Pepe Rosa sobre Juan Manuel de Rosas

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Pepe Rosa sobre Juan Manuel de Rosas

28 Agosto 2016


“A nada llegamos mientras nuestra historia nos oculte la realidad de nuestro actual colonialismo”.

José María Rosa

El Jefe

En 1845 gobernaba la Confederación Argentina un caudillo. Un gran caudillo que amaba y comprendía a su pueblo. Había surgido cuando las masas populares despertadas por la tremenda conmoción de la Independencia no quisieron dejarse conducir por los intelectuales (de intelecto extranjerizado) que pretendieron conducir a la Argentina con teorías y libros traducidos. De buena fe los más, pero de mala fe algunos, nos ataron al dominio imperialista. Los intelectuales extranjerizados (y entre nosotros son, casi todos) jamás ven las cosas importantes y siempre se detienen en minucias. Es decir, son lo contrario de "inteligentes". No veían el enorme poder de Inglaterra que poco a poco nos imponía su dominio económico diciendo que era para civilizarnos. "Civilizarnos" era renunciar a nuestra nacionalidad y encontrarnos por lo tanto aptos para ser ingeridos por los imperialismos.

Algunos lo hacían porque nada querían saber con cosas propias. Estos eran tontos de buena fe, y entre ellos pondremos a Sarmiento que llamaba "civilización" a lo de afuera y "barbarie" a lo de adentro. Otros porque esperaban del imperialismo que asegurase a la porción más civilizada y culta de nuestro país una preponderancia en la dirección social contra las propensiones de las masas ignorantes a subyugarla. Estos no eran tan tontos ni tan de buena fe. Entre esos anotaremos a Alberdi, que escribió las anteriores palabras en El Nacional de Montevideo el 7 de diciembre de 1838.

Bien, los intelectuales resultaron un desastre gobernando. El primero de ellos, en el orden cronológico, fue Mariano Moreno, que llamaba al pueblo "la canalla", era abogado de los intereses ingleses y decía muy seriamente (algún despistado lo considera "un gran patriota" por eso) que debería buscarse el apoyo de Inglaterra para conseguir nuestra independencia política de España, entregándoles a los ingleses la dependencia económica; dándole lo que ganaba una tejedora de Catamarca o un zapatero de Buenos aires, en los tiempos españoles, a los industriales de Mánchester. Es decir, salir de un coloniaje franco, pero débil, para caer en otro encubierto, mil veces más duro. De Guatemala a Guatepeor. Hasta que un día el pueblo lo sacó carpiendo. Después vinieron otros más despistados y cipayos que aquel. (Por eso algunos historiadores marxistas, que como intelectuales foráneos no alcanzan a ver al pueblo y sólo estudian las "ideas" se quedan con Moreno y no con Bernandino Rivadavia, a quien el historiador Piccirilli le ha descubierto negociaciones muy feas. Un día el pueblo barrió a todos los intelectuales extranjerizados de derecha y de izquierda, porque todos son lo mismo. Y el pueblo se quedó).

Las masas populares no gobiernan por congresos ni directorios, ni elecciones correctamente incorrectas. Gobiernan por sus caudillos. Un caudillo es alguien que atina a comprender a esas masas y saber dirigirlas. La primera condición que debe tener es amar al pueblo porque amar es comprender; y amar al pueblo e identificarse con él, es amar a la Patria. Porque en la masa popular está el germen del nacionalismo. El patriotismo, como todos los valores sociales -la religión, el derecho, el lenguaje, etc.- nace en las capas populares y crece de abajo arriba, como las plantas. Alguna vez he llamado "regla de oro" de la progresión social al nacimiento popular de los valores sociales y su crecimiento hacia arriba, de las clases bajas a las clases altas. Es el pueblo el que educa a las clases altas y no las clases altas las que educan al pueblo. No comprender esto es no saber una palabra de política aunque se estudien muchos autores alemanes, norteamericanos o rusos. Alguna vez escribiré, también, un libro de sociología para uso de sociólogos aristocratizantes, y lo titularé así: La Regla de Oro.

Bueno: llegaron los caudillos a la historia argentina. Eran populares, eran patriotas por lo tanto pero no todos resultaron aptos. Se puede ser caudillo y ser zonzo o ser ídolo popular y faltarle las dotes de estadista imprescindible para el gobierno. Así los primeros caudillos fracasaron: Ramírez fue lanzado contra Artigas, Estanislao López escuchaba demasiado a su avispado secretario español, Domingo Cullen; Facundo Quiroga no quiso creer en la deslealtad hasta encontrarse en la trágica encrucijada de Barranca Yaco.

Entonces llegó Rosas, a la vez caudillo y hombre de gobierno. Gran caudillo y el estadista más capacitado y patriota que tuvo la Argentina, por lo menos en el siglo XIX.

A Rosas se le debe la unidad argentina, su independencia económica (perdida después de su caída) y, sobre todo, el sistema americano de rechazar el tutelaje de las grandes potencias, no rehusando la guerra si fuera necesario y ganárselas. ¿Hubo otra figura de estadista en el mundo entero, que con un país pequeño trabajado por hondos antagonismos, pudo ganar una guerra a Inglaterra y Francia unidas?. Yo creo, como reconoció Palmerston en el parlamento británico, que la obras de coraje, tesón y astucia y habilidad desplegada por Rosas en su conflicto con Inglaterra y Francia, lo ponía muy por encima de otro gobernante de la época. Ante un enemigo de esos quilates, no encontraba deshonroso perder la guerra y firmar la paz con las condiciones que le impuso Rosas.

Claro que esto que digo asombrará a algunos, porque para comprenderlo a Rosas se necesita poner como él, la nacionalidad antes que otras consideraciones. Quienes carecen de conciencia nacional se encuentran tan incapacitados para juzgar a Rosas, como un ciego de nacimiento para valorar el colorido de un cuadro. No lo comprenden y aquello que no se comprende, naturalmente, se odia. Por eso, algunos incapaces de comprender a Rosas, deben limitarse a odiarlo.