La prospectiva, mi nueva amiga

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La prospectiva, mi nueva amiga

11 Mayo 2020

Por Enrique Martínez | Foto Manu Fernández

Las comunidades de toda la historia humana han pretendido prever el futuro y tomar acciones para preservar su vida en ese futuro.

Alguna vez – durante muchos siglos -, el planteo fue simple: defenderse de los posibles ataques externos y asegurar la alimentación de los compatriotas. Si esto último no se podía garantizar, se salía a guerrear con otros pueblos que dispusieran de excedentes, para controlar su destino. La meta era lineal y elemental: sobrevivir.

 La relación con la naturaleza era de subordinación a fuerzas que no se conocían y por lo tanto no se buscaba controlar ni programar, con la excepción de un insumo esencial: el agua. Los sistemas de riego tal vez sean los primeros factores de producción planificados. La relación entre los seres humanos, en su componente guerrero, fue a su vez el primer ámbito de pensamiento estratégico, donde se procuraba pensar como vencer a quien hacía lo mismo, desde su mirada recíproca.

Organizar un regadío o armar una mesa de arena de una batalla, eran acciones al alcance de quienes tenían el poder de llevar su teoría a la práctica; sea modificando la infraestructura o conduciendo un ejército poderoso.

Los demás – la inmensa mayoría de las personas – se refugiaron en ciencias ocultas, señales de la Naturaleza o de la tradición oral, para imaginar qué sucedería en su futuro.

El capitalismo cambió ese estado de cosas, de manera no explícita, pero categórica. Creó una religión pagana, que definió reglas simples para la vida, ordenada por la hegemonía de los dueños del capital y plasmada en los manuales de economía martillados sobre la cabeza de decenas de miles de jóvenes en todo el mundo, que año tras año se vuelcan al mercado de trabajo como escuderos del ejército manipulador.

En paralelo, mientras tanto, transcurrió la realidad, que tuvo enormes diferencias con los libros básicos y los espacios académicos, que analizan el sexo de los ángeles.

Las crisis periódicas, de importancia global creciente, llegando a un pico en 1929, sirvieron para marcar una y otra vez la incapacidad de la religión capitalista para prever el futuro, salvo por el capítulo oculto, que seguramente cuenta que cada vez aumentaría más y más la concentración de poder económico, con su correlato de más y más millones de personas y decenas de países excluidas de esos beneficios.

La complejidad del desempeño de la economía mundial siguió avanzando, a pesar y como consecuencia de la fractura entre ganadores y perdedores permanentes.

La crisis petrolera de 1973 no fue, al respecto, solo uno más de los traumatismos periódicos. Fue el primer intento a escala internacional para revertir algo la relación de fuerza económica entre el centro y la periferia. 

Tan complicado era el escenario que uno de los jugadores fuertes de ese ajedrez – Shell – le dio entonces forma para científica a una disciplina casi inédita: la prospectiva.

A diferencia de la estrategia, para vencer en una batalla; de la planificación, del capitalismo de Estado; de la bola de cristal o la borra del té, para calmar la imaginación de los excluidos; la prospectiva fue y es la disciplina elegida por grandes protagonistas de la economía mundial, para encontrar nuevos negocios y obviamente más beneficios, en espacios donde:

-Se cuenta con poder e interés en intervenir, pero también hay otros protagonistas de peso similar y además hay muchas comunidades y países involucrados. O sea: las interacciones son de gran densidad.

-Dejando a un lado los sofismas tradicionales, el mejor modo de desatar la madeja es plantear entre 3 y 4 escenarios posibles. Uno, el optimista; otro, el pesimista; uno o dos adicionales, calificados como prudentes, sobre los cuales trabajar. Tanto los calificativos, como el objetivo global del trabajo, surgen de evaluar las situaciones desde los intereses de quien hace la prospectiva y generar planes de acción en consecuencia.

La vocación por la construcción sin prejuicios y con la mayor cantidad de información posible, le dio a Shell los elementos para ser el gran ganador de la crisis, con su presencia pautada en los espacios que más le convenían.

Desde entonces, se han producido nuevos cambios mundiales. La hegemonía financiera, con lo que podríamos llamar fuerza bruta ejercida sobre los miles de millones de débiles del mundo, sumado a su voracidad por hacer dinero sin trabajar, sin tierra, sin tecnología productiva, convierte a la prospectiva en una disciplina que tambalea frente a tanta irracionalidad.

No la usan los bancos que se dedican a chantajear a los Estados como actividad principal. 

No la usan las corporaciones productivas masivamente, que no solo se han cubierto con un flanco financiero, sino que se han desentendido por completo de la suerte de sus trabajadores y de los países en que trabajan, descargando sobre ellos los efectos de tanto vértigo.

No la usaron nunca los Estados periféricos, ni los productores pequeños, ni los perdedores de la tierra, porque no tuvieron recursos ni entrenamiento y se han refugiado en su situación de víctimas sistemáticas, a las que no les queda mejor camino que reclamar un menor peso sobre sus espaldas, quedando la decisión en manos de los poderosos.

¿Y entonces?

Entonces llegó una particular plaga sanitaria, que tomó estado mundial y golpeó con tanta fuerza al centro del poder, que no solo se llevó por delante las bibliotecas llenas de basura económica, sino que desarticuló flancos muy relevantes de la estructura productiva. La desaparición concreta del mercado del petróleo; la evaporación de proyectos basados en energía cara; la caída de todos los flujos comerciales; más y más. Este escenario post tsunami no lo pueden ordenar los especuladores financieros, ni algunos kamikazes que proliferaron en la Presidencia de países clave para la vida de todos. Pueden usar su poder de chantajear, manipular y por supuesto la violencia en todas sus formas. Pero por allí no se construye imaginarios de progreso, sino solo resentimiento y se carga una gigantesca olla a presión, que nadie sabe sacar luego del fuego.

Será posible aprender y hasta sumarse a las decisiones que tomen países pequeños del mundo central que tienen una historia importante de buscar independencia respecto de los países dominantes. Pero eso es parcial. Hay que arreglarse sin copiar ni subordinarse.

Llegó la hora que los débiles en poder económico, pero con fuerza potencial fruto que somos millones y millones, aprendamos a construir escenarios a futuro en un mundo hostil. Que hagamos prospectiva sin utopía.

Esos escenarios no deben limitarse a reclamar que los poderosos nos devuelvan parte de lo que nos sacaron antes; a anticipar que cada vez será peor; a caracterizar el Diablo, en suma.

Debemos identificar cómo queremos vivir. Si estamos dispuestos a ver y comprender a los pueblos originarios, a los campesinos, a todos aquellos que no viven detrás del negocio, sino por la subsistencia. Debemos reflexionar, aprehender nuevas herramientas que aglutinen el tejido social, comunicarnos con agendas propias, que no sean las de los expoliadores. Mil cosas más, que poco a poco, nos harán dueños de nuestro destino. Tal vez por primera vez en nuestra historia moderna.