Modelos de país: Estado versus corporaciones

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Modelos de país: Estado versus corporaciones

20 Noviembre 2015

 

Por Diego Conno*

Interpretar el voto siempre es complejo, en él confluyen múltiples razones, deseos e intereses. Sin dudas, los grandes medios de comunicación influyen y mucho. Pero creer que las voluntades de una población se resuelven en los canales de televisión es una mala comprensión política y un error estratégico. Mayor incidencia tienen la percepción sobre buenas o malas gestiones, la estructura partidaria, la coyuntura económica, y fundamentalmente, el trabajo de la militancia territorial. Demás está decir que el pueblo nunca se equivoca, porque la voluntad de una persona o grupo no es un saber sino un querer. La pregunta política fundamental es: ¿Qué tipo de sociedad queremos?

En el contexto actual, la pregunta por el tipo de sociedad se vuelve interrogación crítica sobre candidaturas. ¿Scioli o Macri? Su misma formulación implica una diferencia: Scioli y Macri no son lo mismo. Y sin embargo, la existencia de sectores que así lo piensan, solo puede significar que las características personales de los candidatos no sirven para informar preferencias políticas. Habrá que pensar un poco más, la situación lo amerita; reflexionar sobre las bases sociales que los sostienen, la composición de sus posibles gabinetes, sus posicionamientos frente a determinadas leyes o políticas públicas, las propuestas que impulsan. Acaso: ¿Da lo mismo una economía liberada al mercado que una con mayor presencia estatal? ? ¿Es igual una política exterior soberana con privilegio de la integración latinoamericana, que una subordinación a los intereses de Estados Unidos y los grandes capitales financieros? ¿No hay diferencia entre una política de ampliación de derechos, inclusión social y desarrollo sustentable, que las diversas formas de violencia económica y exclusión social que generan las políticas neoliberales? Habría que agregar que la situación de balotaje no es igual a una primera vuelta; los posicionamientos y las representaciones políticas ya fueron establecidas. Lo que hay que decidir ahora es una cuestión de otro orden: ¿Quién queremos que gobierne el país: el Estado o las corporaciones? Pensar, decía el viejo Aristóteles, es la capacidad que tiene el hombre de establecer distinciones.

Los posicionamientos políticos siempre son subjetivos. Pero la subjetividad no está dada de ante mano, es efecto de relaciones de poder múltiples y reversibles. La posibilidad de una subjetividad emancipada depende siempre de una práctica autoreflexiva, que sepa examinar las propias convicciones en su encuentro conflictivo con las convicciones de otros, y con una coyuntura. Esos encuentros también deben producirse con las transformaciones materiales de una sociedad. Desde el 2003 se duplicó el presupuesto educativo del 3 al 6% del PBI, uno de los más grandes de América Latina, se construyeron 2000 escuelas y se crearon 15 universidades públicas, garantizando así por primera vez en la historia, una universidad pública en cada provincia del territorio nacional; se impulsó la ciencia y la tecnología a través del aumento exponencial de becarios y científicos del CONICET; se reactivó el aparato productivo generando un crecimiento de la industria en un 70% y la creación de más de 6 millones de puestos de trabajo; se recuperaron bienes estratégicos para el desarrollo nacional (el sistema de aportes previsionales, YPF, Aerolíneas Argentinas, Ferrocarriles); se ampliaron derechos, quizás como nunca antes en la historia argentina, mejorando las condiciones de vida de millones de personas. Desde luego, esto no significa desconocer errores, desaciertos o temas profundos que hay que resolver. Pero lo que falta no puede desconocer lo hecho.

¿Estado o corporaciones? La política se juega siempre en un campo afectivo, toda acción política se define por su capacidad de afectar y ser afectada; de ahí la importancia de las pasiones en el campo político. En los últimos días se ha hablado del “miedo” y el “enojo” como modos de la subjetividad argentina. Habría que decir que el enojo no es una pasión política, está hecha de odio y resentimiento, no compone sino que disuelve todo vínculo social. Hay sectores sociales que deben “desenojarse”, hay demasiado en juego para que las manifestaciones de enojo, bronca o hartazgo, que siempre son formas de una individualidad no colectiva, puedan definir los destinos de una nación. Distinta es la cuestión del miedo, pasión política por excelencia, examinada una y mil veces por toda nuestra tradición de pensamiento político. El miedo es una pasión ambigua, puede adquirir la forma del terror, cuando se lo utiliza como dispositivo retórico por los grandes medios de comunicación y los grupos financieros (ejemplo de esto es la instalación en estos días de la idea de una devaluación inevitable generando especulación y aumento de precios); pero también deviene temor legítimo cuando sectores sociales se enfrentan ante la posibilidad cierta de ver recortados sus derechos, disminuido su salario, o incluso frente al riesgo de perder su puesto de trabajo. Esto no es mera especulación teórica, sino comprensión histórica que se trama en la memoria colectiva de un pueblo.

¿Estado o corporaciones? Más allá de las complejidades y contradicciones propias de toda fuerza política, lo que queda claro es que en la Argentina hay en juego dos proyectos políticos, dos modelos de país: de un lado, hay un proyecto neoliberal-conservador representado por Mauricio Macri, vinculado a los intereses de las grandes corporaciones económicas, los capitales financieros y las empresas comunicacionales, que propone la vuelta a políticas neoliberales de ajuste, que han destruido la industria, generado pobreza y exclusión de millones de personas; de otro, un proyecto democrático-desarrollista representado por Daniel Scioli, que cuenta con el apoyo de organizaciones sociales, movimientos populares, sindicatos, trabajadores de la industria y el campo, de la ciencia y la cultura, docentes y estudiantes, artistas y artesanos, y que reconoce la importancia del Estado como potencia colectiva de institución de derechos y de desarrollo económico y social. Expresión de esta potencia colectiva común son los actos de ciudadanía social, que se vienen desplegando por todo el país, reclamando una conciencia social pública que sepa preservar las conquistas obtenidas. Sin dudas, los triunfos adquiridos en esta década están en grave peligro. Frente a este hecho ineludible, cualquier manifestación de indiferencia solo puede ser motivada por pereza intelectual o irresponsabilidad política.

*Politólogo (UNAJ-UBA-UNPAZ)