Una noche en Heidelberg: cómo somos en la soledad 

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Una noche en Heidelberg: cómo somos en la soledad 

07 Mayo 2017

Por Santiago Haber Ahumada.

Almagro. Teatro El Estepario, arriba de las escaleras, una sala chiquita, orgullosa de albergar lo alternativo. 

Todos los viernes a las 20:30 unas cincuenta o sesenta personas se acomodan en las sillas frente al escenario, y se encuentran con una mujer mirando a través de una ventana, la única ventana que tiene la sala.

La mujer mira, vestida de rojo, esperando a alguien. Se le nota en las manos, las junta y las mueve, ansiosa. 

La gente se sienta, silencia y apaga sus celulares, la luz atenúa y, con el sonido de un timbre, comienza Una noche en Heidelberg. Dirigida por Pedro Antony y adaptada por Alfredo Zenobi de la novela Muñecas, de Ariel Magnus, la obra atraviesa la incomodidad entre un bibliotecario extranjero y solo, y Selin, una joven y atenta alemana que insiste en sonreír. 

Las guirnaldas y las botellas de alcoholes dicen que el cumpleaños de Selin es algo que ella aprecia y respeta mucho. La soledad cubre a la obra de principio a fin en un manto que permite y regala las dos soledades distintas: la sufrida y la buscada. Distintas formas de sentir y aceptar aquello que se piensa como tristeza y angustia. 

La escenografía acompaña la fría noche alemana, acoplándose a esos dos mundos mujer y hombre, que son dos, pero son también el mismo. Mundos que encuentran risas y llantos (indispensables en toda desolación real) bajo esa frazada. Mundos que se animan a conocerse. 

La inevitable atracción por lo opuesto, por el contraste, que es, en definitiva, la atracción por lo que en el fondo es lo mismo: la soledad. Una de ellas, odiada, despreciada y recluida en el rincón gris de los momentos que no se quieren; la otra, amada en silencio, extrañada en los contactos con el mundo exterior. 

La obra se desarrolla en poco más de setenta minutos, y sus diálogos, sus encuentros y desencuentros, y sus lentos y tímidos acercamientos deshacen la incomodidad, metiéndolos en la ternura y el susto a lo raro de ella hacia él, y de él hacia ella. El bibliotecario y sus rupturas de la convencionalidad; Selin y su esperanza de felicidad aferrándose a ella.

Así, se turnan para sorprenderse mutuamente con sus rutinas extrañas, sus visiones de la vida y sus temores a ser juzgados al mostrar quiénes son en realidad.