Miguel Gaya: “Sólo soy un lector en Lamborghini”

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Miguel Gaya: “Sólo soy un lector en Lamborghini”

25 Julio 2021

Por Miguel Gaya

A medida que pasan los años nos resulta difícil precisar cuándo leímos por primera vez un autor, y más aún representarnos qué impresión nos causó esa lectura. Sobre todo, cuando es un autor que frecuentamos y releemos. En poesía, sobre todo, la relectura enriquece y amplía los textos, pero también los resignifican. No pocas veces ese enriquecimiento lo logramos a costa de olvidar, o atenuar, la conmoción que nos provocó la primera lectura.

No me pasa lo mismo con Leónidas Lamborghini. Ni la lectura de sus libros posteriores, ni el trato personal, han borrado la conmoción que fue toparme con dos de sus libros, El solicitante descolocado (Ediciones de la Flor, 1971) y Eva Perón en la hoguera (En Partitas, 1972). Puedo describir con cierta precisión la luz de la tarde en que abrí esos libros, la casa operativa donde los encontré, poco tiempo después de la masacre de Trelew.

Pocas cosas aburren más que la autorreferencia, pero permítanme una excepción. Terminé mi escuela primaria el año que Onganía usurpó el poder en Argentina. Ingresé a la secundaria en un colegio alineado con el nacionalismo católico en 1967, el año del Verano del Amor. 1968 fue el año del Mayo Francés, y 1969 del Cordobazo. En 1970 irrumpieron los Montoneros y 1971, cuando egresé, se inauguró con el Viborazo. Si quieren fecharlo de otro modo, puedo citar, de memoria y a título personal, a 1967 como el año de Cien años de soledad, 1968, de 62 modelo para armar, 1969 de Boquitas Pintadas, 1970 El informe de Brodie y 1971 El cumpleaños de Juan Ángel.  Dejo al desocupado lector la tarea de fechar esos años con la música popular, que puede comenzar en 1967 con el álbum Sgt. Pepper´s y finalizar en 1971 con Imagine. Fueron cinco años que, aún sin certera conciencia, vi cambiar el mundo.

Todo adolescente hace todo por primera vez. Pero en esos años la vertiginosa sensación de mi generación era que todo se hacía por primera vez en el mundo. En la política, el amor, el sexo, la poesía, la música. Cada libro, cada disco, cada evento político y social, traía promesa de adviento. Si me permito la extensa cita anterior es para que se pueda medir el impacto de esos años en la educación sentimental, y política, de quien, entonces, cumplía 18 años.

En ese estado de cosas fue que leí esos dos libros de Lamborghini, y fue como subirme a un automóvil de carrera, poderoso, rojo, y argentino.

No era un lector desinformado, o ingenuo. Toda la secundaria había trajinado el Siglo de Oro, la generación del 27, Vallejo, Neruda, Rimbaud, y salía al mundo con los beatniks y Gelman bajo el brazo, por hacer una somera genealogía. Lamborghini fue, para mí, y en esa primera lectura, una explosión de felicidad. Textual, de significados, y de herramientas poéticas. Pero además de recuperación de una tradición peronista, tanto política como cultural, con el permiso para hacerla volar por los aires y resignificarla. Para hacerla, dicho en los términos de entonces, revulsiva y revolucionaria.

Dejo para quienes sepan el análisis de la poética de Lamborghini. Hablo del impacto de esos libros en mí como lector.

El modo en que Lamborghini transmutó la tradición y la cultura peronista en una poética liberadora de formas y sentidos me atravesó como un rayo. En esos años, la tradición de la Resistencia peronista emergía por testimonios fragmentados que se habían silenciado por décadas. Ver surgir su potencia intacta de sus versos cortados y cortantes producía una lectura hipnótica. Del mismo modo, el lenguaje engolado, rancio, del primer estado peronista, con su perfume santurrón a culto laico, me repugnaba. No había podido leer La razón de mi vida sin desprenderme de ese retintín de obsecuencia enervante. Lamborghini realizó el milagro de hacer surgir la voz de Eva de la propia retórica de Eva y de las incrustaciones de terceros, para que pudiese ser escuchada por nosotros. No ya como queríamos que fuese, sino como había sido escuchada por su pueblo. Revulsiva de un discurso que la había encorsetado, y del que se desprendía para ser, sí, la voz de los humildes.

En varios sentidos, leer a Lamborghini me enriqueció como lector de poesía y como sujeto político. Curiosamente, no en la dirección a la que presumiblemente pudiese haber sugerido el autor ni sus textos, sino hacia el lugar que su lectura me ayudó a llegar por mis propios medios. No es un mérito menor de la poesía, y algo para agradecer de los poetas.