Todas las fuerzas: mujeres migrantes superpoderosas en una fábula proletaria
Tras su paso por el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI) el mes pasado, Todas las fuerzas, de Luciana Piantanida, se estrenará en salas nacionales el próximo 15 de mayo. Del casting a más de 150 mujeres a la circular de las palomas que sobrevuelan Plaza Once, en poco más de una hora la película logra escenificar un drama social actual que recurre y se entremezcla con otros géneros para potenciar su narración.
Marlene (Celia Santos) es una trabajadora migrante que es contratada por Betina (Andrea Garrote) para cuidar a tiempo completo a su madre Teresa (Silvina Sabater). Ese relato inicial evoluciona rápidamente hacia el policial: tras la desaparición de una amiga, recorre diversos submundos porteños a partir de su propia investigación. En esos centros nocturnos irá conociendo a otras mujeres que, como ella, han desarrollado dones especiales, por lo que también podemos notar tintes fantásticos -y por qué no, superheroínas-.
El punto de partida de la directora de Los ausentes, que desde 2015 integra la productora Pensar con las manos, es la genuina curiosidad por las mujeres -bolivianas, paraguayas, peruanas y venezolanas- de Plaza Once, el epicentro del relato. La convivencia cercana sigue siendo tensa y desigual en el barrio, más allá del paso de generaciones asentadas. Piantanida busca comprender la experiencia y el valor de esas comunidades, explorando las labores esenciales que llevan a cabo. Esas migrantes, anónimas y olvidadas, con las que convivimos pero no registramos, se transforman en protagonistas de una fábula proletaria que, con mayor o menor funcionamiento, es a la vez una reivindicación.
De esa manera, adopta como punto de vista principal una perspectiva que le resulta ajena pero que prioriza ser lo más humana posible. Todas las fuerzas construye un universo cuidadoso, con juegos de luces y sombras, y cruces culturales e idiomáticos, para reflexionar no sólo sobre cuestiones laborales y personales sino desigualdades de clase y de género. Obliga a ubicarse en una posición incómoda para interpretar una realidad que desconocemos, y asume el riesgo corriéndose de lugares comunes, tanto en materia cinematográfica -cruza el realismo social- como política y culturalmente.
La historia avanza a su manera, con o sin reglas claras, a partir del giro del género, tan abrupto como lógico. La doble textura del registro, entre lo documental y lo onírico, permite leer esas realidades, que conviven con “lo mágico”, con otra sensibilidad. El cine fantástico nunca necesitó deslumbrar con efectos especiales sino agudizar su narración. Tras los juegos de gramáticas, toma la decisión de plegarse a una mirada feminista y social para proponer un retrato de la mujer migrante en la Ciudad de Buenos Aires.
Por lo tanto, sin dudas, el aspecto más destacado es la combinación de denuncia social y el vuelo de la imaginación de la directora. No es un panfleto ni un artificio vacío, sino un aquelarre equilibrado con voz propia que transcurre entre la clase media y los sectores más pobres, en el que nuestra protagonista oficia de pasajera entre ambos mundos. Todas las fuerzas disfraza de costumbrismo su historia para terminar en lo fantástico, no tanto por una supuesta intuición innata sino por aquello que une y potencia comunidades de mujeres migrantes.