¿Hay vida después del FMI?, por Enrique Martínez

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¿Hay vida después del FMI?, por Enrique Martínez

17 Febrero 2019

Por Enrique M. Martínez | Instituto para la Producción Popular

Los compañeros de AGENCIA PACO URONDO me tiran la pregunta del título a boca de jarro. Especial desafío para la tarea intelectual en un país que desde hace varios años busca de manera sistemática en el pasado la solución de sus problemas presentes y con proyección al futuro. 

La derecha repite el pasado, porque a pesar de sus reiterados y rotundos fracasos en el ámbito nacional, vuelva a la misma receta, que le da enormes beneficios a la patria financiera y a un puñado de corporaciones. Los ganadores se reiteran, mientras sus marionetas se incineran.

El campo popular busca rearmarse cuando es desplazado del poder institucional apelando a aquello que ayer o anteayer acercó las mayorías a escenarios de vida al menos más tolerables. Esa metodología pobre, de cortar y pegar con independencia del paso del tiempo, es producto de la falta de actualización doctrinaria, así como de la postulación reiterada de dirigencias que no se renuevan. 

Con ese entorno, la biblioteca sugiere como inexorable un default reprogramado como en 2002 o buscar el pago de la acreencia del FMI como en 2004, que nos libere de sus condicionamientos. Sin embargo, nada es repetible mecánicamente. 

A diferencia de otras instancias, hoy el FMI es el principal acreedor financiero del país, a quien la banda gobernante fue a buscar luego de rifarse en tiempo récord el crédito de recibir un país desendeudado. No dejaron una por hacer. Deuda a 100 años; deuda en divisas para financiar gastos corrientes en pesos; deuda para facilitar la fuga de sumas insólitas, a la vez que se hacía un blanqueo descomunal sin la obligación de ingresar el dinero blanqueado. A esa irresponsabilidad delictiva le sigue el llamado al bombero FMI. 

Frente a un futuro gobierno popular, el FMI no solo llega flojo de papeles, porque el Congreso no trató el acuerdo, sino que llega con una debilidad paradojal, porque al ser el acreedor más importante, la devolución del préstamo depende de modo especial del éxito del programa que se aplique. Y el programa es absurdo. Es idéntico al aplicado en Grecia, a pesar que este país está dentro del área del euro, o sea que no puede emitir moneda propia, mientras que la Argentina tiene moneda propia, aunque inconvertible, lo cual genera una economía bimonetaria en pesos y dólares.  

Esa diferencia es fundamental. El sacrificio del pueblo griego, con toda su connotación genocida, tiene por resultado generar excedentes para pagar a los acreedores, porque se saca a unos para dar a otros, de la misma masa monetaria. 

En Argentina, estrangular el mercado interno genera divisas solo por mecanismos indirectos, como la reducción de importaciones, de turismo en el exterior, de atesoramiento hormiga. Sin embargo, deja abierto anchos canales de derroche y fuga, como la bicicleta financiera con las dos monedas; la falta de obligación de liquidar divisas de los exportadores; una estructura productiva de ensamblado de automóviles o de electrodomésticos, ambos importados, decidida unilateralmente por los empresarios; todo tipo de servicios de consultoría o asesoría legal derivados al exterior y así siguiendo. 

Por más que toda la población deje de consumir -en esa dirección vamos – después hay que conseguir los dólares, que se van por todos los rincones.  

La única vía a ejecutar, para un país como el nuestro, reitero con moneda que no es de libre circulación global, tiene dos componentes: 

1 – Además de la producción tradicional exportable, hacer crecer con fuerza las actividades que la integran hacia adelante, como la elaboración de cobre, y agregar las que necesitan una baja cantidad de divisas y atienden necesidades comunitarias importantes. Desde la construcción de viviendas y de infraestructura social, hasta la alimentación o la indumentaria o muchas otras del mismo tenor, pueden y deben generar trabajo buscando apuntar al pleno empleo. 

2 -  Establecer como valor cultural concreto que el manejo de las divisas debe ser regulado como lo sería el agua en el desierto. La industria automotriz no puede significar una sangría de mas de 10.000 Millones de usd/año; la electrónica de entretenimiento otros 5.000 Millones de usd/año; el acceso a las divisas para atesoramiento o para turismo no puede ser libre; la liquidación de exportaciones debe ser imperativa y en corto plazo. Importar bienes de consumo que fabricamos hace un siglo es un despropósito. Podríamos resumir: Este gobierno nos reinstaló una gigantesca deuda sobre nuestras cabezas. Hay que pagarla. Cada sector que tenga que ver con las divisas, sea porque las consiga vendiendo a otro país o porque quiera comprarlas, debe hacer su aporte para que volvamos a desendeudarnos. Bajar los sueldos de pasivos o activos no paga la deuda externa. Evitar que se fuguen 50.000 Millones de usd si lo hace.  

Si el bombero FMI hubiera hecho el análisis que ultra resumo, no podríamos menos que coincidir. Si no lo hizo, nos toca a nosotros hacerlo y discutirlo con quien nos pongan delante. Para un gobierno popular el FMI es un acreedor pesado. No es el ordenador de nuestra economía, para peor sobre criterios equivocados. 

Nos prestó y hay que pagar. Mal podría estar entonces el FMI en desacuerdo con una ley que obligue a las corporaciones multinacionales a tener balances globales de divisas positivos o al menos nulos y establecer así planes de reconversión que impidan la salida de enormes sumas en el sector automotriz o electrónico. O con otra ley de regulación del uso de divisas por particulares. Las remanidas frases sobre una vida más allá de las posibilidades, que se quieren aplicar a quien se compró un aire acondicionado o cenaba con su familia afuera dos veces por mes, son aplicables a quienes se beneficiaron con el endeudamiento externo que creían eterno, empezando por los bancos, grandes ganadores del despojo. 

Nos preguntan si hay vida después del FMI. Claro que la hay, si nos damos cuenta que todo país como el nuestro tiene dos economías vinculadas. Una en moneda nacional o otra en divisas. Los que nunca ven un dólar y pueden vivir sin él, tienen derecho a hacerlo con dignidad y ya. Los otros, deberán ser regulados, incluso con ayuda del FMI, para que los acreedores externos cobren y se vayan. Que solo vuelvan si los llamamos para pensar y hacer un programa transparente, de interés y utilidad general. 

Lo último. Una alta proporción de quienes lean esto, es probable que se pregunten de donde sale la fuerza política para recorrer el camino descrito. De las convicciones, compañeros. Solo de allí.