¿Cómo ser argentino y no morir en el intento? Una reflexión sobre el nuevo libro de Ariel Idez

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    Ariel Idez
LITERATURA Y SER NACIONAL

¿Cómo ser argentino y no morir en el intento? Una reflexión sobre el nuevo libro de Ariel Idez

28 Mayo 2023

La respuesta a la pregunta del título la encontré en el libro que Ariel Idez acaba de publicar, un libro que colocaría en el neogénero de realismo fantástico. Si hay un género literario que me encanta es el fantástico (casi que me gusta más que el género filosófico). Me encanta que en medio de una realidad bastante verosímil estalle lo impensado, lo imprevisible, lo que el lector no pensó (y que a veces ni siquiera el autor sabe). Todos nosotros recordamos la definición que hace de él, la Doctora Ana María Barranechea: es el relato en el que se entreteje algún rasgo anormal o insólito en el medio de hechos cotidianos y banales. Tiene algo de lo siniestro (unheimlich).

Creo que es un género plástico, es decir, que no tiene una definición precisa y unívoca, más bien se adapta a cada necesidad de la historia. Basta recordar los rasgos que incluía Adolfo Bioy Casares en su definición en el prólogo a la famosa Antología de la Literatura Fantástica: puede haber fantasmas, seres maravillosos y elementos fantásticos. Con esta misma libertad en la definición, coloco los relatos que Idez reúne en Modus operandi (Larría Ediciones) bajo la órbita fantástica.

Los cuentos fantásticos se nutren del realismo. Por supuesto, no es un realismo criollista en el sentido de no abundar en localismos para dar cuenta de su arraigo en lo real; es más bien, el realismo verosímil de esos relatos que parecen contar cuestiones que le suceden a cualquier hijo de vecino, pero que solo ocurren una vez: la historia en cualquier momento puede dar un giro y llevarnos a otra dimensión. Para entrar a la dimensión fantástica hace falta mover tan solo unos milímetros la realidad, es lo que hacen estos relatos de Idez (salvo el último, “Claridad”, que se proclama un cover de Tinieblas, la novela de Elías Castelnuovo, que más que fantástico es un cuento “monstruoso”). Eso sí, los relatos de Idez son fantásticos menos por elementos de la trama que por su contexto de interpretación.

Como sea, es el mismo Ariel, en el epílogo (odia escribir prólogos, confiesa enfáticamente allí), el que abre la posibilidad de que algún cuento no nos guste: quizás, asevera, sea “imposible que a un lector le gusten todos los relatos”, y se disculpa diciendo que fueron escritos en diferentes épocas, en distintas situaciones. Como a mí me gusta poner a prueba lo imposible, debo confesar que me gustaron todos los relatos. Me habían gustado antes de llegar al epílogo, que por suerte leí correctamente al final. Leí el libro en una noche maravillosa, en cuanto lo compré —un amigo me dijo, una vez, que los libros de los amigos hay que comprarlos, no hay que aceptarlos como regalo; como me lo dijo un renombrado antropólogo, temí que me aclarase esto porque él sabía que el regalo porta un maleficio: de allí en más, trato de pagar esos libros.

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Tapa Modus operandi

Es posible que espolee un poco algún cuento. Esto debería incomodarlos, lo que los obligará a leer el libro. Espero que les pase como a mí, que en cuanto me hundí entre las palabras, me dejé llevar por las distintas historias. Me divertí. Me hizo pensar. ¿Qué más se le puede pedir a unos relatos en papel, en este mundo fascinado con la virtualidad?

Voy a comentar primero el relato que más explicita, según mi modesta opinión, la ideología de Idez, o por lo menos la mirada que tiene sobre el argentino y la argentina, se llama “Una tragedia argentina”. En este cuento, en la primera página, mueren una madre y su hijo (el narrador mató a un bebé en la primera página, así es la tragedia argentina). Las palabras: “Dos años antes”, abren la oración que sigue al derrumbe del balcón. Y ahí cuenta todos los tira y afloje que suceden en la administración del edificio, en el consorcio y entre los vecinos cuando se plantea arreglar el frente y el contra frente, que están muy deteriorados. El presupuesto, bien a lo argentino, está engrosado por gastos injustificados, y los vecinos organizados consiguen otro presupuesto más económico. El negocio del administrador y el de la “líder” de los vecinos se cae, ganan los rebeldes. Son muy divertidas todas las idas y vueltas entre los vecinos, que para bien y para mal me recordó la serie de Franchela, El Encargado. Un arte imitando a otro arte.

El otro relato en el que se trasluce la ideología del escritor, según mi opinión, es “Modus operandi”, el relato que le da nombre al libro. Cuenta Ariel que el nombre se lo debe a los editores de su primer libro, en el que aparecía este texto y que significa “modos de obrar”. Relata las peripecias de una serie de suicidas que, de la nada, se arrojan debajo de los autos, urbanistas kamikazes que se inmolan… pero ¿para qué lo hacen? ¿Por qué y cómo lo hacen? ¿Es un virus psíquico que obliga a los peatones a lanzarse debajo de las ruedas? ¿O son una célula clandestina y están organizados para acabar con la vida normal en Buenos Aires? En este cuento hay una premonición de lo que puede ocurrir en cualquier momento en una ciudad en la que la lucha es cuerpo a cuerpo, o mejor dicho: cuerpo contra metal, mirada a mirada y bocinazo sobre frenadita casi pisándole los pies al peatón que espera en la mitad de la calle a que cambie el semáforo.

Esta lucha ya está en marcha, la lleva adelante cualquiera que viva en una megalópolis y camine sus calles, maneje un auto o ande en bicicleta. No por nada, para un país son más importantes la cantidad de autos que se venden que la de los nacimientos que se producen. El toque nacional y macabro, acá, radica en que es verosímil que nos organicemos para matarnos. Cuando casi al final del relato el discurso tranquiliza al lector porque “la estadística de muertos por accidentes de tránsito volvió a los aterradores números” que había antes de estos peatones suicidas, el lector tiene que reír o llorar porque esa es la realidad. Algunos años más tarde, una automovilista denuncia a un peatón porque le pareció sospechoso un gesto suyo con el que amenazaba arrojarse debajo de las ruedas. Es un cuento actual, pero no podemos dejar de remitirlo a la Dictadura, donde el buen vecino denunciaba a otro/a por su aspecto. La Dictadura también forma parte del ser nacional, y su agencia aparece varias veces en estos relatos.

El cuento que más me hizo acordar a la risa que me sacudía cuando leía La última de Cesar Aira y Elogio de la pérdida y otras presentaciones, libros anteriores de Ariel, es “Carne”, que abre esta serie de relatos. Por supuesto, en este cuento también se lee claramente lo que piensa Ariel de los argentinos y argentinas y, en particular, de la población del campo del arte y la cultura.

Para entrar a la dimensión fantástica hace falta mover tan solo unos milímetros la realidad, es lo que hacen estos relatos de Idez.

Es una reivindicación y una burla. Lo incluiría en la tradición de las Vidas imaginarias, de Marcel Schwob o los relatos de Borges en Historia universal de la infamia. La verdad, estuve tentado de googlear si Jorge Manfreddi, el artista proletario y héroe de esta historia, era real y había existido. No lo hice no porque esté totalmente seguro de que es un personaje literario, sino porque elegí creer que lo era, renunciando a la realidad. Era una invitación que me hacía Ariel, y acepté el convite. La recreación de ese clima de efervescencia que se vivía en la década de 1960 alrededor del mítico Instituto Di Tella está representado de manera fantástica, no en el sentido técnico del término sino en el sentido vulgar, porque es muy verosímil: un artista como Manfreddi hubiera levantado todo el mito que lo rodea en “Carne”.

Ese mito, con todas sus contradicciones (nos confiesa el narrador), se debe a que este artista de la carne literal se aproxima al “ser nacional”. No sé si hay un ser nacional (creo que nunca a un alemán o a un boliviano se le ocurriría dudar de su ser nacional). Todos nuestros intentos de definir al ser nacional lo que hacen es encubrir las contradicciones irresolubles en las que nos sentimos envueltos cuando nos interrogamos por lo que significa ser argentinas y argentinos. No sé si hay un ser nacional, y si lo hubiera estoy seguro que se asemejaría menos a un gaucho, a un tanguero o a un folclorista, y más a un ser fantástico que bordea lo monstruoso, que es hembra aunque se llame Rogelio, que pare un huevo casi irrompible, y que un hombre hétero, no sé si llega a enamorarse, pero que por un motivo u otro termina acostado en la misma cama con él, con ella o con eso, según queramos definirlo. Acá me estoy refiriendo a “Claridad”, el último cuento del libro.

Para llevarle una vez más la contra al autor de estos relatos, que confiesa abiertamente que le “cuesta encontrar ese ‘hilo conductor’” a los cuentos aquí reunidos, debo confesar que lo encontré, que ese “hilo conductor”, de hecho, es evidente. El intríngulis que los vincula es el ser nacional, la argentinidad. La interrogación ya no soporta ser formulada como la formulaba un Mallea ni un Hernández Arregui, por poner un par de nombres que se interrogaron por esa cosa tan interesante, pues estamos bajo el paradigma de los Lamborghini y los Copi.

De hecho, si lo pensamos un poco, advertimos que varios de los cuentos del libro son básicamente realistas. Si nos ponemos conceptualmente estrictos constatamos que hay un único cuento maravilloso y que la mayoría de los otros cuentos son básicamente realistas, y que si los consideramos fantásticos es por el contexto de nuestro país. El contexto de interpretación se me hace imprescindible, en este caso. En este sentido, al libro de Idez podría considerarlo un libro de denuncia. Denuncia las condiciones económicas que vive cualquier asalariado, en particular los asalariados del campo cultural. Denuncia nuestra facilidad para fascinarnos y, a la vez, nuestra indiferencia por la suerte del otro/a.

Un enunciado de “Carne” pone sobre el papel las contradicciones esenciales que conforman al ser argentino. A partir de los experimentos que lleva a cabo Manfreddi con la carne, “sus compañeros (en el frigorífico) creen que anhela poner una carnicería o que es un retardado mental”, nos dice el narrador. Charly García supo decir que le gustaría hacer una obra que el público no discerniera si era una genialidad o una bazofia. Por qué no pensar que el peso de este tipo de contradicciones (o va a poner un negocio o es un retardado mental) es lo más propio de este ser nacional que se caracteriza en primer lugar por no reconocerse en ninguna figura que lo defina, definición que él busca con ansiedad, rechazo y humor. En el libro de Idez van a encontrar… por lo menos yo encontré recortadas varias de las “figuritas” que definen nuestros diferentes perfiles de argentinos y argentinas. Hay humor, pero también hay pesadilla y tragedia, en esta definición.