La política de Córdoba ante el ocaso de tres impotencias (mileismo, schiarettismo y kirchnerismo)
Dentro del engranaje de la democracia liberal, ninguna instancia revela con tanta nitidez las verdades de una época como una elección. Durante meses pueden sostenerse discursos, encuestas o relatos demagógicos, pero cuando llega la noche del domingo electoral, sólo queda el veredicto de las urnas. El voto confirma o despoja a cada fuerza de su retórica y la enfrenta a su verdadera dimensión.
Milei perdió el invicto. El amplio triunfo del peronismo bonaerense el pasado 7 de septiembre de la mano de su gobernador Axel Kicillof, no sólo trastocó el tablero político a escala nacional, sino que dejó al desnudo la fragilidad estructural del gobierno nacional y derrumbó el mito cuidadosamente construido de un ajuste ejemplar, aceptado a conciencia por las propias víctimas. Falso. Esa ilusión, sostenida por la prédica de la austeridad redentora para salvar al país de las garras del peronismo y llevarlo a potencia mundial en 30 o 40 años, se desmoronó junto con la experiencia política libertaria, que en vez de orden y crecimiento produjo pura desolación: salarios pulverizados, jubilaciones reducidas a la miseria, consumo detenido, miles de pymes cerrando, obra pública paralizada, desguace del Estado social, entrega de recursos y empresas estratégicas, pobreza y desempleo en expansión. A la crisis social se agrega una política deshumanizada que privó de insumos al Garrahan, castigó con palos y gases a jubilados y privó de recursos a las familias con discapacidad. La corrosión moral completó el cuadro. Los escándalos de corrupción demolieron el discurso de la “anticasta”, revelando al mileísmo como una reedición grotesca del viejo régimen que pretendía destruir. Desde entonces, al gobierno sólo le quedó la opción de tercerizar su economía, su política, su agenda y su campaña a Washington. Prueba de que está agotado.
La deriva de la política liberal se comprende mejor desde la geopolítica
El anuncio del Tesoro norteamericano es un auxilio financiero pero también un gesto político de administración de expectativas como señal de “confianza” para ayudar al gobierno de Milei en el tramo previo a las elecciones, pero supeditado a un resultado positivo. Vale decir, Milei depende de EEUU y su ayuda depende del Peronismo. En otras palabras, o gana o muere. El anuncio de Donald Trump, al condicionar abiertamente el auxilio financiero de Estados Unidos a un triunfo electoral del oficialismo argentino, desató una reacción inmediata y nerviosa en los mercados. La declaración, que desnuda el carácter político —y no económico— del supuesto “rescate”, dejó en evidencia hasta qué punto la estabilidad del gobierno de Milei depende más de la voluntad de Washington que de la solidez de su propio programa.
Estados Unidos y su poder económico, militar y financiero sigue siendo inmenso, pero atraviesa un retroceso relativo frente a un orden internacional que ya no le obedece en exclusiva. Brasil, Rusia, India, Turquía y sobre todo China, disputan espacios que antes eran monopolio de Washington, y América Latina es uno de esos tableros donde la Casa Blanca intenta recomponer su influencia directa. Aunque la verbalización diplomática tenga ese descaro, la vieja idea del “patio trasero” ya no alcanza, los países de la región en la etapa globalista diversificaron socios, mercados y fuentes de crédito.
Javier Milei encarna esa función con celo humillante y servil. La decisión de Milei de retirar a la Argentina de los BRICS fue su primer gesto de alineamiento total con Estados Unidos e Israel, a la vez que un movimiento geopolíticamente imperdonable, que aisló al país del bloque emergente más dinámico del mundo. Su gobierno, prueba del desvarío estratégico en materia de política exterior, combina subordinación política a Washington y dependencia económica con China que invierte en áreas estratégicas de la Argentina, un doble vínculo que Estados Unidos busca romper imponiendo condiciones severas a cambio del salvataje: instalación de una base militar en Ushuaia, cesión de sectores estratégicos como el nuclear, prioridad a corporaciones estadounidenses en licitaciones y recursos naturales, y un régimen de patentes hecho a su medida. En esa operación, Milei no actúa como socio, sino como ejecutor local de un diseño externo, sostenido artificialmente por el financiamiento y la presión diplomática de una potencia que ya no domina sin resistencias, pero aún conserva la capacidad de dictar condiciones. El objetivo es doble, consolidar un enclave seguro de influencia norteamericana en la región y, al mismo tiempo, impedir el retorno del peronismo en 2027, bloqueando la posibilidad de que la Argentina vuelva a ensayar un proyecto de desarrollo autónomo y de integración soberana con América Latina.
El reciclaje del poder económico en clave agroexportadora
En la superficie, la de octubre es una elección parlamentaria de medio término; en la profundidad, se dirime algo mucho más decisivo. No se trata sólo de renovar bancas, sino de comenzar a delinear el mapa del poder hacia el 2027. La maniobra del establishment contempla la posibilidad de que esa cita electoral se convierta en un plebiscito encubierto sobre la continuidad del gobierno, una suerte de ensayo general de sucesión anticipada.
Desde 1955, la obsesión constante de la Argentina oligárquica ha sido borrar al peronismo de la historia nacional. Lo intentó con bombas, proscripciones, censura, carpetazos, tortura, desaparición y fusilamientos, sin lograrlo. Con el tiempo esa usina comprendió que no hacía falta aniquilarlo, sino domesticarlo, integrarlo al engranaje dócil de la democracia semicolonial, vaciarlo de contenido transformador y convertirlo en una pieza funcional del sistema demoliberal. Así, una parte del peronismo, desde Menem hasta nuestros días, dejó de ser un peligro para el establishment y pasó a ser una garantía de su continuidad. En ese sentido, Juan Schiaretti encarna con precisión quirúrgica esa operación histórica de esterilización del peronismo. No es su negador, sino su domesticador interno. Representa la versión “civilizada” del movimiento nacional, despojada por completo de su filo transformador y adaptada al molde de una república semicolonial que exige previsibilidad para los mercados antes que justicia social para su gente.
Revestido de compostura institucional y apelaciones a la “moderación”, de esa operación surge el llamado “Frente Provincias Unidas", presentado como una alternativa de renovación “razonable” al cráter que va dejando el experimento libertario. Su base social es la misma de siempre, los grandes intereses de los polos agroexportadores del Litoral y de Córdoba, articulados en torno a una visión extractivista de la economía y un federalismo de conveniencia armónica que nunca trasciende el perímetro de los intereses del puerto. En esa lógica, aunque se llenen la boca con “la producción”, toda política industrial aparece como herejía y toda distribución de la riqueza como afrenta. Esto no es una conjetura ni una adivinación, la conducta legislativa de sus referentes, como antecedente inmediato, los delata. Todos ellos votaron la Ley Bases, las facultades delegadas, el paquete fiscal regresivo, el restablecimiento del impuesto a las ganancias sobre los asalariados y guardaron silencio cómplice ante el acuerdo con el FMI. Especulando con la herida, le dieron la navaja al mono.
Su programa es la continuidad del que aplicaron Martínez de Hoz, Menem, Macri y ahora Milei. Una sostenida transferencia de riqueza desde el esfuerzo del trabajo hacia los núcleos más concentrados del capital financiero, la burguesía parasitaria y el complejo agroexportador. Bajo el ropaje de la moderación, se disimula un mismo esquema regresivo, el que invoca la necesidad de “superar la grieta” para imponer un consenso conservador. Nada hay de novedoso en ese elenco. Representan un regionalismo demagógico de buenos modales que preserva intactas las causas del estancamiento nacional.
El escenario político cordobés
En las elecciones legislativas nacionales del 26 de octubre, Córdoba renovará nueve bancas en la Cámara de Diputados de la Nación, parte del recambio de 127 escaños que integran el cuerpo de 257. Si bien no se eligen senadores, el comicio adquiere una dimensión política significativa; definirá el equilibrio de fuerzas en el Congreso y pondrá a prueba el liderazgo de las principales corrientes provinciales, con efectos directos y disímiles sobre la gobernabilidad y el rumbo político del país. En disputa estarán tres bancas de la UCR, tres de Encuentro Federal, dos del PRO y una de Unión por la Patria, lo que convierte a esta elección en un capítulo atractivo del mapa político nacional y del futuro inmediato de la política cordobesa.
Natalia De la Sota, al frente del nuevo espacio Defendamos Córdoba, busca renovar su mandato como diputada nacional, cargo que ejerce desde el año 2021. Con trayectoria en el Concejo Deliberante y la Legislatura provincial, enfrenta su tercera elección consecutiva en un contexto redefinido, donde su figura irrumpe por fuera de los dos polos que dominaron la escena peronista en las últimas décadas: el cordobesismo, agotándose en su pragmatismo funcional a los gobiernos liberales y opositor a los nacionales, y el kirchnerismo local, estancado en su verticalismo sectario y su desconexión con la realidad provincial.
De la Sota se ubica así como una tercera vía dentro del peronismo cordobés, disputando votos a ambos espacios, canalizando los márgenes de desencanto con la vieja estructura schiarettista y, a la vez, atrayendo a sectores progresistas decepcionados con la repetición infructuosa del espacio kirchnerista.
Más allá de adhesiones, expectativas o legítimas reservas, su candidatura introduce una novedad política porque rompe con dos deformaciones que empobrecieron al campo nacional en Córdoba. El kirchnerismo terminó convertido en una estructura cerrada sobre sí misma; allí, la devoción a Cristina reemplazó la práctica política. Su relato militante, más allá del “Nada sin Cristina”, se construyó sobre la infantilización del pueblo y la negación del error propio: cada derrota fue culpa del electorado —“globoludos”, “desagradecidos”, “derechizados”, “genios del voto”, “libertos”—, nunca de una conducción que perdió contacto con las mayorías y confunde liderazgo con infalibilidad. Esa falta de autocrítica y su desconexión con la realidad social provincial explican buena parte de su declive. Por otro lado, el cordobesismo donde, a grandes rasgos, su signo de identidad es ser representante político de los intereses de la Fundación Mediterránea, socio complaciente de Macri y Milei en Buenos Aires y opositor de utilería en su provincia.
En ese doble resquebrajamiento, la apuesta de De la Sota combina dos gestos; frenar en el Congreso la maquinaria del ajuste y la entrega de Milei, y abrir en Córdoba el debate que el peronismo evitó por años: cómo recuperar su vocación de mayoría y volver a hablarle al pueblo con la lengua de sus causas históricas. Se verá.
Números e hipótesis
Más allá de los sondeos —que muestran un tablero competitivo entre Schiaretti y el libertario Roca, con De la Sota en un tercer puesto—, si el resultado de octubre arroja una diferencia estrecha entre Schiaretti y Natalia (menos de diez puntos), el impacto puede que exceda la distribución de bancas. Un resultado relativamente parejo desbarataría la narrativa de hegemonía que el cordobesismo necesita para proyectarse como punta de garante de gobernabilidad ante los mercados, el establishment, los gobernadores aliados y Washington.
Schiaretti quedaría debilitado para presentarse como referente “moderado” a nivel nacional, y con ello también se resentiría la proyección presidencial de Llaryora hacia 2027, que depende del mito de una Córdoba inequívoca, ordenada y previsible.
Por el contrario, Natalia, aun sin imponerse, emergería como expresión de un peronismo alternativo sin aparato pero con gente, capaz de disputar representación real. La sangría en las bases del cordobesismo sería inevitable; una elección pareja achicaría la estatura política de Schiaretti en el ocaso de su carrera y abriría un nuevo mapa provincial.
En Córdoba, más allá de lo que el aparato tiene para dar, militar a Schiaretti es una tarea decididamente aburrida. En contraste, Natalia se apartó de inmediato de quienes acompañaron la Ley Bases y las principales iniciativas regresivas del mileísmo. Fue una de las pocas dirigentes que denunció, sin ambigüedades, el carácter antisocial, antinacional y antiproductivo del programa económico del gobierno. Hoy, a su lado, se agrupan trabajadores, docentes, universitarios, investigadores, personal de la salud y del ámbito de la discapacidad, conformando un espacio amplio que expresa el descontento social con lucidez y dignidad. Natalia acertó en su lectura política y en su construcción territorial, sumando a su lista dirigentes gremiales y sociales que encarnan la resistencia concreta al ajuste de Milei.
Un último dato del recorrido de su campaña. La presencia de Natalia De la Sota en la sede de la UOM Río Cuarto, respaldada por todo el secretariado y con la secretaria general de ATSA como tercera candidata en su lista, trasciende el gesto simbólico; es una definición política. El gremialismo pesado de Córdoba, Río Cuarto y Villa María decidió tomar posición, alineándose abiertamente contra Schiaretti y La Libertad Avanza. Allí donde el cordobesismo pretendía sostener su hegemonía con un doble discurso como única opción, el movimiento obrero organizado marca territorio y advierte que, en medio de la devastación social, no habrá espacio para el ajuste inhumano ni para quienes lo avalaron desde Buenos Aires.
Epílogo
La figura de Natalia De la Sota irrumpe en un escenario de agotamiento político múltiple; el de un cordobesismo que, desde los tiempos de Macri hasta Milei, fue sostén dócil de cada retroceso nacional; el de un kirchnerismo replegado sobre su propio ombligo, incapaz de mirar más allá de su círculo; y el de un gobierno nacional que se desmorona bajo el peso de un experimento sin alma. En medio de este cuadro general, su aparición adquiere el valor de un síntoma; el intento, aún incipiente, de reconstruir sentido político en una provincia que parece haberlo extraviado.
Integrar nuevamente al peronismo cordobés al proyecto nacional es una cuestión de construcción y destino político. Esa integración, además, permitiría cerrar una herida estratégica, la de evitar que el “peronismo” cordobesista siga funcionando como bisagra electoral del liberalismo. Cada vez que Córdoba se desentiende del proyecto nacional, esos diez puntos decisivos que restan terminan definiendo elecciones en favor de gobiernos antinacionales. Como vemos, integrar al peronismo cordobés al movimiento nacional no es sólo una cuestión de unidad, sino de supervivencia histórica. Significa devolverle a Córdoba su lugar en la arquitectura del movimiento, romper con el aislamiento funcional y reconectar con la causa histórica que dio origen al justicialismo. Sin esa integración real —no formal ni declamativa—, nuestra Provincia seguirá siendo una república sin Nación. Se verá; pero hoy, por todo lo mencionado, bien vale darle oxígeno a esa posibilidad.
Pero ese desafío excede a una dirigente; es, más bien, la tarea de una generación que deberá volver a pensar la Nación desde su pueblo, sin tutelas ni dogmas, con la certeza de que no hay destino provincial posible en un país fragmentado. Porque, en última instancia, defender Córdoba sólo tiene sentido si se inscribe en la empresa mayor de reconstruir la Argentina.
*Por Gustavo Matías Terzaga. Abogado. Pte. de la Comisión de Desarrollo Cultural e Histórico ARTURO JAURETCHE de la Ciudad de Río Cuarto, Cba.