Irene Kleiner: “Creo en el espacio colectivo de la palabra”

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Irene Kleiner: “Creo en el espacio colectivo de la palabra”

24 Octubre 2020

Por Santiago Asorey  

La escritora Irene Kleiner obtuvo el primer premio de narrativa en el Concurso nacional de cuento y poesía Adolfo Bioy Casares, en el año 2016, por Todos los mundos, ninguno, su primer libro de cuentos, publicado por editorial Hormigas Negras. En conversación con Fractura, suplemento literario de AGENCIA PACO URONDO, Kleiner ofreció su mirada sobre la construcción del libro, la experiencia colectiva de taller, el psicoanálisis y mucho temas más.  

AGENCIA PACO URONDO: ¿Cómo fue el proceso de escritura de tu primer libro de cuentos? Teniendo en cuenta que se trata del primero.  

Irene Kleiner: Fue un proceso de varios años, durante los cuales fui corrigiendo muchísimas veces los textos que luego se transformaron en los cuentos de este libro. En realidad, yo no me había propuesto publicarlos; cuando comencé a escribirlos no pensaba en eso. Fueron muchos años en el taller de Pablo Ramos, donde aprendí lo que él llama “la arquitectura de la mentira”, es decir lo que hace falta para que el artificio literario funcione. Podría decir que en ese espacio se “gestó” mi libro; porque en esas noches de lectura, a partir de las devoluciones de mis compañeros, y del trabajo en el taller, se empezó a encontrar un hilo que unía los cuentos que yo llevaba. Es decir, fue ahí que “se encontró” la unidad o el universo común al que pertenecían. Lo digo así, en impersonal, porque creo en el espacio colectivo de la palabra, en el que se gesta un discurso que va incluso más allá de quien lo dice o quien lo escribe. A veces lo que yo quería decir lo encontraba en los ecos de lo que había escrito pero no lo sabía ni yo misma. Podría decir que “había un libro” ahí donde yo veía una pluralidad de cuentos.  

APU: ¿Cómo fue entonces que el proceso colectivo del taller que señalás te permitió encontrar los cuentos?  

I.K.: El trabajo en el taller consistía en leer en texto y luego escuchar las devoluciones sin que yo pudiera responder dudas o explicar lo que no se entendía. De esa manera me encontraba con lo que el texto producía por sí mismo, sin ningún elemento externo. Me devolvía lo que los otros comprendían o no, si la historia estaba narrada desde el punto de vista más apropiado para que funcione y me iba dando una idea de lo que hacía falta ajustar para que la historia conmoviera de verdad. Lo más difícil de lograr es que lo que a vos te conmovió y querés convertir en cuento (en mi caso suelen ser imágenes, algún recuerdo, tal vez un solo detalle que me quedó grabado y del que se desprende alguna posible historia a develar) sea algo que te trascienda en lo personal y pueda conmover a otros. En ese sentido, mis compañeros de taller eran los primeros otros en quienes yo podía medir esa primera impresión que causaban mis cuentos.  

Nunca me cansé de corregirlos hasta encontrar la versión que me conformara realmente; cuando sentía que era la mejor manera en que yo podía escribirlo. Pero eso siempre era después de haber pasado por el tamiz de las críticas que se hacían en el taller, todas las veces que fuera necesario.  

APU: El libro tiene cuentos donde surgen historias de eventos que marcaron a una generación marcada por la violencia. Cuentos donde surgen la dictadura militar, el exilio, la guerra de Malvinas ¿Cómo fue abordar estos temas y desde qué perspectiva los enfocaste?  

I.K.: Claro, es que esos temas no son solo eventos de la historia. Creo que para quienes lo vivimos (supongo que para los que nacieron después también, pero no sé si de la misma manera) son parte de nuestra vida, nos atraviesan en lo que somos. Cuando fue el golpe del ´76 yo era una niña, no tenía edad para militar pero vivía en una casa muy politizada. Tengo recuerdos muy nítidos de cuando comenzaron las desapariciones de los compañeros: amigos de mis padres, de mi hermana. La sensación de miedo, de caminar atenta, en contra del sentido de los autos, nunca anotar ni recordar una dirección (me pasa aún hoy que no logro retener las direcciones…) Cuando fue Malvinas, mis amigos acababan de entrar a la colimba. La guerra era eso para mí: ellos en esa locura; lo único que queríamos era que se terminara.  

Entonces, todo eso constituye una especie de magma de donde surgen sensaciones, imágenes, y las historias vienen de ahí, se arman con esa arcilla de la que estamos hechos. Luego, viene el artificio literario de inventarle una historia que entre en ese contexto y que tenga un valor estético.  

APU: El cuento como género es muy exigente en su forma para lograr el efecto buscado. ¿Qué escritoras y escritores de esa tradición cuentística sentís que te han marcado en tu escritura?  

I.K.: Supongo que llevamos las marcas de lo que hemos leído, aunque no siempre sepamos de dónde hemos tomado algunas influencias. Te puedo nombrar cuentistas que releo siempre y admiro muchísimo: Horacio Quiroga, Chéjov, Hemingway, Carver, Cheever, Poissant, Yates, Lucía Berlin. Y de estas tierras: Abelardo Castillo, Liliana Heker, Tizón, Di Benedetto, Fogwill y mi maestro, Pablo Ramos.  

No puedo dejar de mencionar a mi padre, que fue escritor y un gran cuentista; sin duda, el primero que dejó su huella en mí.  

APU: Además de escritora sos psicoanalista. ¿Creés que hay un cruce entre literatura y psicoanálisis? ¿Funciona tu escritura como una forma de autoanálisis?  

I.K.: Si bien el psicoanálisis es una disciplina específica y tiene un campo propio, pienso que hay un terreno en común con la literatura en lo que hace a la concepción del lenguaje. No creo que haya autoanálisis, porque en realidad no creo que haya nada “auto”, en tanto vivimos con otros, y el lenguaje nos viene del Otro. En ese sentido, la mayor afinidad que encuentro entre el psicoanálisis y la literatura es en ese proceso en el cual el texto de uno se convierte en algo entramado con la lectura de quien lo lee. El inconsciente, tal como lo concibe Lacan está estructurado como un lenguaje, y como tal no es de nadie, no está adentro de nadie, en ningún cerebro ni en ninguna “psiquis”; es transindividual, es el discurso del Otro, por lo tanto está en ese espacio “entre”. Por eso, como te decía antes, el proceso de escritura en el taller, pone de manifiesto esta idea; porque a veces lo que vos querés decir en tu texto, tal vez lo encontrás en la devolución que te hace un compañero; en ese sentido, podría decírtelo en términos de Lacan: “el sujeto recibe del Otro su propio mensaje invertido”. Es interesantísimo pensarlo así.  

APU: En todos los cuentos del libro hay mucha potencia y emoción en la cercanía con los conflictos de los personajes. A veces ese logro de la buena escritura lleva a términos como escritura autobiográfica o autorrefencial. ¿Cómo te llevas con esa discusión para pensar tu literatura?  

I.K.: Sé que existe esa discusión pero no creo que se pueda plantear el problema en términos de una disyunción. Si de un lado ubicamos lo autorreferencial, del otro lado ¿qué pondríamos? Es como pensar que existe un mundo objetivo susceptible de ser convertido en hecho estético, por fuera de lo que cada artista registra en su sensibilidad, en su mirada, en el modo singular en que lo afecta. Eso es lo autobiográfico para mí: la forma en que cada uno registra lo que lo rodea.  

Te diría que para lograr esa cercanía que vos mencionás y para que se de esa potencia en las emociones, lo que un artista necesita es justamente alejarse de lo que piensa como persona, las ideas que tiene, sus preconceptos y especialmente sus ideales. Para eso hay que dejarse tomar por la subjetividad propia de los personajes que vas construyendo. Parece algo paradójico ¿no? Pero cuanto más el artista se desprende de lo que cree, y se involucra en cada personaje, en sus conflictos, en sus modos de pensar y actuar, más genuino será el resultado. Lo contrario es tomar a los personajes como títeres del autor o autora y eso sería lo “autorreferencial” a evitar, según mi opinión. Ahora, si contás cosas que te pasaron ¿qué importa si te pasaron de verdad o no? La verdad en juego no es la de cierta coincidencia con una “realidad real”, la verdad es la verdad el texto, lo que hace que funcione, que termines de leerlo y te quede la sensación de que podría haberte pasado a vos.