La figura y Gustavo

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La figura y Gustavo

08 Abril 2018

Por Chape Baker
Ilustración: Gabriela Canteros

Gustavo vio a la figura de reojo y disimuló llenando nuevamente su vaso y manteniendo fija la mirada sobre la mesa. La curda o tal vez la locura hacían nido en su cabeza luego de un largo tiempo de armonía, y es que allí estaba esa figura sentada sobre el borde de ladrillos que llegaba a la pileta, aparentando fumar, haciendo nubes de humo sobre encima de los arbustos más altos. Cruzada de piernas, tranquila, consciente de que la noche era larga y el tiempo no tenía pulso.

Tavo soportaba los golpes de Ricardo en su hombro, un individuo que a los gritos llamaba la atención de las personas presentes con chistes del mal gusto. Al estar ausente en su circo, Tavo recibía topetones de aviso, de llamadas a tierra para que participe en la reunión. Pero su atención la absorbía aquel que fumaba despreocupado por la caída de rocío y carente de necesidad de aplausos y ademanes por sus movimientos. El tipo estaba solo y parecía gozarlo. 

Se había terminado el primer cajón de cervezas y se abría el tercer fernet. Las botellas de coca cola y los envases vacíos se depositaban a un costado de modo desprolijo. El dueño de casa recelaba los descuidos del lugar mientras tres nuevas invitadas llegaban con nuevos licores a la noche. La mesa se amplió y la música pasó de un rock tranquilo a cuarteto. Ya eran más de diez incluyendo faldas cortas y escotes pronunciados. El tiempo pasó y con los sorbos de alcohol los juegos de prendas se iban poniendo hot. Ricardo para esa altura habría incluido los elementos de hierro del asador aún calientes si no fuese por la intervención del dueño de casa. 

Entusiasmado por las risas y la excitación colectiva, Gustavo olvidó por un instante sus visiones y se reubicó en la realidad más cercana. Y fue en un intento de levantarse para conseguir hielo a pedido de Flor, que el susto le dejó un espasmo por años. La figura estaba de pie a su lado observándolo con la mirada hacia abajo dando orden con su dedo índice de que se quede en su lugar, que no se levante. 
Quédate quieto. 

Gustavo se aferró a los apoyabrazos. Fijó su mirada al suelo con su boca entreabierta y un abundante tono blanco en su rostro. 

No me gusta la gente que me responde mal, como así tampoco la gente que no actúa. ¿Entiendes?

Tavo confirmó con la cabeza y flotó sobre una nube de recuerdos de su niñez. Supo que esa figura era la misma que apareció cuando la prima de su abuela se atragantó con una nuez y murió. Pareció simple. 

Yo también detesto a Ricardo. A él y a todos los que se le parecen. ¿No te parece que debería morir? Aquí mismo. ¿No crees que está arruinando la fiesta? ¿No crees que esta noche Flor podría estar contigo?

Mira cómo coquetea de mal gusto a las mujeres. Tú eres distinto Gustavo. Tú no te puedes juntar con este tipo. Él debe morir. ¿Qué me dices?
Gustavo no respondió.

Mira, te voy a dar una segunda oportunidad porque me caes muy simpático. Es muy noble de tu parte no haberme delatado en todo este tiempo y dejarme fumar en paz. Pero no me gusta los que me responden de mala manera, ni mucho menos los que quedan quietecitos sin hacer nada, ya te lo he dicho. ¿De acuerdo? Así que preguntaré por segunda vez y espero oír de tu parte una respuesta inteligente. ¿Crees que Ricardo debe morir?

Gustavo volvió a confirmar con la cabeza. 

Mírame.

Gustavo lo miró y notó que su figura ya no era desagradable, más aún, sus ojos le trasmitían seguridad. La figura le sonrió muy amable. Se le acercó al oído y le susurró por unos segundos. 

Gustavo sonrió en silencio con un tono diabólico y miró inmediatamente a Ricardo. Con un guiño lo llamó y le indicó que lo siguiera a la cocina. Allí le confesó su interés por Florencia y lo incluyó en una sociedad de burdos comentarios y expresiones estúpidas. En definitiva engatusó a Ricardo en su propio juego invitándolo a un retozo detestable. Le pidió que lo acompañe fuera de la quinta donde habían estacionado los autos. Le prometió que allí le podría mostrar las prendas que Flor le había regalado hacía unos días cuando se habían encontrado a solas en un motel retirado de la ciudad. Agregó a su discurso que ella estaba comprometida, para hacer de Ricardo una bomba de tiempo en sus habladurías y en las bromas que pensaba hacer al volver al patio de la quinta. Pero no regresó. Gustavo tomó del baúl de su auto el extremo de una cuchilla y sin dudar se lo clavó en el estómago de Ricardo. Se la retiró y se la volvió a clavar. 

Se la retiró una vez más y repitió el movimiento. Del personaje salió apenas un gemido débil y no atinó más que a sujetarse las heridas. Gustavo le propinó obnubilado unas quince puñaladas con una cuchilla de una hoja de veinte centímetros. Envolvió el cuerpo en unas frazadas sucias y lo metió en el baúl. Al día siguiente pensaría cómo deshacerse de él y cómo limpiar lo que quizás ensucie en su interior. 

Ingresó a la casa, atravesó el hall, la cocina, el pasillo y llegó hasta el patio. Una verdadera fiesta había dado inicio. Creyó oír que preguntaban por Ricardo. Levantó sus hombros y el labio inferior de su boca dando indicios de desconocer su paradero. Olvidó el asunto por un momento, viendo de reojo la satisfacción en la sonrisa de la figura que volvía a sentarse en el pilar de ladrillos con un cigarrillo en la mano, exhalando el humo aún más alto en aires de placer.