Crónica extraterrestre en plena pandemia

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Crónica extraterrestre en plena pandemia

17 Mayo 2020

Ilustraciones: Daniel Mundo

Por Daniel Mundo

 

“La exploración del espacio celeste es una rama de la geometría aplicada

y tiene muchas afinidades con la pornografía”

James Ballard

Mitos del futuro próximo

Debido a mis creencias personales no puedo decir que algo de lo que se narra en esta crónica sea real

 

Quizás el lector espere, con alguna razón, que en este breve recuerdo angustiante que voy a compartir cuente lo que los extraterrestres me dijeron que va a ocurrir el día que esta pandemia global que nos está matando se acabe o algo por el estilo. Lamento desilusionarlo. En realidad, a mí los extraterrestres no me dijeron nada. Se lo dijeron a mi mamá. El recuerdo íntimo que voy a contar tiene que ver con mi mamá y unos extraterrestres que mandan mensajes a los seres humanos. Posiblemente lo haya recordado debido a la noticia de que el Pentágono liberó un par de videos en blanco y negro que ya todos conocíamos sobre platillos voladores captados en actitud infraganti. Lo cierto es que sobre el final de su vida mi mamá empezó a tener estos sueños que se continuaban de una noche para la otra. No soñaba todas las noches, pero cuando lo hacía, el sueño solía retomar uno anterior. La secuencia era la misma: prendía la radio y llegaba el mensaje. Mi mamá estaba segura que los mensajes se los enviaban unos extraterrestres que se burlaban de la credulidad humana. Los extraterrestres utilizan los más variados medios de comunicación para influir en nuestro destino. “Se ríen de nosotros”, decía. Debo aclarar, también, que si la difusión de estos videos de OVNIS fue accidental o intencionada, o si lo que muestran es real o fraudulento, en el fondo no cambia esta historia. Nadie deja de creer porque quiere.

En la historia que despiertan los sueños de mi vieja hay otros personajes que participan, algunos desconocidos, otros muy prestigiosos como S. Lem, K. Vonnegut, W. Burroughs, Charly García, etc. Pero mi mamá no sabía nada de ellos. Mamá se limitaba a recibir señales y ponerse contenta o angustiarse con la historia que vivía mientras dormía. Durante los últimos años de su vida las historias se intensificaron. Recuerdo la vez que contó un sueño en una cena familiar en la que estaban mis hijas, mi pareja y la familia de mi pareja. Todos quedaron fascinados o perturbados por el sueño. De hecho, cuando salimos a fumar, mi suegro me dijo que a él le ocurría algo parecido, pero no en sueños, sino en esos estados de inconsciencia que le agarraban de tanto en tanto. Yo sabía que le pasaba eso, que de pronto “se iba” y se quedaba como dormido de improviso. Las "caídas", como lo llamaba la familia, tenían diferentes grados de profundidad. El que lo veía, igual, siempre se asustaba porque parecía muerto. Luego de muchos análisis, el psicólogo y el neurólogo le diagnosticaron epilepsia. Le dijeron que la epilepsia era ahora mucho más normal que antes. Que no tenía que asustarse. Esa noche me dijo que a él las "caídas" nunca lo habían asustado: "Voy a dejar que sigan diciendo que tengo epilepsia así me jubiló de una buena vez y sigo cobrando el sueldo entero y chau -me dijo- pero la verdad es que en las “caídas” lo que yo hago es grabar en mi cerebro los mensajes que me mandan del espacio. No le voy a decir nunca a nadie esto porque me van a jubilar por loco". Y se rió. Yo supe guardar el secreto hasta ahora. Una vez chocó mientras copiaba lo que le dictaban. Salió más o menos ileso. Lo jubilaron y le dieron una medicación para interferir la comunicación. La tomó un tiempo. Lo que los extraterrestres le iban a transmitir era el método para ganar en la ruleta.

No estaba pensando ni en mi ex suegro, ni en mi mamá la tarde del sábado, cuando me puse a mirar videos de Charly, esas cosas que solo se hacen porque se está en plena cuarentena. No es muy buena esta videografía de Charly, aunque ya verlo a Charly y escucharlo me basta. Lo entrevista Julieta Venegas. Charly está grande, arrastra las letras, pero no pierde lucidez. En un momento dice que él cree que los seres humanos somos como recortes figurales (como los muñequitos que recortamos en una cartulina) de ondas sonoras que circundan la tierra. Dice que esta idea se la contó Yoko Ono la vez que la vio, y él ahí se dio cuenta que la venía pensando desde hacía un tiempo, sin saberlo, por supuesto. Todo lo que somos son sonidos o silencio que cada una modula o recorta a su manera. Entonces él, Charly, por ejemplo, modula como músico con oído absoluto, mientras que otro modula como experto en los medios de información y otro como lo que sea. Cada individuo modula la onda vibratoria como puede (siempre de la mejor manera posible para él), y recorta una singularidad. Acá me parece que ya estoy tratando de traducir las ideas de Charly a la lengua de Deleuze. Pero bueno, no importa. Charly dice en el video que a Yoko Ono le preocupan los que recortan figuritas que persiguen cosas tan estúpidas como la felicidad, por ejemplo, y terminan arruinando su vida, y culpan a cualquier otro de las decisiones que tomó él solito. ¿A quién se estará refiriendo?

Cuando nos enfrentamos a lo desconocido nos volvemos locos por reconvertirlo en algo familiar. En Solaris, el libro de Lem, a medida que los tripulantes de la nave van enloqueciendo y empiezan a asesinarse, los que se mantienen más o menos cuerdos se la pasan diciendo que todo está en orden y no hay de qué preocuparse. Ese planeta hecho el cien por ciento de agua emite mensajes subliminales a los tripulantes de la nave que los llevan a materializar sus recuerdos traumáticos. Prefieren matar o morir antes de aceptar que ese recuerdo en 3D es mentira. Pero ¿es mentira?

Como sea, el tema es que justo el día que ví el video, un sábado a la tarde, estaba releyendo una novela de Vonnegut que se llama Barbazul. Como siempre en él, todo es realista y desopilante a la vez. La cosa es que Rabo Karabekian, el personaje principal, se hace amigo de una mujer viuda. Esta mujer había estado casada con un neurocirujano muy importante que justo antes de morir de una enfermedad que lo había dejado parapléjico, le escribió en un papel: "Yo arreglaba radios". A la mujer estas palabras le parecieron tan brillantes como las emitidas por un oráculo. O su cerebro dañado le hacía creer cualquier cosa, o él creía que el cerebro era un receptor de señales que llegaban de otro lado: “El que de una cajita que llamamos radio salga música no significa que haya una orquesta sinfónica dentro”.

Nuestra personalidad se conforma a esas señales que recibe. Vivir, cambiar, convertirte en otro, incluso morir, serían opciones semejantes a las repetidoras que integran el dial de la radio. Si girás el dial —si algo provoca que gires el dial—, te podés volver una persona que no sabías que eras. Por lo general, los mensajes que recibimos son lo suficientemente equívocos como para que no podamos distinguir si la idiotez es nuestra responsabilidad o un efecto del chiste marciano. Pero ¿quién gira el dial? Ésta es una pregunta profunda que tiene desvelados a los científicos de los medios, innatamente desconfiados de la potencia mediática. Todes creen en algo así como un Yo, lo que de inmediato descalifica a los medios y su influencia. No resulta fácil aceptar que cada una de nuestras ideas más originales no sería más que el calco de una idea que se había escuchado o leído o visto antes. Lo que pasa es que eso que escuchamos, leímos o vimos antes lo olvidamos y terminamos creyendo que lo que decimos es un producto de nuestras grandes capacidades de pensar. El joven Platón no decía algo muy diferente. Recordemos cómo alertaba a los espectadores griegos sobre la amenaza de achicamiento del mundo: “Cambien el dial, cambien de canal”, gritaba. Pero a los simples mortales les fascinaban siempre las mismas sombras que se proyectaban sobre la pared. La lógica nunca cambió: si no entiendo algo, ese algo no existe. Y listo. ¿Quién va a estar produciendo cosas que no se entiendan? ¿Quién quiere mirar en la tele algo que no entienda? Debo confesar que gran parte de las ideas vertidas hasta aquí pertenecen al inigualable Kilgore Trout, el alter-ego de Vonnegut.

Burroughs, con su inédita teoría de la comunicación (el lenguaje es un virus que nació de una infección en la garganta de unos animales que algunos cientos de años más tarde se convertirían en humanos), tampoco dice algo muy diferente. Solo que en lugar de radios, en Burroughs, los extraterrestres utilizan máquinas de escribir para transmitir sus mensajes. Son máquinas de escribir que a su vez se van a metamorfoseando en anos. Tal vez está prejuzgando sobre lo que podía salir de una máquina de escribir al mando de individuos como Burroughs. Cuando se lee a Burroughs se hace evidente que todo eso que los progresistas plantean sobre la pérdida del yo y la creación inconsciente es una paparruchada proferida por individuos muy contentos consigo mismos. Entregarse al inconsciente puede ser peligroso.

¿De dónde vienen estos mensajes? Nadie lo dice o lo sabe. Sin embargo, las fotos y videos desclasificados por el Pentágono en estos días son el testimonio vivo de que “están entre nosotros”, como no se cansaba de proclamar a vos en cuello David Vincent, el héroe de Los invasores, la serie norteamericana de fines de la década de 1960. Pero cuidado, porque a Vincent lo que lo desesperaba era un enemigo mucho más peligroso que los extraterrestres. A él lo exasperaba el escepticismo de la humanidad. Nadie le creía. La serie original era en color.

A veces dudo de hablar de humanos y de extraterrestres, como si fueran dos cosas distintas, como hice a lo largo de esta crónica. ¿Son ajenos a nosotros los extraterrestres? ¿O son una proyección nuestra? ¿Vienen de otros planetas a conquistarnos o ayudarnos? ¿O encarnan deseos nuestros, deseos que deseamos y a la vez tememos? Mi conclusión científica sostiene que los extraterrestres huyeron de un planeta muy parecido a la tierra antes del Big Bang (el Big Bang fue un producto “no querido” de los adelantos tecnológicos de aquella época) y que, luego de millones de años de girar por el universo, retornan a su planeta de origen para alertar al ser humano de los peligros mortales a los que se enfrenta. Ellos ya vivieron esta historia. Lo que pasa es que los humanos en este estadio de su evolución homotecnológica no están capacitados para entender o no cuentan con la tecnología suficiente para interpretar lo que le dicen los extraterrestres. Fin de mi interpretación.

Unos años antes de morir, mi vieja me empezó a contar que a veces soñaba que escuchaba la radio. Me decía que lo raro era que hablaban en un idioma que ella no conocía, el yugoslavo. Bah, lo raro para mí no era que hablaran en yugoslavo (la lengua y la patria de mi abuela materna), sino que mi vieja pudiera entender lo que decían. Y mi mamá me contaba que ella no sólo entendía perfectamente lo que decían, como si hablaran en español, sino que también podía interpretar el mensaje cifrado o subliminal que le transmitían. Entonces ella obedecía las órdenes secretas que le daban. Por lo general consistían en prostituirse. El que mejor me acuerdo es el sueño que contó aquella noche en familia. Prendió la radio y le ordenaron tener sexo en un tranvía con un tipo obeso que ella nunca había visto en su vida. Ella contaba que se desvistió en el pasillo y tuvo sexo en los asientos de atrás mientras subía y bajaba gente. Nadie se escandalizaba. En pleno frenesí escuchó por la radio del chofer que tenía que bajarse en la parada siguiente: Silazite na sljedećoj stanici. En algunos sueños los extraterrestres dejaban que ella decidiera cuándo terminar la historia, y en otros, como éste, le ordenaban minuciosamente lo que debía hacer. Se puso de pie a los apurones, se calzó como pudo el saco, se acomodó la pollera y saltó a la vereda.