Juan Sasturain: "Confieso que he leído"

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Juan Sasturain: "Confieso que he leído"

06 Octubre 2019

Por Raúl Haurat | Foto de tapa: Mariano Nieva

Juan Sasturain es Profesor de Literatura. Escribe ficciones, poesía y ensayos. Entre 1985 y 1988 publicó tres novelas policiales protagonizadas por el veterano detective Etchenike: Manual de perdedores I y II, y Arena en los zapatos. Pagaría por no verte (2007). A principios de los 90 vivió en Barcelona y de esa época son las novelas Parecido SA y Los dedos de Walt Disney. Posteriormente reunió sus cuentos en Zenitram (1996) y La mujer ducha (2001). Fue responsable de las revistas Superhumor y Fierro, entre otras. Ha escrito ensayos sobre historieta y humor gráfico El domicilio de la aventura (1995) y Buscados vivos (2003) y sobre el mundo del fútbol: El día del arquero (1985), Wing de metegol (2004), La patria transpirada y los cuentos de Picado grueso (2006). Además, reunió sus poemas por primera vez en Carta al Sargento Kirk y otros poemas de ocasión (2005). Con el cuento "Con tinta sangre" ganó en 1990 el premio de la Semana Negra de Gijón. Escribió, además, la serie de historietas Perramus, saga de cuatro volúmenes con guión suyo dibujada por Alberto Breccia a lo largo de los 80, y ganadora del Premio Amnesty Internacional 1988. Entre sus últimos libros se encuentran: El caso Yotivenko (2009) y Dudoso Noriega (2013). Sasturain fue premiado en julio pasado por su reciente novela, El último Hammet, con justamente, el premio Hammet a la mejor novela negra de 2018, que otorga la Asociación Internacional de Escritores Policíacos en el marco de la Semana Negra de Gijón, el festival de literatura negra más importante de habla hispana.

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Agencia Paco Urondo: ¿Cómo nace tu fascinación por las historietas?

Juan Sasturain: El diario Crítica tenía un suplemento grandísimo con historias gráficas norteamericanas maravillosas. Allí comencé a leer las historietas de Alex Raymond, las dominicales de El Príncipe Valiente de Harold Foster a color, que se publicaban con las rotativas de los años treinta en formato tabloide. ¡Ves esos originales y te querés morir! Todo se dibujaba en esa época. Como no tenían fotógrafos, el jefe de dibujantes de “Crítica” Pedro Rojas, delineaba los casos policiales y los accidentes con dibujos.

APU: ¿De ahí viene tu predilección por la novela negra y el policial?

J. S.: Eso viene de otro lado. Cuando éramos chicos, en los cuarenta y cincuenta, leíamos historietas. En mi casa se compraba el diario y alguna revista de fútbol, Goles o El Gráfico. Mi viejo era el único peronista de la familia y me compraba el Pato Donald y El Mundo infantil, que era la contra peronista del Billiken gorila. Esas eran las cosas que leía. Mi vieja compraba la revista Leoplán. La literatura me entró más por el lado de la lectura de los cuentos y relatos policiales que leía mi vieja. Ahí ya tenía doce, trece años. Empezaba a leer a (Rodolfo) Walsh, por ejemplo.

APU: Qué bueno cuando la literatura llega de manera accidental, uno no la va a buscar sino que la encuentra en una peluquería…

J. S.: ¡La peluquería! Me acuerdo una vez cuando vivía en Coronel Dorrego. Años preciosos para mí, de los quince a los dieciocho, época del secundario. Iba a la peluquería enfrente de mi casa, del peluquero Randazzo, que era el único comunista del pueblo. ¡Te bajaba línea! Y había lindas cosas para leer. Era el típico bolche consecuente. ¡A Randazzo lo metieron preso cuando lo mataron a Kennedy! Rarísimo. Entonces cambié de peluquería. Me fui a la de “Rubio”. Había pilas de revistas. El Rubio ponía la radio y escuchaba los programas matinales de tango. Iba a cortarme el pelo, a charlar de fútbol, y a leer. Me pasaba la mañana. ¡La peluquería era un lugar de lectura extraordinario! Yo recuperé ese clima, distorsionado y cambiado, en el cuento del fiambrero.

APU: Hablemos de tu libro Dudoso Noriega ¿Llevabas un registro de notas en aquellos años?

J. S.: En verdad, no. La memoria selecciona. De esos años tengo recuerdos muy precisos. Viví cinco años en Mar del Plata. De los diez a los quince. A mi viejo, que había sido secretario de una “Unidad Básica” en Lobería, lo echaron a la mierda en el 55 “por adicto al régimen depuesto”. Entonces caímos en La Feliz, a casa de un tío que tenía un hotel. Unos nobles vascos que lo ayudaron. Una Mar del Plata de los cincuenta aplebeyada definitivamente. Los grandes hoteles los habían comprado los sindicatos. La tapa del libro que utilicé en Dudoso Noriega tiene ese clima. Es el fastidio del tipo que está sentado en la playa, leyendo La Nación, que mira alrededor el “graserío” que le ha invadido la Popular y la Bristol. En esa Mar del Plata hermosísima, es donde trascurre la vida del mítico bañero, el Dudoso Noriega.

APU: En tu literatura observo que dialogan el hábitat donde se desarrollan las historias y la influencia de tus lecturas. ¿Cómo convive lo vivido con lo leído en tu escritura?

J. S.: Yo escribo porque he leído. ¿No sé qué te pasara a vos? A mí no me pasaron cosas nada importante. Tuve la suerte de vivir y criarme en un ambiente muy cómodo, de clase media. Mis viejos estaban bien, yo nunca la pasé mal. Tuve la posibilidad de estudiar. ¡Pude venir a Buenos Aires a estudiar Letras! Tuve una experiencia personal muy favorecida. Pertenezco a la generación de los únicos privilegiados de los cincuenta. Del escritor que escribe desde la experiencia, de unas vivencias profundas o conflictivas, yo por lo menos no me enteré. Si bien me gustaba escribir y leer, mi práctica de la escritura partió de la experiencia de la lectura. Escribo porque he leído.

El universo Oesterheld

APU: En las novelas policiales Manual de Perdedores I Y II y la continuación Arena en los zapatos, emerge Etchenike, un antihéroe. ¿Cómo surge la idea del juego con los géneros?

J. S.: Me crié con los géneros. Soy lector de aventuras. La primera experiencia con las aventuras es la lectura del Pato Donald, cuando tenía seis o siete años. Allí me pregunté ¿Quién es el padre de los sobrinos de Donald? En el mundo Disney son todos sobrinos. El autor de las historias del tío patilludo era Carl Barks. Un narrador extraordinario. Esas son las primeras historias que yo leí. Eso fue la introducción a la aventura. Y luego, el universo de las historietas de Oesterheld. Ahí tenías todos los géneros: las de western, de guerra, el cine y sobretodo, antes que nada, la radio.

APU: Aflora Oesterheld y la expansión de los géneros. ¿Cómo fue la experiencia de leer “El Eternauta”, una historieta que transcurría en el Obelisco, en la cancha de River?

J. S.: Ese fue el gran giro de que produce Héctor en la narrativa argentina. No sólo en las historietas. Oesterheld, habiendo escrito desde el año 50 hasta que desapareció en el 77, en esos 25 años fue el mejor escritor de aventuras que ha producido este país. Uno de los narradores más prolíficos y populares. Eso abarca todos los soportes: novelas, cuentas, películas, etc. Fue aventurador. Héctor vivió a la altura de lo que había escrito y en lo que creía. Para él, la aventura era una cuestión existencial y estar a la altura de un desafío. Otra de las grandes novedades fue que las historias podían transcurrir en el mismo lugar donde se leía. Como indicaba (Samuel) Coleridge, esa suspensión de la incredulidad que hace posible la ficción. Un relato llevado hasta el extremo. Vos podías leer una historieta en un departamento, que daba a la avenida Las Heras y te podías asomar para ver si era cierto que los gurbos estaban pasando. La aventura era posible en el mismo lugar donde se experimentaban la lectura y la escritura.

APU: ¿Cómo podemos definir a la revolución que concibió Osterheld en la historieta argentina?

J. S.: Convirtió en aventurable tu contexto. Es una gran victoria sobre cualquier otra forma de dominación cultural. Porque habitualmente la aventura es algo que transcurre en un contexto que no es el tuyo. Los tipos que vuelan, lo hacen en otro lado. ¡Acá no pueden volar! ¿Cómo van a volar acá? Ahora, ¡Allá tampoco vuelan! No vuelan en ningún lado. Esos son los permisos de la imaginación. Poder imaginarse, es poder soñarse. Es la lucha por el imaginario. Cualquiera que escriba ficción, pelea por el imaginario. ¿Por qué el siglo pasado está condenado a la foto fija, de cuatro indios y unos fortineros en pata?

APU: ¿Por qué el imperio pudo construir el mito del western?

J. S.: El oeste americano no es demasiado diferente a nuestro oeste. Si vos ves la escena de Billy the Kid matando al pulpero, en el folleto original de 1870, es igual a las ilustraciones de Eduardo Gutiérrez mostrando la muerte del pulpero Sardetti en manos de Juan Moreyra. La pulpería es igual. ¡El “saloon” no existe! Es una maravillosa construcción mítica de una cultura poderosa. Por eso la gauchesca. Por eso (Leonardo) Favio, que no necesita la fotografía. Eso es El Eternauta. La posibilidad de generar tus propios mitos. Es una prueba que te pensás como independiente. Héctor (Oesterheld) no lo sabía cuándo lo estaba haciendo.

APU: Seguimos una línea de tiempo y te llevo hasta el principio de la década del ochenta. ¿Fuiste crítico de libros?

J. S.: En el año 1981 laburaba en la revista Humor y le propuse al tano Cascioli hacer crítica de libros. Comenté toda la literatura argentina que se publicó en ese año. Algo que en la revista nunca se había hecho. Tenía mucho espacio y libertad. Yo lo venía haciendo desde que me recibí. Los que estudiamos Letras, hacemos critica primero de los libros que somos incapaces de escribir. Recuerdo que en esa época me cayeron dos libros que en ese momento estaban prohibidos: Maldición eterna a quien lea estas páginas de Manuel Puig y Respiración Artificial de Ricardo Piglia.

APU: Cuando eras muy chico, leías El Mundo infantil, la contra peronista del Billiken gorila. ¿Cómo fuiste a parar a la revista Billiken?

J. S.: A Billiken fui a parar en el 82. En una época tremebunda. Me había peleado en la Urraca (Ediciones de la Urraca) con el tano Cascioli por la huelga de Ubaldini. La primera huelga que le hicimos al gobierno militar. El tano se enojó. Decía que yo quería hacer una comisión interna. Renuncié y me fui. El director de Billiken me llamó y empiezo a laburar en los primeros meses del 82. ¿En qué momento? Malvinas. Estábamos en el corazón de la prensa de la dictadura, en Editorial Atlántida. Convivíamos junto a Camilo Sánchez, entre otros, en un sanguche entre el triunfalismo de Somos y la vergüenza de la revista Gente, vocero directo de las infamias de la dictadura. Escribía sobre el Primer Triunvirato y esas cosas.

APU: Jugaste con los géneros, también lo has hecho con el tipo de narrador. ¿Cuál es el origen del cuento “Subjuntivo”?

J. S.: “Subjuntivo” es un experimento. Fue un desafío. El origen debe ser una lectura de (Oliverio) Girondo. Él jugaba mucho con los significantes. Hay una serie de maldiciones que están en el libro Espantapájaros (1932) que dice en el final “Que tu único entretenimiento consista en instalarte en la sala de espera de los dentistas, disfrazado de cocodrilo, y que te enamores, tan locamente, de una caja de hierro, que no puedas dejar, ni un solo instante, de lamerle la cerradura.” Esta escrito todo en subjuntivo. Y ahí pensé en un texto sin saber hacia dónde iba. Subjuntivo es una de las cosas hermosas que tiene el castellano. Es el modo de lo humano para expresar el deseo y el temor. Es el indicativo, lo natural, es lo que es. Está fuera de nosotros. En cambio, el imperativo es la palabra divina. El que te baja los mandamientos. El subjuntivo es el modo más humano. Me encantó esa posibilidad. Escribir el cuento “Subjuntivo” fue un juego.

Entrevista radial: