Cómo dejé de ser hombre (y volví a serlo en 24 horas)

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Cómo dejé de ser hombre (y volví a serlo en 24 horas)

10 Marzo 2018

Por Gabriel Mazzei

Ilustración: Tamara Conforti

 

Frente al HPC la fila siempre era larga. La mitad que subió logró sentarse, el resto íbamos parados. A veces los colectiveros nos apelmazaban contra el fondo, como ganado. Aquel día no estábamos tan apretados pero el clima no ayudaba: el mediodía era húmedo en Mar del Plata, como de costumbre. Se teñía de nubes grises y grises eran las miradas. Con estas últimas comencé a cruzarme y, como siempre, empecé a jugar.

Es un vicio que tengo,no puedo evitarlo. Me agarra en la calle, en el colectivo. Comienzo a buscar las miradas ajenas como si quisiera encontrarles algo poco común. Miro y estudio los rostros, les imagino historias. Aquel día, al principio, no encontré nada interesante. La mayoría de los pasajeros del 553 iban postrados sobre sus celulares. La luz le iluminaba las caras en silencio. Algunos iban mirando la calle o las nubes. Algunos dormían.Otros me esquivaban.

Hasta que la vi

y sus ojos me rompieron la cabeza y me empujaron hacia atrás.

 

De repente todo es ella: me hundí en sus ojos y me perdí en su boca roja, y el uniforme que vestía excitó mi imaginación. Saboreé el gusto de sus labios, los toqué a la distancia y fabulé mil cosas que rozaban lo pornográfico. Y me enamoré. Porque sentí algo sincero, lo juro; y la mirada que me traspasó el cráneo. Es la Medusa convirtiéndome en piedra, haciéndome suyo, una Chica Almodóvar en sensualidad y fetichismo. Entonces aposté, no me importó la incomodidad. Aposté y sostuve su mirada, la intimidación. Sabía que tarde o temprano abandonaríamos el juego como siempre. Sin embargo, ocurrió lo impensado: la chica no se apartó; así como clavó su mirada en mí, la sostuvo firme. Eso era nuevo, era extraño. Pensé mil cosas y la posibilidad cabía: ¿Acaso le había gustado?

El colectivo avanzaba y empecé a temer que pronto fuera a bajarse,y que yo quedara ahí, sin hacer nada al respecto.¿Acaso le gusté? Volví a mirarla y nos tocamos de nuevo. La deseaba¡La deseaba tanto! Quería que no se bajara nunca, que nunca terminara el viaje.Tenía que pensar en algo, ganar tiempo, idear un plan. Si es normal que dos personas se conozcan en el colectivo. Al menos obtener su celular, su Facebook. ¿Con una sonrisa me hubiera bastado?¿Le dejo un papel con mi número? No, es muy boludo. ¿Qué hago? ¿Me acerco? ¿Y después qué?; cavilaba sin parpadear. ¿En serio le gusté?

Las dudas se dispararon cuando ella bajó a mil cuadras de mi casa y la adrenalina se desparramó por todo mi cuerpo. No evalué muy bien la situación porque cada centímetro que avanzaba el colectivo era un abismo que me alejaba de ella.Tomé coraje y me bajé en la parada siguiente, corrí dos cuadras y la encontré en la puerta de un edificio esperando para entrar.

Entonces la abordé sonriente; nervioso, sí claro, pero sereno y confiado, ¿Qué tenía de malo? Avancé con una sonrisa ¡Qué estúpido, una sonrisa en mi cara!(¿Qué habrá visto ella en mi cara?).

Su rostro rápidamente cambió. De pronto vi miedo, vi terror. Nunca había visto de cerca una transformación semejante. ¡Qué expresiones puede tener un rostro tan hermoso! Entonces me bloqueé. Por un lado no comprendía nada, por el otro lo entendía todo.¡Pelotudo! No supe qué pensar. Mis palabras fueron torpes, mi habla fue inconexa. Un ardor me quemó la cara, un nudo me estrujó la garganta. Dije chau y me retiré con mi ego destrozado y la empatía ¡Imbécil!me sacudía todo el cuerpo.

El resto del día no hice más que odiarme. Odié mi orgullo (¡Por supuesto que me sentí rechazado! Pero no era ese el punto, había algo más).Se lo conté todo a mi prima Lulú que trató, con su mejor esfuerzo, de calmarme, de meter mi cabeza en un tacho de agua bien fría. Pero no pudo. Nadie podía.

Al otro día seguía igual. Temprano pasé por Rectorado (en ese tiempo trabajaba en la Universidad) y luego encaré para mi oficina. Decidí ir caminando, para despejarme. Entonces agarré por calle Córdoba, desde el Centro hasta Juan B. Justo, a la inversa del 553. Ya medio camino volví a pasar por la esquina del fatídico encuentro.

¡No lo hice a propósito! (tal vez sí inconscientemente). Reconocí la puerta, el edificio, y ¡Qué mal humor que tenía! Pero se me ocurrió una idea: compré cinta adhesiva,a rranqué una hoja del cuaderno, redacté un sincericidio. La carta no llevaba nombres.La pegué en la puerta del edificio y respiré, un poco más aliviado. La tensión en mi cuerpo bajó. Llegué a la oficina, hice mis quehaceres. Una mañana normal.

Al momento de retirarnos, pasado el mediodía, Joaquín, mi compañero de trabajo, me propuso que lo acompañara unas cuadras, caminando. Le dije que sí y agarramos por calle Córdoba. En Peña nos separamos; él tomó su camino hacia el Complejo Universitario y yo caminé un poco más. Porque si bien había hecho el descargo y las paces conmigo mismo, sentí la necesidad de ir a revisar la nota. Sin embargo no me encontré con la nota. Fumando un cigarrillo, sentada en la entrada, me encontré con ella.

Me reconoció al instante, pero no se sobresaltó. Me miró con cierta distancia y yo me acerqué despacio. Le dije: “che…perdoname”. La tensión aflojó un poco. Le pedí permiso y me senté, le sonreí pero no nos saludamos. Le expliqué mi fantasía, todo lo que había pasado por mi cabeza:la conexión nunca había existido ¿Cómo iba a existir? Ella tan hermosa y yo un idiota ¿Cómo pude pensar que le había gustado?

Te miraba porque vos me mirabas – me dijo con crudeza.

Me contó que a esa hora entraba al trabajo. Siempre llegaba unos minutos antes y fumaba un cigarrillo en la puerta. Le pedí si me convidaba. Charlamos un rato, hasta la hice sonreír.

Ahora comprendo – le comenté – Esto te pasa seguido¿No?

El martes un viejo se me tiró encima, en la calle. Fue una situación horrible. Me pasa seguido. A todas nos pasa.

Lo entendí todo. Nos odié. ¡Pajero, imbécil! Cuánto había aprendido en tan poco tiempo.

Le confesé:

Ahora entiendo ¿Sabés? Yo milito el feminismo, la igualdad de género, todo eso. Voy a las marchas, soy feminista, pero ahora lo entiendo. Nunca me sentí tan mal, lo juro. Vi tu cara y no supe qué hacer y me bloqueé. Es como si hubiese sido la víctima también, no sé cómo explicarlo. Te vuelvo a pedir perdón. Te había dejado una nota pegada en la puerta...

La nota nunca había llegado a su poder.No me creía y puteé internamente al portero. Pero a la vez sentí que tenía mucha suerte de estar ahí, en ese instante, en ese lugar y tiempo determinado. Ella insistía en que le dijese lo que le había escrito. Me daba un poco de vergüenza decirlo en voz alta.

Nada...lo que te acabo de decir. Que lamento mucho lo que pasó.

Dale, ¿Nada más?

Nada más.

No te creo – me dijo desafiante.

Me da vergüenza decirlo – le contesté.

Su mirada me desarmó.No podía acobardarme, no con ella. 

Solo te pedía disculpas por la situación… y también te expresaba la tristeza que siento por el mundo que tenemos, porque hicimos tan mal las cosas que dos personas ya no pueden conocerse cruzando sus miradas.

 

En ese instante se cumplían veinticuatro horas desde la primera vez que la había visto.