Un Borges peronista y emplumado, delirio de Lucas Nine

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Un Borges peronista y emplumado, delirio de Lucas Nine

16 Septiembre 2017

Por Boris Katunaric

Son varios los intentos de construcción de futuros contrafácticos. Qué hubiera pasado si… Los bastardos de Tarantino matan a Hitler, en Watchmen EEUU gana la guerra de Vietnam, en Volver al futuro Trump es presidente (sic). Fantasía no tiene límites, decía Michael Ende, y la realidad es parte de esa infinitud.

Pero a esto también podemos sumarle un Ace Ventura, detective de mascotas reduciéndolo aún más, microscópicamente. Situarlo en Argentina en los años 40 y acercarlo a la fauna literaria de la época y sus enredos políticos y estéticos.

Borges inspector de aves nace de una hipótesis contrafáctica que algunos tenemos, ¿qué hubiera sido, de haber existido, un Borges peronista? Pero tampoco exageremos nosotros (para eso está el autor). Tampoco es un peronista militante, es más bien un funcionario común y corriente.

Nine lo imagina en un terreno aún más específico, el rol de inspector de aves que le fue encomendado en 1946 por las autoridades tras asumir el control del Estado, luego de remover al escritor del cargo de bibliotecario. De esta locura, la de pensar a un Borges comprometido como funcionario, especificamos aún más y redoblamos la apuesta.

Inspector. Esta palabra nos dispara automáticamente al policial negro. Aquí podemos ver a un Borges protegido por un perramus (referencia directa a Alberto Breccia) y un sombrero, fumando, casi siempre en ambientes nocturnos.

Nuestro detective irrumpe en la escena investigando el homicidio de un loro, en visita oficial llega a la casa de Bioy Casares para hacer averiguaciones del caso. Los sirvientes de Bioy terminan confesando que él fue el asesino del loro porque cantaba todo el día la marcha peronista. Borges se lleva detenido al asesino del ave, quién se sorprende ante el vocabulario de su viejo amigo “¡Sí Adolfo! ¡ahora cojo! cojo con mujeres desnudas!”. Esta es la presentación oficial de nuestro inspector de aves, funcionario público y héroe anónimo. Un Borges que ha abandonado la literatura para combatir el crimen y proteger a los seres emplumados.

Pero no nos asustemos, el Borges que narra desde un monólogo interior, sigue siendo el mismo de El jardín de los senderos que se bifurcan. El lenguaje que Nine le imprime a nuestro héroe mantiene su esencia... o casi. “Moviendome con cautela, estudié el reloj, la torre, la plaza. Los pocos peatones que la cruzaban apretaban el paso, intimidados por la aguja del minutero que pendía sobre ellos como el gigantesco alfiler de un entomólogo”, y además “¡ten cuidado! Había susurrado al teléfono hacía unos minutos, pero esto el reloj no podía saberlo. Marcaba las veinte y cincuenta y ocho. El culo te abrocho”.

El humor que ronda las páginas de Borges va in crescendo, tanto en lo argumental como en la voz principal, todo se va volviendo más delirante a cada viñeta. Los personajes se envuelven en territorios demenciales como el villano principal, Oliverio Girondo y sus espantapájaros, autómatas de barro creados por Xul Solar para atentar contra el destino del universo, un plan diabólico bordeando lo infantil pero aún así más que efectivo para la gran comedia que leemos. Borges disfrazado de pollo pasa inadvertido en una fiesta en donde todo se desmadra por discusiones estéticas y vuelan las botellas.

La expresividad de las miradas y de los gestos de los personajes son precisas y definidas, y esto se admira aún más en el clima oscuro, la estética de mancha de la escuela brecciana, entre la bruma de las noches de Buenos Aires.

Una referencia más, un juego divertido en el que nos mete Borges es su viaje en el 60. A diferencia del Eternauta que hace su viaje desde San Isidro hacia el centro para luchar contra la invasión y el terror, Borges hace el recorrido inverso para prevenirnos del mal que Oliverio desea imponer en el mundo.