Leticia Martínez: “Escribir es una tarea ardua, pero es la única forma que yo encuentro para soportar la vida”

  • Imagen
    Leticia Martínez
    Foto: Serafín Robert
ENTREVISTA

Leticia Martínez: “Escribir es una tarea ardua, pero es la única forma que yo encuentro para soportar la vida”

29 Junio 2025

La escritora Leticia Martínez (1987) habló con FRACTURA, suplemento literario de AGENCIA PACO URONDO sobre la publicación su libro de cuentos La mejor de la ciudad. La obra recibió en 2022 el segundo premio en el Concurso de Letras del Fondo Nacional de las Artes. Martínez vive en las Sierras de Córdoba es tallerista e investigadora. En 2021, publicó su primera novela, De cara al sol (Gerania Editora) y participó también en 2020 de la Antología de Cuentos de Rock, “Los Vicios de los Muertos” (Editorial Hormigas Negras). La artista reflexionó sobre la motivación de la obra, el proceso artístico, sus influencias literarias y el universo que se teje en su obra. 

Agencia Paco Urondo: Las protagonistas de estos cuentos muchas veces parecen hablar de una sed que no puede ser saciada, como si fuesen personajes que vivieron situaciones y emociones extremas y ahora estuviesen con un vacío existencial, como si el centro del libro estuviese en esa especie de pregunta espiritual o existencial…

Leticia Martínez: Hay algo que me interesa que escribió Abelardo Castillo en sus Diarios, pensando en su escritura. Escribió: “Toda mi fuerza está en contenerme”. Lo señalo y lo tomo, de alguna forma, para pensar en las protagonistas de estos cuentos. Yo creo que ellas no saben bien lo que hacen o por qué lo hacen. En algunos cuentos creen saberlo y en otros lo van descubriendo mientas avanzan las acciones. Ellas están desesperadas, desbordadas y eso se relaciona con el vacío que vos ves. Mi trabajo como escritora tiene que ver con contener, acomodar y ordenar ese desborde emocional.

La idea de vacío pareciera mostrarnos que hay siempre algo que llenar o alguien a quien agradar. Yo creo que la sed y el hambre son grandes motores para mi escritura y que los personajes en La mejor de la ciudad quieren llenarse de lo que sea con tal de no enfrentar ese vacío. Pero finalmente lo enfrentan y cuando son confrontadas por esa nada, allí aparece la dimensión espiritual que señalas ¿Qué hay cuando no me queda nada? ¿Cuándo la muerte acecha, cuándo los amigos se han ido, cuándo un matrimonio se rompe? Qué pasa cuando la violencia es el único modo de comunicación entre las personas. Esas son preguntas que aparecieron a partir de los personajes de estos cuentos.

Escribo desde el personaje, así que, antes que otra cosa, me interesa dejarlas hacer, hablar, verlas moverse, entender cómo piensan y ver qué hago con eso. No existe la nada o si existe quizás sea la muerte, pero no lo sé. Lo que sí existe es la ausencia, y ante eso queda la fe. Cuando pienso en el vacío recuerdo este poema de Roberto Juarroz: “A veces me parece/ que estamos en el centro/ de la fiesta/ sin embargo/ en el centro de la fiesta/ no hay nadie./ En el centro de la fiesta/ está el vacío./ Pero en el centro del vacío/hay otra fiesta./ Ese es el lugar que habitan las protagonistas de estos cuentos”.

Imagen
Tapa la mejor de la ciudad

APU: En los cuentos, los animales parecen expresar algo de esa sed o ingobernabilidad que los personajes mujeres encuentran en su vida. ¿Lo ves así?

L.M.: Me interesa mucho esto que vos ves porque son cuestiones qué comencé a pensarlas después de que salió el libro y cuando recibí comentarios sobre los cuentos. No me había detenido en cierta cualidad salvaje de las protagonistas. Supongo que tiene que ver con mi propio salvajismo o mi ingobernabilidad como escritora. Y de alguna forma eso aparece en el modo de construir a los personajes. Más allá de que las historias traten de ciertos temas que parecieran ser crudos o duros, desde algunas miradas. A mi me interesa captar y dar cuenta de la esencia espiritual del dolor, el alivio o la felicidad de cada personaje, del modo más claro posible. Es decir, que eso se lea y se sienta.

Suelo hacer chistes en torno a que escribo con un cuchillo en la mano y no con una birome o desde un teclado. Hay una necesidad muy personal en querer contagiar lo salvaje, que quien lea sienta ese desborde y, de algún modo, que pueda identificarse. También creo que esa animalidad que mencionas se vincula a cierto espíritu de los personajes. Ellas no quieren quedar bien con nadie, no quieren agradar, tampoco cambiar. Quieren ser queridas. En el fondo, es un salvajismo que busca en el amor una civilidad posible. Porque tampoco se puede vivir constantemente en la lengua de los animales.

APU: "No puedo corazón", puede leerse como una reescritura del cuento “Inmanejable”, de Lucia Berlin. Se habla de corazones vacíos, del miedo a que el hijo también tenga ese vacío. ¿La literatura puede ofrecer una especie de salvación o cura sobre esos sentimientos? ¿Cómo pensas la persistencia de estas obsesiones en tu literatura?

L.M.: Qué honor que compares un cuento del libro con uno de Lucía. Berlín es una escritora que admiro muchísimo. No sólo por su literatura sino por la capacidad de invención. Que quizás sean la misma cosa. Siempre me fanatizo con gente que se inventa vidas, a veces desde la nada y otras, desde la crudeza infinita de la realidad. Hay que tener valor para inventarse. Siento que la literatura tiene esa función (si es que pudiéramos asignarle funciones). Más aun, creo que es casi un deber artístico el de la transformación. No creo que la literatura, y las artes, no sirvan para nada. Eso solamente pueden decirlo quienes tienen posiciones muy acomodadas o muy snobs. La literatura te cambia la vida. Lo puedo decir como lectora y como escritora. Cualquiera que recuerde un libro que leyó o un buen poema me entiende. El libro Curar y ser curados, de Claudia Masin habla un poco de estos temas, en torno a la escritura poética. Lo recomiendo para estas indagaciones.

 Yo estoy viva porque pude hacer algo en términos artísticos con la materia de la realidad, con cosas que pasaban y me pasaban. Pude aprender a comunicarme con los demás. Pude inventar. Inventé personajes, historias, lugares. Puse a los personajes a decir cosas que solo ellos podían decir. Pienso que si existe una cura, hay algo en las artes que puede tener que ver con eso. También que escribir es una tarea ardua y solitaria, pero que es la única forma que yo encuentro para soportar la vida. Yo no creo haberme curado de nada. Todos los días me levanto pensando “hoy no voy a tomar”. Es duro vivir con la sed a cuestas, con los monstruos que me persiguen desde la infancia. Pero en la literatura encuentro un reparo.

“Hay una necesidad muy personal en querer contagiar lo salvaje”.

“Toda mi fuerza esta en contenerme”, lo repito mucho a eso de Abelardo. No siempre lo logro. Pero estoy viva y escribir le dio a mi vida una nueva vida. Escribir me da alivio. Además, soy enojona y salvaje así que mi obstinación en cambiar lo dado es constante. Pienso que ojalá más gente pudiera acceder a cualquier practica artística que le interese y que pueda encontrar así el alivio. O algo que se le parezca.

APU: En el cuento “La mirada de la Virgen” aparece algo común en la vida de estos de personajes y de los seres humanos en general, que es la dificultad para manejar el dolor. ¿Crees que dicha dificultad es también un motor para contar?

L.M.: Creo que escribo justamente para eso. Porque no sé qué hacer con el dolor, con la violencia, con la rabia. Escribo para entender y entenderme. Y porque soy muy torpe, tampoco sé que hacer con el amor. Entonces asumo que es una condición mía y la pongo a funcionar en el texto. Vivo tomada por lo que siento y las cosas que me pasan y pasan a mi alrededor. Mis hijas son una enorme conexión con lo verdadero, no puedo irme mucho en mi rollo y, para mí, tener límites es una bendición. Con ellas sí que aprendí sobre el amor. Me encierro bastante a leer y a escribir para poder transitar la realidad. Salgo siempre mejor, no con soluciones, pero habiendo puesto eso ahí. También rezo.

A veces el alivio llega cuando enciendo una vela y hablo con mis muertos. En otros casos, el dolor se vuelve risa o chiste en los encuentros con mis amigas. Creo que no hay una forma sencilla o clara de enfrentarse al dolor o a otras emociones. Pero sí creo que, en mi caso, esas emociones autodestructivas pasan a ser motores para contar. Creo que no se puede escribir con bronca o con dolor, pero sí prestarles la ira o la tristeza a los personajes. Con el cuidado de no agobiarlos con mi yo.

APU: Uno de los cuentos también narra una historia que ya estaba presente en tu novela, la historia de dos amigas y su despedida, una historia marcada por lo ocurrido en Cromañón. ¿La perspectiva es distinta en el cuento que en tu primera novela?

L.M.: En el cuento está el relato que escribí para la novela, pero tomó forma de cuento y pude incluirlo en La mejor de la ciudad. Las protagonistas se reencuentran cuando una de ellas está internada en el hospital y tienen una conversación que vivió en mí durante toda la escritura de la novela. La escribí, pero no la incluí allí. La dejé como parte de aquello que sostiene la historia, pero no hace falta que esté en el relato. Durante los años de corrección de la novela, pensaba si incluir esa parte o no. Finalmente decidí que ellas no se vieran en ningún momento, sino que sólo mantuvieran conversaciones telefónicas.

Y como sucede con muchas historias que una escribe, con el tiempo toman otra forma. Creo que necesitaba que estuviera en algún lado. Volví a corregirla y cuando envié el libro a participar del Concurso de cuentos de FNA, la incluí porque me parecía que tenía que ver con el mundo que inventé en La mejor de la ciudad. Un mundo cruel y violento, pero en el que se ansia la ternura, el encuentro con los otros y las otras.

Esto que te comento tiene que ver con dos cosas. Por un lado, con un trabajo estricto de corrección. Así, como con un cuchillo, que sirva para separar partes, diseccionar, más que para hacer daño. Un cuchillo que sabe hacia donde apuntar el filo. No dañar es una decisión, más cuando una empuña filos constantemente. El momento de corrección devela cosas que no tienen nada que ver con el momento inicial de escritura. Y a la vez, eso es el trabajo de escritura. Corrigiendo la novela tuve que aplacar mi necesidad de que esa charla, que se lee ahora en el libro de cuentos, entre las protagonistas, en ese hospital, entre la muerte y la vida, forma parte de De cara al sol.

Con eso quiero decir que tuve que aplacar mi ego. Mi necesidad de que ciertas cosas sucedan no puede estar por delante de lo que el relato necesita. Y de eso trata lo segundo. Por eso, también el trabajo de escritura es espiritual, siguiendo con otra de tus preguntas, porque saqué esa parte del texto de la novela y luego fue un cuento. Lo único que hice fue tener fe. Esperar y confiar en la belleza. Hay algo más grande que una misma y eso son las historias que los personajes traen. La espera silenciosa de ese milagro es, quizás, una de mis mayores fortalezas como escritora.

APU: Se que hace algunos años te fuiste a vivir a Córdoba, todo ese entorno natural parece hacerse presente en tu universo literario y compensar la oscuridad. ¿Como es tu vida en esa provincia, qué significo haberte ido a vivir allá y seguir escribiendo?

L.M.: Algo que me hace bien de estar en el monte (vivo en Sierras Chicas, a 20 km de la ciudad de Córdoba, tampoco estoy tan lejos) es haber encontrado gente que quiero y me quiere. Una especie de red de personas que creo indispensable para vivir. La vida en la ciudad me abrumaba por las desconexiones contantes y por la velocidad. Yo creía que esa velocidad era mía, que la llevaba adentro y que tenía que ver con mi modo de estar. Ahora sé que eso no es así. Que mi fuerza es más bien contemplativa y de escucha. Para eso hace falta tiempo. Un bien que, creo, en la ciudad escasea. Acá, entre los múltiples trabajos mal pagos, miro el cielo soleado que rodea mi casa y el celeste que se vuelve verde, con los árboles. Eso me tranquiliza y me contiene. A mi la ciudad me desborda.

Si yo puedo decir que me gusta pasar tiempo sola y que me encierro es porque tengo grupos de personas que esperan por mi y yo espero por ellas. Tampoco quiero romantizar la vida fuera de las ciudades, pero sí sé que a mí me hace mejor. Mi mirada se amplió, mi tiempo también. De todas formas, sé que haría lo que hago en cualquier lugar, pero es un placer, que pocas personas tienen, el elegir un lugar para vivir e irse. Hay costos enormes en irse. También es un privilegio rodearse de personas que se interesan por los demás. En donde vivo, hay una especie de comunidad organizada que funciona sin tener ese nombre, pero yo lo veo, soy parte y lo puedo nombrar así. No tengo ningún sueño hippie, me gusta el aire acondicionado, el humo de los bares (aunque cada vez suceda menos). Me gusta ir a la ciudad a perderme en las calles y las plazas, pero nunca logro perderme del todo porque esa brújula citadina sí que se lleva adentro, una especie de sospecha constante, de ubicación precisa entre negocios y edificios. Pero, la oscuridad es toda mía. No tiene tanto que ver con los lugares. Mi espíritu es esencialmente un tango, una canción de rock. Pero la luz también es mía. Y el camino entre oscuridad-luz y luz-oscuridad es un descubrimiento que comienza cada vez. En cada cuento y poema. En cada libro. Y es ese el camino que me importa, el de ida y vuelta, cada vez, donde sea que yo esté.