados por las palabras (o los colores), que por el alcohol. Perderse.

El nombre general de la muestra, de hecho, es el heideggeriano Sendas perdidas. Son los caminos de un bosque imaginario que nos abandonan en el infierno en el que se convierte, para algunos, nuestra realidad hiperconectada. Son los caminos derrotados, “perdidos”, que en las vueltas de la vida nos conducen a lugares que tal vez no deseábamos, pero que el habitarlos nos fortalece.
Para no temerle al extravío, se debe estar seguro, aunque no se lo sepa, de la fecundidad del propio pensamiento, porque en ese extravío, si lo que se piensa es auténticamente fecundo, el sentido no va a perderse, más bien al contrario, es muy posible que sin quererlo se encuentre o se cree un sentido nuevo. Incluso su sentido más propio. De la derrota hay que hacer virtud.
El infierno de Germán son unas tintas en blanco y negro que están prometiendo todo el tiempo una figuración que nunca llega a plasmarse (solo uno de los cuadros tiene colores en su base, un naranja rojizo que te recuerda que lo que estás contemplando es ese inframundo que arde).
Es la locura de la sobrepresencia de formas que se diluyen en una promesa de encuentro que no se concreta.
Una lluvia deformada, deformante.

Me resisto a creer que así somos las personas normales que nos vinculamos en esta hiperrealidad en la que vivimos, pero es posible que Germán esté ayudándonos a pre-ver el mundo hacia el que nos dirigimos, felices y satisfechos como idiotas glotones.
Una realidad amorfa hecha de líneas que atrapan al espectador, que se queda mirándolas y hasta disfrutando de este desdibujamiento de cualquier figura: eso que a la distancia parecen humanos caminando no son más que comas y líneas quebradas sin consistencia cuando te acercás.
La sala está tapizada de una tela azul oscuro, y los cuadros están clavados con alfileres. La luz refleja cosas, la sombra de otro visitante (en este caso, les juro, era Daniel Santoro) se interpone entre la obra y vos. Necesitás verla desde varios lados. Pero de algún lado de la realidad llegan los sonidos del brindis.
Voy a volver un miércoles a la tarde, a esa hora mortal en la que el museo está vacío y solo.
PD: Germán Gárgano no necesita que lo presentemos, y mucho menos lo voy a presentar con aquellos datos que él se resiste a nombrar. Les recomiendo que vayan a ese lugar maravilloso que es el Museo, y a esa sala infernal… y hermosa.
