Freud: el padre del psicoanálisis en una serie que se cae a pedazos

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Freud: el padre del psicoanálisis en una serie que se cae a pedazos

04 Abril 2020

Por Diego Moneta

Cuando Netflix anunció que haría una serie sobre Sigmund Freud, rápidamente generó expectativa en la audiencia, sobre todo en aquella relacionada con el mundo de la psicología. Después de su estreno el pasado 23 de marzo, lo único que se comenta de Freud es la gran decepción que representa.

Luego del enorme éxito de Dark, la serie alemana estrenada en 2017, la plataforma de streaming había mostrado mucho interés en realizar proyectos en otros países y en diversos idiomas. En este sentido, Freud es bastante ambiciosa. Es una co-producción entre Alemania y  Austria, e involucra a ORF (cadena pública austriaca), Satel Film y Bavaria fiction.

Está dirigida por Marvin Kren (también creador de 4 Blocks), quien participa del guion junto a Stefan Brunner y Benjamin Hessler, y fue estrenada el 24 de febrero en el Festival de Cine de Berlín, donde abrió la sección de series con tres episodios. Desde el inicio, los encargados de realizar Freud aclararon que la intención era retratar que los postulados teóricos del padre del psicoanálisis nacen a partir de su propia experiencia de vida y las encrucijadas con las que se encuentra en el transcurso.

De esta manera, Freud no es una serie biográfica, sino que se asemeja más a la trama criminal que presenta, por ejemplo, The Alienist. Cuenta con ocho capítulos titulados de una manera peculiar: están nombrados según la característica del pensamiento freudiano que pretenden representar. Sin embargo, a pesar de la cantidad de productoras y países involucrados, la serie no ha hecho más que decepcionar al público, debido a diversos errores e inexactitudes en la elección de personajes y el desarrollo de tramas y subtramas.

La gran equivocación de la tira es situar a una figura histórica como Sigmund Freud (interpretado por Robert Finster) como protagonista investigador de una serie de crímenes y representarlo como un Sherlock Holmes austriaco. Un Freud adicto a la cocaína, desacreditado por la comunidad científica y asediado por deudas. La inclusión del personaje histórico termina siendo apenas una excusa para situar la acción en Viena, a fines del siglo XIX, y así llamar la atención de la audiencia interesada en psicología.

No contentos con incluir a un personaje con peso histórico, los guionistas optaron por otro mucho más pesado aún: el emperador austrohúngaro Francisco José I. Tanto éste, como el mismo Freud, son caracterizados en la historia como personas de mucho carácter, cualidad que no está representada en la serie. Todo se convierte en un sinsentido que intenta mezclar un contexto sociopolítico, muy preciso y marcado, con una ficción que no encuentra dónde sostenerse. 


 

Las tramas y subtramas tampoco ayudan a la serie. Mezclar líneas argumentales difíciles de sostener, como lo son la psicológica y la criminal, atenta contra la definición de los personajes y la trama principal.

Por un lado, Freud cruza su camino con el inspector Alfred Kiss (Georg Friedrich), un ex soldado atormentado por la guerra, a cargo de la investigación de un asesinato. Por otro, recibe como paciente a Fleur Salomé (Ella Rumpf), dotada de facultades paranormales de percepción extrasensorial, para vincularse con la hipnosis como técnica de terapia psiquiátrica. En el medio, el matrimonio de los Von Szápáry, expatriados húngaros, busca conectar con la familia real austriaca y, así, acercarse lo más posible al emperador para dirimir temas políticos. De esta manera, tenemos una trama psicológica a cargo de Freud, y una criminal que depende de Kiss.

Todo eso intenta —y aquí subyace la primera parte del problema— converger en un policial, en medio de un contexto histórico muy tensionado. El protagonista podría haber sido cualquier investigador, pero, poniendo a Freud, la serie se gana un problema que no logra resolver. Saca al austriaco totalmente de su eje y lo lleva al punto de acostarse con pacientes para intentar resolver los hechos.

Dentro de lo poco rescatable, el desarrollo del personaje Alfred Kiss es el único que llega a buen puerto. Cuanto más conocemos su historia, más queremos saber de él. La actuación de Friedrich, y en general de quienes están vinculados a las autoridades del imperio, es sólida. Además, entre tanta inexactitud en materia de psicología, destaca positivamente el recurso del “Taltos” (figura mitológica húngara) y su relación con la segunda conciencia de Fleur Salomé, teniendo en cuenta el contexto en el que está inmerso.

Por último, la serie se ve obligada a dar un salto complejo para hallar justificación a toda su narración. La disociación y la conciencia escindida que presenta el personaje de Fleur puede resultar conocida a partir de la trilogía de El Protegido, Fragmentado y Glass, pero de ahí a la “sugestión post hipnótica” para justificar lo sucedido, hay un largo camino que la serie no transita satisfactoriamente.

Los creadores de Freud se dejan llevar por la ambición de acumular estilos y recursos históricos, e insertarlos en una trama político-criminal, arrojando como resultado una pesada narración en la que casi ningún personaje funciona y que no se acerca, ni por accidente, a aprovechar el universo freudiano.

Por todo esto: hay que dejar de robar con los policiales (al menos, por dos años). 
 

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