El mundo en el 2021: síntomas del multipolarismo

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El mundo en el 2021: síntomas del multipolarismo

23 Agosto 2021

Por Francisco A. Taiana*

A medida que el mundo en su conjunto transita el primer aniversario de la pandemia de COVID-19, los síntomas de un nuevo escenario global se manifiestan cada vez con mayor vigor. Si bien la unipolaridad, que caracterizó al sistema internacional luego de 1989, pareciera perder terreno año a año frente a una nueva multipolaridad, esa transición se está produciendo con una cantidad de desafíos no menores. A pesar de que un “orden multipolar” está lejos de ser un oxímoron, es lógico suponer que una mayor cantidad de actores de peso en el escenario global implique un sistema internacional más complejo e inestable.

La imprevisibilidad del Coronavirus y su impacto severo sobre la economía, aún incuantificable, han profundizado una coyuntura histórica, ya marcada por la incertidumbre. A su vez, la aparición simultánea de diferentes vacunas no solo ha intensificado la rivalidad interestatal, sino que además ha visibilizado la desigualdad preexistente entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo.

Por otro lado, los desafíos a nivel de cada Estado en particular no parecieran ser menos imponentes.

Estados Unidos

En Estados Unidos, la presidencia de Joe Biden supone una reorientación parcial del rumbo de Washington, que se deberá enfrentar a una serie de limitaciones estructurales fuertemente arraigadas. Si bien es razonable esperar que la diplomacia de Biden sea de un carácter un tanto más previsible que el estilo estrambótico y distintivo de su predecesor, no pareciera haber en la situación actual demasiado margen de maniobra para para cambios muy sustanciales.

Los niveles de tensión en la relación con China (tendencia profundizada bajo Trump, aunque iniciada con el Obama tardío) puede perfectamente aminorar, pero difícilmente resuelvan las contradicciones de fondo que se generan entre una potencia en ascenso y una potencia establecida. Además, por más eficaces que sean los posibles gestos de reconciliación entre Washington y Beijing, estos no anulan las hipótesis de conflicto existentes entre ellos (principalmente en el Mar Meridional de China, Taiwán y en la Península Corea) (Allison, 2017).

Además, en los últimos años, Estados Unidos intentó detener la expansión de la influencia de la República Popular China a escala global, al modificar abruptamente sus políticas comerciales e industriales, al cuestionar la viabilidad de la Iniciativa de la Franja y la Ruta y al presionar a sus aliados para que alejen a las empresas de alta-tecnología chinas; siendo el ejemplo más notable de esto el caso Huawei (Heydarian, 2020).

Similarmente, la llegada de Biden no pareciera suponer, en lo inmediato, una reversión de las crecientes divergencias entre Estados Unidos y la Unión Europea que se han dado en los últimos años.

Asimismo, el engorroso y contradictorio retiro estadounidense del Medio Oriente. iniciado en la década anterior, sigue sin resolverse por completo. En este sentido, la cuenta pendiente más trascendente y delicada es, sin dudas, Irán, que a pesar de continuar insistiendo en la naturaleza pacífica de su programa nuclear ha retomado el enriquecimiento de uranio al 20%; una cifra que está simultáneamente muy por debajo del 90% requerido para fabricar un arma atómica y muy por encima del 3.5% que les está permitido bajo el Acuerdo Nuclear que firmó con Estados Unidos (que luego se retiraría del acuerdo durante la presidencia de Trump) y otros 5 países en el año 2015 (“Iran disowns minister’s warning that it might seek nuclear weapons if cornered”, 15 de febrero 2021).

No obstante, a pesar de la complejidad e importancia que tiene la cuestión de Irán, y otros temas en la región, hay factores estructurales y coyunturales que seguirán imponiendo la estrategia de retirada estadounidense de Medio Oriente: la seguridad brindada por su recientemente obtenida autosuficiencia en producción de petróleo y gas, y una creciente aversión de su población al aventurismo militar probablemente sigan impulsando esta política.

Por último, Latinoamérica asoma como una de las incógnitas más grandes de la política exterior de Biden. A pesar de ello, hay una observación preliminar clara que se puede hacer: la victoria del Partido Demócrata ha dejado al Brasil de Bolsonaro, uno de los aliados más notorios de Trump a nivel global, en una posición muy delicada tanto a nivel bilateral con Washington y a nivel regional con el resto de Latinoamérica.

En el panorama interno, la situación también pareciera ser notablemente delicada. La espectacular toma del Capitolio por militantes de extrema derecha en defensa del supuesto fraude electoral denunciado por un derrotado Donald Trump no es otra cosa que la más reciente de una serie de explosivas muestras de descontento popular que se han dado en los últimos tiempos a lo largo del país y a lo ancho de su espectro político. El hecho de que la asunción de Biden se haya dado con más tropas en la ciudad capital que aquellas desplegadas en todo Medio Oriente (Haltiwanger, 2021) es un dato anecdótico, pero no por ello menos revelador de la profunda crisis de legitimidad que está atravesando el régimen.

Finalmente, todas estas corrientes se desenvuelven en un Estado que ostenta el lúgubre y desafortunado título de ser el país con el mayor número de muertos e infectados de COVID-19 en el mundo. Resulta difícil sobreestimar el impacto de la pandemia en la derrota de Trump. Qué efecto tendrá sobre los destinos políticos de su sucesor, queda aún por verse.

Reino Unido

El caso de uno de los aliados estadounidenses más cercanos e importantes, el Reino Unido, es aún más incierto. Una de esas coincidencias inclementes del destino le ha superpuesto a la nación insular la lucha contra la pandemia y su engorroso divorcio de la Unión Europea.

La que otrora fuera una de las economías más estables y previsibles del mundo, se encuentra enfrentando una serie de desafíos internos y externos, íntimamente conectados entre sí, cuyas potenciales consecuencias son aún difíciles de cuantificar, mientras Londres intenta redefinir su ahora incierto lugar en el mundo.

Si bien el temido No-Deal Brexit (es decir, la salida de la UE sin un acuerdo previamente establecido con las autoridades en Bruselas) fue evitado a último momento, el divorcio entre Gran Bretaña y el bloque regional no significa el fin de tensiones entre los mismos; como lo ha ejemplificado el caso de las vacunas mencionado anteriormente.

A su vez, la continuación de la apertura de la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte ha acercado ambas partes de la isla mientras que las nuevas fronteras entre esta y la isla de Gran Bretaña la han alejado como nunca antes del resto del Reino Unido (Edgington, 2021). Por primera vez en más de un siglo de independencia irlandesa, la reunificación de la isla se asoma como una posibilidad muy real en el horizonte.

Asimismo, el Brexit también ha fortalecido sustancialmente el nacionalismo escocés tanto en apoyo popular como en representación parlamentaria, en donde el Scottish National Party (SNP) no ha parado de crecer tanto a nivel local como en el parlamento británico. De continuar esta tendencia, un nuevo referéndum de independencia para Escocia pareciera probable en el futuro cercano. De concretarse ambos procesos, el Estado que hoy conocemos como el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, luego de trescientos años, podría dejar de existir en esta década (Peabody, 2021).

Con tan solo producirse alguno de todos estos cambios, la relación entre Londres y la Unión Europea se enfrentará a desafíos considerables al desencadenarse nuevos, pero intensos, conflictos de intereses.

A su vez, para la Unión Europea el año 2021 también conlleva desafíos importantes en la medida que el bloque supranacional continúa sin encontrar una respuesta cohesiva a la pandemia de COVID-19. El previsto retiro de Angela Merkel del liderazgo de Alemania, una de las fuentes de mayor continuidad y estabilidad del bloque en los últimos 16 años, presenta varias incógnitas respecto de la futura política interna de la Unión Europea. En el plano internacional, el panorama no presenta muchas mayores certezas.

Si el futuro británico post-Brexit da cuenta de una serie de problemáticas para la Unión Europea en su flanco occidental, su frontera oriental no es menos compleja: a su tradicional dificultad por consolidar una postura unificada frente a Rusia, se le ha sumado en los últimos tiempos una preocupación por el creciente aventurismo turco.

Turquía

En cuanto refiere a Turquía, único miembro euroasiático de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y quien ostenta el segundo ejército más grande de la alianza (“Turkey Military Strength”, 2021), ha demostrado un comportamiento cada vez más autónomo de Occidente. Su candidatura para ser miembro de la Unión Europea, iniciada hace décadas, parece un recuerdo cada vez más lejano a medida que el gobierno turco ha virado su orientación estratégica de Europa hacia Asia y, más específicamente, Medio Oriente.

El nacionalismo islámico desarrollado en los últimos años por el presidente Erdogan lo ha alejado del liberalismo internacionalista mantenido por la Unión Europea, mientras que los diversos conflictos a lo largo del Mediterráneo Oriental han generado un vacío de poder notable. Las numerosas guerras que aún se libran en la región, sumadas a un Egipto subsumido en sus propias preocupaciones internas y una Arabia Saudita que ha demostrado ser incapaz de construir una hegemonía, dejan a Turquía como el líder natural del mundo sunni.

Asimismo, el gobierno de Erdogan en tiempos recientes ha empezado a proyectar su poder en la región, involucrándose militarmente en Irak, Siria y Libia, apoyando a Azerbaiyán en su reciente guerra contra Armenia e intimidando a Grecia en el mar. En otras palabras, la República de Turquía está buscando afirmar su dominio en muchas de las regiones en las cuales su Estado predecesor, el Imperio Turco Otomano, fue la potencia dominante por casi cuatro siglos.

De ser exitosa en el largo plazo, esta aventurera política exterior, descrita ocasionalmente como “neo-otomana” (Maziad y Sotiriadis, 2020), podría traer considerables beneficios; entre ellos devolverle a Turquía el estatus de “Gran Potencia” después de un siglo de estar relegada a un segundo plano en el sistema internacional. Por otro lado, queda por verse la reacción que generará esta expansión agresiva entre los principales actores regionales (Irán, Arabia Saudita, Egipto e Israel) y extrarregionales (Estados Unidos, Rusia, China y la Unión Europea); sin mencionar los desafíos intrínsecos del Medio Oriente que en las últimas décadas han demostrado ser enormes.

No obstante, tanto el alejamiento entre la Unión Europea y el Reino Unido, como el aventurismo militar turco y la parcial retirada estadounidense ponen en duda la viabilidad de la OTAN en el largo plazo. Si bien el hecho de que esta organización, fundada para la contención de la Unión Soviética, haya sobrevivido treinta años a su propósito original es ciertamente notable, la correlación de fuerzas actual cuestiona la necesidad de la misma. Más específicamente, cuando se toma en consideración que (con algunos incrementos presupuestarios y sobreponiéndose a unos no menores prejuicios históricos) los países de la Unión Europea estarían más que en condiciones de garantizar su propia seguridad, la perspectiva de la creación de un “Ejército Europeo” en el futuro no muy distante no pareciera ser para nada disparatada (Nguyen, 2020).

Rusia

En lo que concierne a la Federación Rusa, el año 2021 la encuentra en una coyuntura particularmente compleja de éxitos y crisis. Por un lado, la producción y exportación de su vacuna Sputnik V le ha significado un notable éxito diplomático a Moscú y le ha habilitado un margen mucho mayor de maniobra en el escenario global. Simultáneamente, la oleada de protestas que atravesó el país luego del arresto del dirigente opositor Alexei Navalny revela un creciente descontento, particularmente entre los sectores medios urbanos, con el gobierno. No obstante, lo que tal vez sea más ilustrativo de las protestas es que han remarcado el nivel de incertidumbre existente en relación a la eventualidad de un post-putinismo (Troianovski y Higgins, 2021).

Por otro lado, la cuestión de las protestas, enmarcadas en la temática de los derechos humanos, se han vuelto otro punto más de tensión entre Rusia y Occidente. En este sentido, la elección de Biden fácilmente conlleva a un deterioro en las relaciones ya distantes entre ambos países.

A su vez, en la medida que Washington y Moscú mantengan sus enfrentamientos, Rusia y China, rivales históricos, continúan su actual edad dorada en sus relaciones bilaterales. Golpeada por una batería de sanciones y disputando espacios de poder en Ucrania y Medio Oriente, a Rusia no le quedan muchas más opciones que alinearse con la República Popular China y, por el momento, hacer la vista gorda de los recientes avances chinos en su tradicional esfera de influencia (es decir, Asia Central).

China

En cuanto refiere al caso de la República Popular China, el 2021 la encuentra en una coyuntura crucial. En el plano interno, los últimos años han visto una creciente atención de la comunidad internacional sobre tres temáticas puntuales: la ciudad de Hong Kong, la isla de Taiwán y la Región Autónoma Uigur de Xinjiang.

En relación a Hong Kong, una serie de protestas en 2019, que originalmente comenzaron como una reacción negativa frente a un proyecto de ley de extradición, se tradujeron pronto en un conflicto más generalizado respecto de la autonomía de la ciudad y su integración con el resto de la República Popular China. Si bien manifestaciones de este estilo no son inéditas (por citar un ejemplo se puede señalar a la llamada Revolución de los Paraguas de 2014), el ciclo de protestas de iniciado en 2019 se destaca por su duración, su intensidad y la reacción que ha generado en la comunidad internacional y particularmente en Occidente, donde sobretodo Estados Unidos y el Reino Unido lo han convertido en un nuevo punto de conflicto con Beijing.

A su vez, la situación en Hong Kong también tuvo su impacto en Taiwán y fue uno de los factores que llevó a la relección de la presidenta de tendencia independentista, Tsai Ing-wen, en enero de 2020 (Nachman, Kar Ming Chan, y Mok, 2020). La histórica victoria de Tsai, obtenida con más del 57% de los votos, no solo ha fortalecido enormemente la posición de su partido, el Partido Progresista Democrático (PPD), sino que seguramente lleve a la profundización de la creciente grieta entre Beijing y Taipei. Este dato es particularmente significativo ya que un intento de declaración de independencia por parte de Taiwán es tanto la hipótesis de conflicto más importante para Beijing, como la hipótesis de conflicto más importante entre Beijing y Washington, que en numerosas ocasiones ha reiterado su intención de intervenir en cualquier intento de reunificación forzosa con el continente.

Finalmente, la última problemática interna de la República Popular China que hay que destacar es el caso de Xinjiang, alrededor del cual se ha generado otro foco de tensión entre Beijing y Washington. La política del gobierno central chino de contrainsurgencia y contraterrorismo en su región centroasiática ha recibido creciente atención por parte de la prensa occidental y el gobierno estadounidense, los cuales han acusado a China de severas violaciones de Derechos Humanos.

A este panorama interno se le agrega la pugna respecto de la imagen de la República Popular China que el coronavirus ha desatado ante la opinión pública mundial. En esta contienda, la “China modelo” con su eficacia ejemplar en la lucha contra el virus y la producción de vacunas se contrapone a la “China culpable”, responsabilizada por la pandemia por parte de ciertos sectores, a la que a su vez contrarrestada por la “China solidaria”, que ha enviado recursos materiales y humanos a distintos países del mundo.

Al margen de la emergencia sanitaria, las relaciones sino-estadounidenses no fueron la única relación bilateral en empeorar en épocas recientes. Una turbia escaramuza en la disputada triple frontera de China-India-Pakistán el 5 de mayo de 2020 dejó un incierto número de víctimas fatales, y resultó en el punto más bajo en la relación entre China e India en décadas. A su vez, este punto de conflicto, heredado del proceso de descolonización, subraya la gran incógnita de cuál será la naturaleza de la relación que Beijing construirá con esa superpotencia emergente que es su vecino austral.

A las tensiones con la India, se le agrega una disputa diplomática desarrollada en los últimos tres años con Australia, una potencia regional con vínculos muy cercanos a Estados Unidos. Además, estos tres países junto a Japón conforman la informal “Alianza Cuadrilateral”, un espacio creado con una clara intención de contención de la influencia china en la cuenca del Indo-Pacífico (Heydarian, 2020).

No obstante, este armado no carece de problemas propios: Australia mantiene una gran dependencia económica de China, al ser esta el destino de alrededor de un tercio de sus exportaciones; la India mantiene una tradicional desconfianza hacia los Estados Unidos y se encuentra rodeada por países con vínculos mucho más cercanos a Beijing que a Nueva Deli (Pakistán, Sri Lanka y Myanmar, por nombrar algunos ejemplos); y Japón presenta una gran incógnita tras la renuncia de Shinzo Abe, el primer ministro que más años duró en el cargo desde 1945, a finales de 2020.

Por otro lado, China aún mantiene numerosas ventajas. A pesar del impacto de la pandemia, la República Popular China fue de las pocas economías en el mundo que logró tener crecimiento en su PBI el año pasado (alrededor del 2%) y sus ventajas productivas se han visto, de hecho, reforzadas durante el 2020. Asimismo, China sigue siendo, entre las economías más importantes del mundo, la que tienen el plan más abarcativo y sustancial para el desarrollo del Sur Global: la Iniciativa de la Franja y la Ruta.

A modo de cierre

A lo largo de este texto, hemos presentado una radiografía general de la coyuntura histórica que atraviesa actualmente el mundo: el renacimiento de un orden multipolar. A su vez, hemos buscado ilustrar cómo esto implica una complejización del sistema internacional, en la que abundan oportunidades y desafíos para actores con un creciente margen de maniobra.

Esta complejización también se ha visto acompañada, por lo menos en esta etapa temprana, de una notoria crisis del sistema multilateral; en la cual las principales instituciones del orden mundial establecido en 1945 se han demostrado incapaces de dar respuestas certeras a las nuevas crisis que van emergiendo y, en consecuencia, se han visto progresivamente cuestionadas, aún por muchos de sus arquitectos.

Finalmente, se debe señalar que son precisamente las oportunidades y desafíos que plantea un mundo multipolar los que le presentan a Argentina, un país de características medianas, el imperativo estratégico de desarrollar una política exterior soberana, autónoma, madura y plural. Esta política exterior, además, debe necesariamente pensarse dentro del marco de América Latina y retomando la agenda de la integración regional.

En un escenario de creciente incertidumbre, el futuro de la República Argentina se encuentra necesariamente ligado al camino del multilateralismo, la cooperación, el respeto por la soberanía y el derecho internacional; es decir, los pilares tradicionales de su diplomacia. Consecuentemente, es en ese espíritu que nuestro país debe trabajar para la emergencia de una nueva etapa en la globalización; marcada ahora por el ascenso del Sur Global y el florecimiento de la Cooperación Sur-Sur.

*Licenciado en Historia recibido en la Universidad Torcuato Di Tella y Magister en Estudios sobre China por la Yenching Academy of Peking University. Se desempeña como Director Nacional en el Ministerio de Cultura de la Nación

Bibliografía

Allison, Graham, (2017), Destined For War: Can America and China escape Thucydides's Trap, Boston: Houghton Mifflin Harcourt.

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Heydarian, Richard Javad, (2020), The Indo-Pacific: Trump, China, and the New Struggle for Global Mastery, Singapore: Palgrave Macmillan.

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