Los Gardelitos, la banda narco que sobrevive a todo

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Los Gardelitos, la banda narco que sobrevive a todo

22 Junio 2016

 

Por Norberto Emmerich. IESAC – Ciudad Juárez

El 7 de septiembre de 2003 un pequeño titular del diario Clarín decía “La más antigua de todas”. Se refería a “Los Gardelitos”, la banda de narcos del nordeste del Gran Buenos Aires que en aquel entonces ya tenía una larga trayectoria.

En el año 2013, 10 años después, se afirmaba que “Los Gardelitos ya no manejan directamente ningún puesto de venta de drogas (tal como hicieron en la década de los 90s para construir el poder)… Ahora, según investigaciones, tienen dos divisiones bien definidas. Por un lado producen cocaína de alta calidad que sería traficada a Europa en sociedad con bandas colombianas… El otro grupo elabora cocaína más barata, con no más del 25 o 30% de pureza, que es entregada a los capos barriales”.

Por más de dos décadas esta pequeña organización del Gran Buenos Aires ha sobrevivido y mejorado su capacidad operativa.

En una época histórica en que ni los Estados nacionales muestran tan prolongadas señales de persistencia en el tiempo, es útil comprender la capacidad de sobrevivencia, o sea de adaptación, de ciertas organizaciones del narcotráfico.

Los Gardelitos surgieron en la provincia de Tucumán y el nombre proviene de su fundador, “Chicho” Soria, quien cantaba a la gorra caracterizado como Carlos Gardel, mientras los chicos de la familia pungueaban al público.

De allí salieron expulsados en los años 80 tras ser masacrados un fatídico 31 diciembre, a pocas horas de terminar el año 1986, por el clan de los hermanos Ale, implicados en el secuestro de Marita Verón, la hija de Susana Trimarco, eternos protegidos de la dirigencia político-policial y señores de la droga y el fútbol en la provincia. En la provincia norteña Los Gardelitos era una banda de carteristas y mecheras con ramificaciones en varias provincias, enfrentados a los hermanos Ale por cuestiones “de polleras”.

Su llegada a Buenos Aires no fue pacífica. Todavía en el año 2011 seguían en guerra por el dominio de un pequeño territorio enclavado a las afueras de la Ciudad de Buenos Aires, específicamente en José León Suárez, en los viejos lotes rellenados de la “Operación Masacre”.

En ese entonces el partido bonaerense de San Martín tenía tres vértices narco: el de la Villa 18 con Miguel “Mameluco” Villalba, el de la Villa 9 de julio con Gerardo Goncebat y el de la Villa Korea, donde Los Gardelitos y Los Ranitas guerreaban día a día por el control del territorio. Los Gardelitos todavía no eran los grandes barones del narcotráfico de San Martín y San Isidro que fueron posteriormente, cuando se consagraron como los “war lords” victoriosos.

Los narcos argentinos siempre comprendieron que a la política se llega a través del fútbol. Por lo tanto la barra brava de Boca Juniors siempre estuvo ligada a la expansión narco en el conurbano de la Provincia de Buenos Aires. Claudio Soria, el jefe de los Gardelitos, era uno de sus jefes zonales, a cargo de todo el tráfico de drogas en el partido de San Martín y sus alrededores. Mauricio Macri ya presidía el club. Si los Ale llegaron en Tucumán a Chebaia (UCR) y Alperovich (UCR y PJ) a través de Atlético San Martín, Los Gardelitos no abandonan nunca la pasión xeneize, que ahora tiene dimensiones presidenciales.

En el mes de mayo de 2016 un barrabrava buscado por un secuestro logró escaparse de la Policía durante un partido de Boca Juniors en la Bombonera. Se trata de Maximiliano Oetinger, el “Mey”, socio de Los Gardelitos, quien estaba sentado cómodamente al lado del Rafa Di Zeo y Mauro Martín, los líderes de la “12”. En un momento, una llamada telefónica alertó al narco-barra y se alejó del lugar sin que nadie lo detuviera, a pesar de que toda la Policía lo tenía vigilado.

Hasta hace unos pocos años los especialistas daban cuenta de un fenómeno de "favelización", que se estaba produciendo en distintas zonas del Gran Buenos Aires, llevando a que en cada zona de narcotráfico se conformara una organización delictiva con una estructura definida y cerrada. Allí se trabajaba en dos turnos diarios de 12 horas, cumpliendo funciones diferenciadas de "dealers" (transas), "soldaditos" (jóvenes armados encargados de la seguridad) e "isas", vigilando los alrededores y avisando sobre movimientos extraños.

Aunque muchos “transas” eran detestados por los habitantes de las villas y debían ser ubicados en cárceles especiales, lejos del resto de los reclusos que los atacarían al llegar, no era el caso de los “capos”, que construyeron redes de legitimidad extensa, como hacía el peruano senderista Marco Antonio Estrada González en la Villa 1.11.14 de la Ciudad de Buenos Aires.

El choque de bandas por el control del dinero del narcotráfico en la Villa Korea era apenas un recorte de otros tantos casos que se daban en varias villas de la provincia y en otras ciudades del país, como sucedió luego en Rosario y Córdoba. Aunque ráfagas de esas batallas siguen poblando el anecdotario policial, forman parte de una etapa que es parte del pasado.

El control del territorio pasó de una larga disputa de dos décadas por un territorio de dimensiones barriales (el heartland) a una expansión del mercado, con pretensiones de control monopólico, sobre partidos enteros de la provincia (San Martín y San Isidro, en el caso de Los Gardelitos). En la geopolítica del conurbano el control territorial se ejerce sobre dimensiones pequeñas pero severamente estrictas, mientras el control del mercado pretende ser al mismo tiempo amplio y cauteloso, más preocupado por la logística que por el monopolio.

En consecuencia el negocio millonario de las drogas no nace en las villas pero encuentra allí los mayores indicadores de la crueldad típica del control territorial, donde los transas actúan como verdugos sin piedad contra los “pibes chorros” y otros actores, siempre con la complicidad de la policía, como tan brillantemente retrata Cristian Alarcón en sus novelas. En ese sentido, en un sistema políticamente originado de gerenciamiento, el narcotráfico garantiza seguridad.