Lidia Rocha: relatos de un vaivén para soltar la casa

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Lidia Rocha: relatos de un vaivén para soltar la casa

28 Noviembre 2020

Por Susana Szwarc

El mes pasado se presentó Soltar la casa, el nuevo libro de Lidia Rocha editado por La Mariposa y la Iguana. Fractura, suplemento literario de AGENCIA PACO URONDO comparte las palabras vertidas por Susana Szwarc en el evento virtual en el que se dio a conocer el poemario. Que estas líneas sean la palabra que les permita abrir la puerta de esta casa que se aleja, para salir a jugar.

Jugar a que existió una infancia

Hubo una vez un patio que no era solo un patio. “Hubo” una vez, dice Lidia Rocha y no dice “había” una vez.

Hubo, ¿se terminó entonces aquel momento del que hubo a su vez otro, y habrá que juntar o recordar o interpretar o reinventar ese amontonarse de recuerdos, que quizá no sean más que el amontonarse de letras?

Va surgiendo  un espacio que es a la vez un tiempo y un movimiento que los crea. El primer poema de este libro que es a la vez un largo poema, abre este Génesis, y, desde esa abertura que quiebra la continuidad de una superficie y de esa apertura, que es inauguración, ya no es que hubo sino que habrá una creación adentro mismo de esta creación de Soltar la casa.

¿Y si el poema, la poesía toda, que surge de una cosa y de otra y de otra, continuas creaciones, napas que insisten y que provocan nuevas; digo, si el poema fuera, existiera, pintándose en mayúscula? Y se pinta de azules porque es la tinta la que va haciendo la casa. La cosa poética. Y una sola gota será suficiente para formar un aguacero, y alimentar las flores.

“Uno y dos”, se escribe y estos poemas “relatan un vaivén y no una historia”, nos dice Lidia Rocha.

Y creo que nos está diciendo, para nuestra calma y también para nuestra inquietud, qué es la poesía y dónde encontrarla: columpiarse e instalar el columpio, la hamaca en el centro descentrado del patio, mecerse para leer, construir plegarias. Por ejemplo, se pide ¿o se exige? en un poema:que la tormenta /no esté tan a sus anchas /ni tu presencia ausente”.

Y sigue el movimiento, el semejante es un lector que

se va sin irse

deja su cuerpo aquí

y se deja llevar

por una hebra

un hilván

en la tela

 

lo demás son signos de pregunta

su no volver o viceversa

 

en el traslado, sin embargo

se ha perdido algún punto

 

Y sabemos de la gravedad de perder un signo, un único punto.

En el vaivén del poema, en lo que Lidia Rocha nos da para nuestro mecernos de lectores, en la tristeza que se nombra, hay también espacio para la risa, para la ironía, para recordarnos (becketianamente) que “llorabas de quince a diecisiete /y en los días impares”.

“Hubo una vez” comienza el libro, Lidia Rocha que pregunta “¿Quién soy?”, como si el ser fuera a ser algo más que un lujo. Y preguntar-se y preguntarnos: “¿Cuántas vidas habrá dentro de una vida?”

Dice:

quizás no haya lugar aquí

para la arqueología

sino para que espese la palabra

y haga salir la voz

de su escondrijo

 

Soltar la casa, soltar la escritura.

Jugar a que existió una infancia, esa infancia que sirve para escribir-nos el propio cuerpo, escribirnos unos a otros, escribir por ejemplo:

 

Y entonces crear

un espacio

para que yo cante de nuevo

igual que un pájaro

sobre la ventolina

Lidia Rocha nos da a leer lo que no se alcanza, por ejemplo, el vuelo siempre renovado de aves migratorias.

Y leo Soltar la casa con la felicidad de decir “Hubo una vez un patio, Un patio” que se fue abriendo en hoja inmensa para leer-nos, escribir-nos, devolvernos a la vida, es decir a la escritura. Brindo por este un nuevo gran libro.