Bichos corriendo con cara contenta

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Bichos corriendo con cara contenta

06 Enero 2019

Ramiro Gallardo

 

Cuando hice el curso para sacar el registro, el instructor dijo que la mayor causa de accidentes automovilísticos eran las discusiones familiares. Se me grabó a fuego. Es que, con María, cultivamos tres hijos, un perro, un gato, dos axolotl, peces varios y Úrsula, la tortuga, que nos dejó hace tiempo. Familia numerosa. Cada vez que salimos de viaje, el recuerdo de la estadística de accidentes es el primer tema de conversación: ¡nada de discusiones che! pero las peleas se suceden: por ir del lado de la ventana, que los bidones de agua en los pies, el mate está demasiado caliente, el chocolate del alfajor derretido, las bananas aplastadas bajo el peso del tupper con milanesas para los sanguchitos. Cuando la cosa se pone áspera, freno en la banquina. “Marcos, no molestes a tu hermana; Clara, no quiero escuchar un grito más; Salvador, basta de caprichos, ya te comiste cuatro chupetines. María me mira con cara de pocos amigos: hacés que la tensión sea más grande” insinúa desde su mirada punzante.

Nos pasa un auto gris claro con una calcomanía de ciervos.

Tres días antes de salir, el volante comenzó a hacer un ruido extraño. El diafragma, me explicó algún experto. Los talleres mecánicos, para estas fechas, atestados; Warnes colapsada: Los Reyes de la Hidráulica, El Mago de Leiva, el taller de Tito S.R.L. Dirección hidráulica, amortiguadores, semiejes. Chino básico. Los últimos días de laburo, los regalos para el arbolito, la plata que no alcanza, la malla que ya no me va. Los “preparativos”, ¿qué son, una especie de brebaje venenoso, terror clase B? Las vacaciones sirven para recuperarse de los días previos a las vacaciones.

Un rayo de sol recorre el espacio, atraviesa la estratósfera, penetra en Territorio Nacional y se posa sobre mi brazo que cuelga de la ventanilla. Cada tanto lo dejo volar: que los dedos atrapen un poco de viento. Arde. ¿Tenemos el protector a mano? Echo agua mineral sobre mi cabeza, empapa el asiento. Los párpados pesan. Un buen lugar para descansar, con árboles, con sombra, Si no lo encuentro en los próximos 50 km. paro en cualquier lado.

Un escarabajo revienta sus días de vuelo contra el parabrisas, justo en el eje de mi visión. Me tomaría unos mates. Clara quiere hacer pis.

Árboles al costado de la ruta, donde la banquina se ensancha.

¿Por qué frenamos? protesta Marcos desde adentro del walkman. Walkman, qué viejo que sos papá. Estoy muy cansado, necesito cerrar los ojos diez minutos. Salgan a tomar aire.

No me bajo, yo tampoco, yo tampoco, yo tampoco.

Suena el teléfono, mi hermana desde México llama por whatsapp. Ruta, sombra, siesta y wi–fi. Marcos registra mi sueño con su cámara. Cuando mi papá se detenía al costado de la ruta, camino a Villa Gesell, los niños correteábamos por el campo.

Retomamos la marcha. El sol pega menos, el brazo está rojo, pero ya no arde, el mate se deja tomar. Mi cabeza gira, los ojos se detienen en María, que ceba mate. Parece que, por fin, arrancamos las vacaciones. Quedan milanesas. ¿Quién quiere un poco de milanesa?

Una ambulancia allá adelante, en la banquina. A la derecha, del otro lado del badén, un auto con el parabrisas destrozado. Está colocado perpendicular a la ruta, exactamente a 90°, en un lugar imposible. Todo lo que alcanzo a ver está abollado. No hay gente: ni los del auto, ni los de la ambulancia. Es como un cuadro detenido, pero las luces de la sirena parpadean. Disminuyo la velocidad. Al costado del auto, ordenados uno al lado del otro, cuerpos. No los distingo, no puedo mirar fijo. Percibo algo así como una masa gris y naranja, o roja, informe. Una familia acaso, no quiero saber, se me humedecen los ojos. María no llega a verlos, Clara y Salvador, en su sillita, tampoco. Marcos se saca los auriculares por primera vez en todo el viaje. ¿Los viste papá? ¿Qué? pregunta María. Eran cuerpos. Sí. No. Qué horror. El auto que nos pasó hace una hora, antes de que frenáramos. Tenía una calcomanía de ciervos.

* * *

Paramos en el súper de Oriente, compramos carne para el asado de Noche Buena. Navidad es Jesús indicaban los carteles de tránsito en Buenos Aires, como si estuviéramos adentro de una novela de Huxley. El accidente, como si estuviéramos adentro de una película de David Lynch. El camino hasta Marisol es de tierra, el cielo es naranja, el aire respira campo, flores, mulitas, luciérnagas. Regresan a nosotros los fantasmas de la infancia.

Me acuerdo de bichos corriendo con cara contenta dice Salvador. De dónde sacará esas cosas se pregunta María. Tenemos que anotar esa frase respondo, saco la cabeza por la ventana.