Salud mental y feminismos: ser una yegua, no una mascota

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    Yegua, nunca mascota
    Ilustración: Gabriela Canteros
SALUD, POLÍTICA Y FEMINISMOS

Salud mental y feminismos: ser una yegua, no una mascota

22 Enero 2023

Parece que quedó lejos ese 6 de diciembre del 2022, cuando la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, después de anunciada su sentencia de prisión e inhabilitación a cargos públicos, hizo su descargo en redes: “Las decisiones las van tomando los hombres en mesa. Y claro… cuándo aparece una mujer con ciertas características de alguien que no es una mascota (...) yo nunca voy a ser una mascota del poder”.

Ser una yegua no es ser mascota, pensé. Y habría mejor que preguntarle a los animales para pensar en este problema. Qué tienen ellos para decirnos sobre nuestras formas de habitar el planeta.  De relacionarnos con ellos. De rebelarnos u obedecer. De ejercer poder. De tratar lo que nos rodea. Nuestros modos de salud y de enfermedad. Cómo vivimos y morimos. ¿Qué dicen sobre nuestra política? ¿Sobre nuestras maneras de ver al otrx, de armar comunidad? ¿Sobre nuestros modos de producción de existencia?

No es lo mismo la fuerza de mutación o plasticidad que la sobreadaptación a formas de vidas que nos producen malestar. La salud, entonces, más que el objetivo de normalidad es la posibilidad de un veto al sufrimiento producido por esta sobreadaptación a guiones ideales, hegemónicos. Guiones que prometen una felicidad que nunca llega. Guiones de obediencia y sumisión. Y ahí está el tema: en la salud está la política, los feminismos y viceversa.

La filósofa Sara Ahmed ubica con filosidad esta intersección entre subjetividad, salud, y feminismos. Desobedecer a los guiones esperados es presentar un problema, es serlo y provocarlo. La desobediencia implica un castigo. Y claro, nadie quiere ser castigadx. No parece una salida supuestamente feliz.

La mujer deseada por un varón es más feliz. La mujer que tiene hijxs está más completa. La mujer bella es más alegre. La que está disponible siempre para lxs otrxs no se va a quedar sola. La que no grita mucho, la que no se ríe fuerte parece estar más contenta. La que no se queja. La que no se enfurece. La que no se calienta. La que se deja domesticar.

La salud, entonces, más que el objetivo de normalidad es la posibilidad de un veto al sufrimiento producido por esta sobreadaptación a guiones ideales, hegemónicos.

Una feminidad que no es mascota es una yegua, una perra, una gata, una histérica, una loca, una bruja, una minita, una puta. Un ruido que no cuaja. Un síntoma, un malestar. Un exceso, seguro. Una imprudencia. Que goza demasiado. Mala, muy mala. Una amenaza a la supuesta pasividad que ella encarna y  que debería otorgar. Acaso una monstruosidad. Pero, ¿es la monstruosidad un castigo a la rebeldía o todo acto de subversión a la norma y al mandato es, en sí mismo, algo monstruoso? El reverso de lo patológico: la insumisión, una salud.  El reverso del estigma y la vergüenza: la potencia aventura y de imaginación.

Ser una yegua, no una mascota es la fórmula que revela una posición. Un modo de estar en el mundo en relación a los otrxs. Un modo de comunidad. El veto al malestar por adaptarse a mandatos no solo en términos exclusivamente de género, aunque esto nos dice mucho. Si no que abre  una problemática que excede y hace estallar estas categorías, como tantas otras. El sufrimiento por suponer que no nos merecemos una vida digna a ser vivida. Colonizada y regida por las decisiones de otros, hombres sentados en una mesa.

No hay una salud posible, una ética de lo común, una vida vivible en la obediencia al otro. Sea este otro discursos familiares, ideales, guiones culturales, prácticas económicas.

En la potencia de contestación, en la fuerza de plasticidad y mutación está la salud, no en la sobreadaptación. Está en  el gesto de salirse de lo impuesto. En la traición al ideal que impone, castiga y somete. Como fuga. En el peligro de lo vital. En la renuncia a seguir guiones  que nos prometen imágenes de paraíso individual. De una felicidad que se vuelve un infierno. La renuncia que abre siempre a la curiosidad y la invención.

* Por decisión de la autora este artículo contiene lenguaje inclusivo.