La resistencia como dispositivo y profanación: “Las soldaderas”, de Elena Poniatowska

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    Las soldaderas
    Foto: Archivo Casasola
LITERATURA Y MEDIOS

La resistencia como dispositivo y profanación: “Las soldaderas”, de Elena Poniatowska

28 Abril 2024

AGENCIA PACO URONDO comparte una serie de reflexiones críticas sobre la Crónica visual de la escritora mexicana. 

Pensar las representaciones visuales y discursivas de los sujetos políticos que fueron agentes de las revoluciones latinoamericanas puede permitir construir un nuevo lenguaje sobre la acción política y las transformaciones sociales que necesitamos en el presente para superar la ausencia de organización y detención crítica. En este sentido, estas reflexiones se organizan a partir de la selección de una constelación de fotografías de Las soldaderas(1999) de Elena Poniatowska que recuperó la figura de las verdaderas protagonistas de la Revolución Mexicana.

Nombradas también como adelitas, marimachas, criadas y otras calificaciones, muchas veces en forma denigratoria por su función en la contienda de la revolución mexicana; las soldaderas constituyen un sujeto colectivo que concentra opresiones de género, etnia y clase . Su visibilización y reivindicación nos permite reflexionar en la constitución comunal, indígena y mestiza del proceso revolucionario genuino, en el que las mujeres participaron como combatientes, milicianas y acompañantes, y también en el proceso posrevolucionario en el que se cristalizaron las categorías multidimensionales de opresión.

La ejecución de las 90 soldaderas carrancistas por el General Uribe, bajo las órdenes de Francisco Villa, que abre el libro nos permite comprender el silenciamiento y la deslegitimación de los testimonios de las soldaderas por parte de la historia oficial, y en contraste, la relevancia que Elena Poniatowska les da a través de un entramado textual que expone las características de la investigación periodística, trabajo que realizó asiduamente a la par de su oficio de escritora y fotógrafa. La impronta de su trabajo en la selección de retratos de mujeres fue abordada por Alejandra Torres en "Una constelaciones de mujeres"(El cristal de las mujeres, 2010) destacando la relación de semejanza entre escribir e inscribir, por la participación con sus cuerpos de la vida política. 

La selección de testimonios, tanto orales como escritos de las protagonistas directas de la revolución, las canciones tradicionales, las memorias y los relatos autobiográficos son parte de un montaje construido intencionalmente, por la autora, con el mismo énfasis que la selección de las fotografías utilizadas, del Archivo Casasola, no llevan epígrafes o comentarios integrándose al texto. Este entramado se configura con citas diversas y discontinuas que privilegian el valor de la experiencia, no en un sentido único, sino que este montaje, construido a partir de fragmentos de la historia vivida, provoca un distanciamiento crítico. Las voces de las soldaderas interactúan en presente con el recuerdo, recomponiendo la organización colectiva y tensionando la representación cristalizada en la cultura mexicana. En la misma dirección, la fuerza del acontecimiento fotográfico irradia sobre el texto y lo ilumina. O, en otras palabras, la dimensión sublime del acontecimiento visual se constituye por la tensión entre la representación de las soldaderas como mujeres valientes y mujeres de placer. En esta distinción, se retoma la mención al libro Soldaderas en las Fuerzas Armadas Mexicanas. Mito e Historia, de Elizabeth Salas(1990). En esta referencia que realiza Poniatowska, se describe la posición ambivalente dentro de la historia cultural mexicana a partir del vaivén entre una imagen valiente de la soldadera y otra de placer cuyos antecedentes náhuatl se relacionan con la diosa mociuaquitze y la función de las mujeres ahuianime. En este sentido, es fundamental destacar que la función comunal de estas mujeres era diversificado, eran rechazadas por el uso del lenguaje no verbal. Su expresividad, atavíos y peinados que usaban eran asociados con una sexualidad desenfrenada. Sin embargo, su función central era el acompañamiento de los guerreros o víctimas antes del sacrificio. Eran consideradas “entrometidas” cuando se arrojaban a acompañar a los guerreros en la batalla. Así, esta ambivalencia expone la contradicción entre el rol protagónico que tenían y la aversión de la comunidad.

Esta actualización, de las imágenes de las soldaderas, permite observar una red de relaciones de fuerzas, más o menos manipuladas, bloqueadas u orientadas en una dirección estratégica que producen subjetivaciones y desubjetivaciones (dispositivo). La tarea de Elena Poniatowska será la de una arqueóloga, restituyendo, profanando los procesos de subjetivación que fueron y son producto de esta red y habilitando al lector-espectador en la interrogación por el presente de esta configuración. Para poder abordar esta configuración, focalizaremos el análisis en el cuerpo de las soldaderas, sus retratos, su vestuario y las descripciones de las actividades que realizaban individual y colectivamente. Del archivo fotográfico seleccionamos un conjunto de imágenes por condensar en algún punto de la composición una operación de ampliación, corte o montaje, sustitución o desplazamiento, o nueva puesta en escena de la memoria colectiva.

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Archivo Casasola

 

Montaje y polifonía textual

La tarea de Elena Poniatowska, como profanadora de los dispositivos del poder, se puede visualizar en el ordenamiento que realiza de los testimonios “oficiales” de la revolución en contraste con los testimonios orales y también en los documentos silenciados de las soldaderas. Un caso emblemático es el de Nellie Campobelo, “su caso es el del ninguneo más absoluto” según la autora. Entre el extenso inventario de la novela de la revolución, sus obras Cartucho y Las manos de mamá se destacan por la crudeza en el uso del lenguaje que Poniatowska vincula con “la terrible inocencia de la infancia”. En una descripción brutal de la violencia de la revolución y a través de la metonimia, nos coloca como testigos de lo que mira Nellie “ve sangre, carne reventada, hombres a caballo”. Poniatowska, compara la descripción que realiza sobre los soldados como inmaculados y Nellie misma. Nellie es la inmaculada “la niña grande, la soldaderita” que ve las diferencias sociales que se gestan entre los que tienen hambre y los que no, que no reconoce bandos a la hora de dar protección.

Las fronteras entre la ficción y el documento se difuminan para centrarse en la cuestión del referente histórico denunciando las operaciones desiguales que construyen la credibilidad: Pancho Villa “Las consideró como un estorbo para los movimientos de la caballería. En 1913, en la toma de Juárez, Villa declaró: -Lo que la hizo posible, lo que nos permitió movernos libre, rápida y silenciosamente, fue que no teníamos una caravana, que no teníamos soldaderas”. La imagen de las soldaderas como carga, cuerpo devaluado, “justifica” la naturalización de la violencia, desplaza el sentido de su función económica. Esta devaluación es lo que habilita que los caballos sean mejor tratados y la negación a darles una pensión. Las descripciones sobre su vulgaridad, su violencia, sus malos hábitos profundizan en esta estigmatización donde resuena la imagen de la ahuianime, la mujer como desaforada, entrometida y desenfrenada que oculta su función social. Indudablemente, “esa multitud anónima” que pululan en las fotografías, no son la carga, son las que cargan, el sostén de la revolución. Su función como protectoras y cuidadoras son privilegiadas por Poniatowska:

En las fotografías de Agustín Casasola, las mujeres con sus enaguas de percal, sus blusas blancas, sus caritas lavadas, su mirada baja, para que no se les vea la vergüenza en los ojos, su candor, sus actitudes modestas, sus manos morenas deteniendo la bolsa del mandado o aprestándose para entregarle el máuser al compañero, no parecen las fieras malhabladas y vulgares que pintan los autores de la Revolución Mexicana. Al contrario, aunque siempre están presentes, se mantienen atrás. Nunca desafían. Envueltos en su rebozo, cargan por igual crío y las municiones. Paradas o sentadas junto a su hombre, nada tienen que ver con la grandeza de los poderosos. Al contrario, son la imagen misma de la debilidad y de la resistencia. Su pequeñez, como la de los indígenas, les permite sobrevivir. Sobre la tierra suelta, sentadas en lo alto de los carros del ferrocarril (la caballada va dentro), las soldaderas son bultitos de miseria expuestos a todas las inclemencias, las del hombre y las de la naturaleza.

Otra de las voces, privilegiada por la autora, es la de Jesusa Palancares, la protagonista de su novela Hasta no verte Jesús mío(1969). La vitalidad de su testimonio, refuerza la idea de resistencia y la de valentía, el cuerpo de las soldaderas es una máquina en marcha que se ensambla a la de la locomotora: “En Santa Rosalía, nos tocó un descarrilamiento que hasta se nos telescopiaron los carretes del espinazo”, el relato focaliza en el repliegue en perspectiva que provoca el impacto de los vagones al incrustarse. O en otro fragmento, a través de la traslación se destaca el valor significativo de la experiencia como valor histórico: “La locomotora es la gran heroína de la Revolución Mexicana. Soldadera ella misma, va confiada y resoplando, llega tarde, sí, pero es que viene muy cargada. Suelta todo el vapor y se asienta frente a los andenes para que vuelvan a penetrarla los hombres con el fusil en alto. Allí sube la tropa a sentársele encima. Ella aguanta todo, por eso las huestes enemigas quieren volarla por los aires”.

La polifonía literaria le permite borrar, también, los límites entre la vida privada y la historia para deconstruir la estigmatización de las soldaderas y el sentido de aversión mostrando significaciones múltiples del sujeto colectivo, sus vínculos, su potencialidad y movimiento. La potencialidad de esta construcción nos coloca en relación inmediata con lo dramático del referente histórico desde el primer contacto que tenemos con la imagen seleccionada para la tapa. La dualidad entre las figuras nítidas y las borrosas, la postura corporal y la marca que atraviesa la fotografía por el paso del tiempo. La mujer de la izquierda que vemos primero, está tomada con fuerza de las barandas del tren y pareciera fundirse en el movimiento de este. Su camisa con volados, su pollera blanca y sus pañuelos no se encuentran desgreñados como en otras fotografías. Mira hacia el exterior con preocupación o temor y contrasta significativamente con la mujer que se encuentra a su derecha cuya posición es retraída, con el rostro y la mirada levemente inclinados que mira hacia el frente, en forma más estática. Está descalza y tomando el manto que cruza su cintura y hombro hacia sí. Su peinado al medio, en el centro, con rodete o trenzas recogidas era considerado el peinado de las mujeres decentes en la época. Desde atrás otra mujer que no la mira está tomando o colocando un palo. Retomando para nuestro análisis el concepto de studium y punctum de Barthes, resulta conmovedor el detalle del manto tomado descubriendo dos líneas punteadas simétricas. La visión del gesto nos punza en su descubrimiento. Se puede imaginar ese gesto y la desnudes del artificio como portadores de una diferencia vital, el tránsito de una niña a su edad adulta. Se puede completar la percepción con su estatura y sus pies descalzos. Las otras mujeres completan el encuadre, mostrando la conversación compartida, y los objetos, como la canasta, habituales en muchas de las fotos que componen el libro.

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Contradispositvo visual
Foto: Archivo Casasola

Contradispositivo visual

En el análisis de la primera fotografía seleccionada podemos visualizar la potencia del concepto de “fuera de plano” abordado por la teórica feminista Teresa de Lauretis y su articulación con el punctum bartesiano. La luz más intensa desde abajo releva la construcción del espacio mostrado, los árboles difusos muestran un paisaje en lejanía, escenificando la artificialidad del tiempo intervenido. Las soldaderas sobre el vagón confirman los testimonios de las soldaderas que Poniatowska destaca relevando su protagonismo y la devaluación de su experiencia. La lectura habitual de izquierda a derecha nos hace focalizar en la soldadera que se encuentra hablando de forma expresiva moviendo las manos, y en contraste, la soldadera que se halla sentada hacia adelante, no escucha, esta abstraída o aislada. La interlocutora de la primera soldadera nombrada tiene una mirada que interpela. Por otro lado, en la combinación de elementos predominan los tachos, las canastas y la olla improvisada que humea, concentrando las distintas actividades.

La soldadera que se haya abstraída está destacada por la posición del cuadro y el color oscuro de su vestimenta. Hacia la derecha en el margen superior vemos un resto, la huella del fotógrafo, marcando una intervención, redirigiendo la mirada, el corte y la focalización. Esta sensación de abstracción, el gesto de abatimiento, la mirada hacia abajo, nos sugiere que es la hora de la siesta, el momento del almuerzo y que la luz solar genera esa sensación de sopor. Pero también, hay una disconformidad en la participación de la conversación, esta abstraída con algo “fuera de plano”. La visión de su pierna izquierda en movimiento, sus zapatos con tacos gastados nos conmueve, imaginamos un horizonte de expectativas frustradas en ese deterioro. Detrás la conversación muestra una complicidad, hay un gesto de atención y de sorpresa en la soldadera que escucha. La otra marca del fotógrafo es la franja vertical naranja detrás de la foto, esa franja simétrica vertical contrasta con la horizontalidad de la foto y su contenido asimétrico. La composición nos hace volver sobre la imagen. Si a vuelo de pájaro entramos inocentemente por la izquierda, y repasamos los elementos destacados, para concentrarnos en la imagen de la soldadera abstraída y en sus zapatos; al retomar la lectura de la foto, podemos observar el contraste entre esta imagen y la de la soldadera iluminada por el humo que está arreglándose, colocándose un prendedor o arreglando la ropa preocupada por su aseo que funciona como contrapunctum.

El retrato que sigue impacta por la oposición de los elementos que lo componen. El contraste entre la camisa, la luz natural ingresando en la galería a través de la arcada y la luz de la mirada, y la pollera con la funda, el arma, el fúsil, el cinto de balas. La posición de la mano en la cadera sosteniendo el fusil, contrasta con la mirada luminosa que resalta sobre el marco más oscuro del sombrero y el fondo más luminoso aún.

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Las soldaderas
Foto: Archivo Casasola

Sin embargo, frente a la seguridad de la pose, nos hiere el gesto del rostro, la cabeza levemente inclinada hacia la derecha y la fricción de las cejas. La luz de la mirada connota suavidad, pero hay una intencionalidad en ese ir hacia afuera de la mirada. Una entrega a su función. Podríamos pensar, en la descripción que realiza Nellie Campobello sobre los soldados como inmaculados, y que Poniatowska vincula con ella misma, en la crudeza de su escritura, de su inocencia brutal como testigo. La luz que ingresa por la arcada funciona como aura.

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Las soldaderas
Foto: Archivo Casasola

Esta imagen resulta significativa para mostrar la tensión entre una representación de la soldadera como mujer del placer, la que sostiene, acompaña y la soldadera como mujer valiente. En el centro de la foto tenemos una línea que unifica el beso en la mejilla y el fusil en el regazo sostenido suavemente por una mano. El beso es un beso de compañerismo, apenas recibido por él que sonríe levemente pero que no acompaña con la mirada marcando una jerarquía en el vínculo. El traje armado contrasta también con el atuendo de ella que parece ser de novia.

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Las soldaderas
Foto: Archivo Casasola

Este cuadro representa la exhibición de una impostura. En contraste con la construcción de otros retratos donde hay elementos discordantes que desplazan sentidos construidos para ingresar en otras zonas de significación, resulta relevante destacar la distancia de la mirada. El cuadro nos muestra un paisaje interior, protegido de la violencia del tiempo y de la revolución. La ficcionalización del género, que ponemos en relación con los testimonios que mencionan la limitación de las soldaderas para ocupar cargos jerárquicos, nos muestra los privilegios que tenían los soldados. La mano derecha posando en el arma y la izquierda tomando el cigarrillo, exhiben el artificio del género develando lo arbitrario del poder.

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Las soldaderas
Foto: Archivo Casasola

La densidad testimonial de esta imagen afirma aquello “que ha sido”, que ha existido, las soldaderas como sujeto colectivo en las trincheras. Su pertenencia social, casi niñas. Sus vestidos blancos y peinados partidos al centro, como hemos mencionado, acompañados de trenzas recogidas idealmente en la nunca, muestran la construcción de mujeres “honestas”, descriptas por nuestra autora como la misma imagen de “la debilidad y la resistencia”. La clave alta brinda seguridad, el reflejo de la lente de la cámara en la foto, nos brinda un una connotación positiva, y nos interpela sobre su la potencia de su organización y autonomía.

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Las soldaderas
Foto: Archivo Casasola

La última imagen seleccionada, en clave más baja, transmite peligro, son dos fotos de características simétricas que permiten observar sus semejanzas y diferencias. La de más arriba, la luz que nace de abajo hacia arriba produce sensaciones negativas. Las soldaderas se hallan a la intemperie. Podemos imaginar una tormenta próxima o la noche. Las soldaderas miran a la cámara interpelándola. Un corral improvisado surge desde el fondo. El estado de precariedad de los elementos que integran la foto (mantas, ruedas, utensillos) completan la sensación de peligro. La otra foto, muestra un campamento improvisado, en el medio de la selva, la pose de la soldadera también está focalizada en su interpelación a la cámara. Está de pie y contrasta con el reposo que llevan a cambio los soldados. Esta foto nos transmite sensaciones más positivas por la luz de ambiente natural y por el descanso de los últimos.

Es importante subrayar, que la multiplicidad y diversificación de roles de las soldaderas que Elena Poniatowska describe y visibiliza nos conmueve por las características del material abordado. Los testimonios le permiten transformar las bases sobre las que se apoyan las estructuras que legitiman la credibilidad, denuncia el ocultamiento de los mismos (como el de Nellie Campobelo) y realiza un trasvasamiento de los géneros que desnuda la brutalidad con la que fueron tratadas y recordadas las soldaderas. Para esto, jerarquiza la memoria oral y la voz, como la de Jesusa Palancares en contraposición a la crítica que realiza a Los de Abajo, de Mariano Azuela, por ejemplo, o a la visibilización de la importancia de los documentos que Martín Luis Guzman obtuvo de Nellie para escribir su novela sobre Pancho Villa. Pero además, a través de la selección de fotografías del Archivo Casasola, pone a circular la magnitud de la participación de las soldaderas en la revolución actualizando la pregunta sobre la construcción de género y la desvalorización de la experiencia de las mujeres en la historia de México. No es casual la reiteración de la denigración y destrato en el México actual y su exclusión en la consolidación económica posterior.