León Ferrari: arte, censura y la pregunta por la incomodidad

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    León Ferrari
ANIVERSARIO

León Ferrari: arte, censura y la pregunta por la incomodidad

07 Septiembre 2025

Volver a León Ferrari no debería ser un gesto nostálgico ni un ritual canónico, sino una oportunidad para repensar los vínculos entre religión, estética y violencia. Sin embargo, el riesgo de leerlo solo como “artista incómodo” también forma parte de su legado: ¿qué ocurre cuando la crítica se vuelve discurso oficial y el gesto corrosivo se convierte en cita obligada del sistema del arte?

En 1965, mientras Estados Unidos intensificaba la guerra en Vietnam con el uso de aviones caza F-105 Thunderchief, Ferrari presentó "La civilización occidental y cristiana" al Premio Nacional de Escultura del Instituto Torcuato Di Tella: una figura de Cristo crucificado suspendida sobre un modelo a escala de ese mismo avión. La obra no funcionaba como alegoría ni como metáfora; su potencia residía en la literalidad: exhibía de manera directa la alianza entre el discurso religioso y la maquinaria bélica occidental. En sus palabras: “Cuando puse a Cristo sobre un avión no estaba cuestionando a Cristo, sino a la alianza entre la Iglesia y la violencia”.

El Di Tella la incluyó en el catálogo, pero la excluyó de la muestra sin dar explicaciones. En la Argentina de entonces, bajo la presidencia de Arturo Illia pero todavía con fuerte tutela militar y con el antiperonismo como principio ordenador del sistema político, la censura no resultaba excepcional. El Instituto, que buscaba a la vez proyectar modernidad y evitar conflictos con los poderes de turno, optó por silenciar una obra que Romero Brest —director del Centro de Artes Visuales— reconocería más tarde como extraordinaria, aunque políticamente “explosiva”. En ese gesto ya se percibe la paradoja de una vanguardia que se autoproclama experimental, pero cuya autonomía se revela frágil frente a las presiones religiosas y estatales.

Como respuesta, Ferrari escribió en "La respuesta del artista": “No me escandaliza que alguien mate en una guerra; me escandaliza que se acepte esa muerte como inevitable, y que se considere blasfemia mostrarla con un símbolo religioso”. El tono de la frase suena hoy familiar, casi canonizado, pero en 1965 era un gesto radical que desnudaba el doble estándar: la violencia bélica era tolerada, la imagen de esa violencia sobrepuesta a un símbolo religioso resultaba intolerable.

Las Escrituras ilegibles continúan esa misma lógica crítica. Son caligrafías densas, obsesivas, que imitan el flujo del lenguaje sin contener mensaje alguno. Al verlas de cerca, el espectador se enfrenta a un entramado visual sin principio ni fin, como si la letra misma hubiera perdido su capacidad de transmitir. Se trata de una operación de desacralización: frente a los discursos religiosos y políticos que se presentan como incuestionables, Ferrari ofrece un balbuceo gráfico que vacía de sentido el gesto de la escritura. Allí la crítica no está en lo que se dice, sino en la imposibilidad misma de decir.

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Obra Leon Ferrari
"La civilización occidental y cristiana", obra de León Ferrari.

El problema del mercado y la neutralización institucional aparece con nitidez en su texto "Cultura" (1968), donde advierte que incluso las vanguardias más radicales pueden volverse funcionales a las élites si no cuestionan políticamente su propia práctica. El arte contemporáneo, en su afán de diferencia, corre el riesgo de volverse endogámico: hablar solo a quienes conocen sus códigos. Hoy vemos cómo obras concebidas como corrosivas —desde "La civilización occidental y cristiana" hasta los collages con excrementos sobre imágenes sacras— son premiadas, coleccionadas y exhibidas en museos de prestigio. La censura inicial se transforma en absorción institucional: lo que antes era inadmisible se convierte en emblema de tolerancia cultural.

Ese dilema —la tensión entre eficacia crítica y neutralización— fue central en toda su trayectoria. Ferrari sabía que incluso sus piezas más violentas podían terminar colgadas en salas blancas, celebradas por el mismo sistema que buscaba impugnar. Esa contradicción no lo detuvo: insistió en producir fricción, en incomodar aun a riesgo de ser canonizado.

Hoy, once años después de su muerte, "La civilización occidental y cristiana" se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes como parte de la Colección Familia Ferrari, en comodato. Sus obras circulan en libros, escuelas, redes sociales. El gesto de colgar un Cristo sobre un avión se vuelve parte de la memoria cultural. La pregunta es si todavía incomoda, o si ya funciona como ícono neutralizado, una prueba de que el sistema puede absorber hasta la crítica más feroz.

Volver a Ferrari no es solo revisitar la censura del pasado, sino interrogarnos sobre el presente: ¿es posible un arte que incomode de verdad en un contexto saturado de imágenes “críticas” que el mercado y las instituciones absorben con rapidez? Quizás el verdadero desafío no esté en repetir su gesto, sino en detectar cuándo la incomodidad se transforma en mercancía y en preguntarnos qué espacios quedan para el disenso real.