Las internas de la economía y las de la política
La resistencia de algunos supermercadistas a encarecer las góndolas a ritmo devaluatorio, el ruego del Gobierno para que persistan en ella, y la alarma de la Unión Industrial por la caída en el trabajo y la producción emergen como los primeros síntomas nítidos de una inevitable interna del capital, cumplido un año y medio del programa económico de endeudamiento, ciclismo financiero, fuga y reprimarización.
No debería ser novedad que la repetición de una receta conduzca a los mismos resultados. Sin embargo, la Unión Industrial volvió a celebrar el ritmo inflacionario, pero objetó el encarecimiento del crédito y la apertura de importaciones, que resultan en menor nivel de consumo y empleo. Tanto el reclamo como el reconocimiento omiten considerar que debe y haber son parte del mismo fenómeno.
Si esa interpretación consigue arraigo, quedará patente una insuficiente acumulación de experiencias históricas, prolijamente propiciada por un aparato comunicacional que le hace caso omiso o la presenta como un anquilosado lastre que interrumpe las diversiones. Cabrá preguntarse si el vigor militante o dirigencial para contraponer a eso un estudio minucioso, y su correlativa comunicación, estuvo a la altura de la exigencia.
Sea que ya esté produciéndose o que aún reste para ello, el retorno del péndulo hacia alguna forma redistributiva requerirá de observación y comparación con sus precedentes. Por el momento, la principal novedad es que en materia de casacas políticas en esta ocasión involucró a una opción extrema y descubierta de despojo, que además prescindió de las dos principales fuerzas nacionales en su arribo al poder. Aunque necesitó de sus quebrados para sostener lo que el discurso republicanudo llama gobernabilidad.
Además, el movimiento pendular parece haberse acelerado, ingresando en un terreno de intensificación que aprovecha el extravío identitario de los otrora polos del bipartidismo o bifrentismo. El radicalismo no se plantea un reencuentro con las fuentes que comenzó a perder cuando concentró su esencia en el antiperonismo. En el peronismo el debate está presente, como también las sobreactuaciones.
Pero la percepción de la historia nacional como un péndulo está tan lejos de ser parte de una metáfora divorciada de significante, como de representar una explicación metafísica o una reducción a las modas.
Es la política, empujada por la economía. Los límites de los programas redistributivos y desarrollistas en una economía periférica, cuyo capital sigue pensando en dólares la multiplicación de panes y peces, para trasladarlos a los centros globales. Los primeros sectores de la burguesía que se caen del juego comienzan entonces su viraje.
Ocurre cuando el heterogéneo grupo de derecha que ejerce el poder político estalla en una interna que refresca la cíclica enemistad suprema entre presidentes y vices. En las cuatro décadas desde recuperada la democracia, sólo en dos oportunidades la tensión no adquirió primeros planos: con el ahora comentarista Carlos Ruckauf entre 1995 y 1999, y con Amado Boudou desde 2011. En ambos casos, la preeminencia presidencial había sido confirmada por las reelecciones que consiguieron quienes encabezaban las fórmulas. La coincidencia de Boudou con Cristina Fernández fue neutralizada con tempranas causas judiciales, gratuita avant premiere del lawfare.
Sin embargo, una cosa es observar el fenómeno en su reencarnación actual y otra tomar partido en ella, subcontratando las aspiraciones a recuperar el perfil nacionalista. “Nacionalismo” es una palabra que no significa lo mismo en el diccionario peronista que en el de Vicente Massot.
Por detrás de todo eso emerge el interrogante acerca de si, como en todos los espacios políticos, esos enfrentamientos de las cúpulas del oficialismo expresan algo del momento político y el sentir popular, o no. Con la irrupción de Mauricio Macri comenzó la licencia de etiquetar prematuramente con ismos, una categoría que requiere de una identidad nítida que logre raigambre.
Del mismo modo, el país actual está lejos de dividirse en una interna diestra entre anarcocapitalistas entusiastas del despojo y apólogos de una dictadura que no estuvo exenta de las gruesas contradicciones ideológicas que supone la reunión de nacionalistas de derecha con liberales en lo económico.
A diferencia de la que sufrió aquello, la sociedad actual está atravesada por la globalización (o mundialización), el fracaso de sus expectativas de 2015 y 2019, y un individualismo pacientemente sembrado, que mostró su peor cara con la pandemia de la que saldríamos mejores. En curso parece estar la renuncia a lo colectivo implícita en el ausentismo electoral.
Por debajo comienza a asomar lo común, en la forma del sufrimiento compartido. La prueba de que el individualismo no sirve para proteger lo individual. De esa comunión trágica del dolor y el despojo acaso pueda resurgir lo colectivo. Siempre que existan referencias para canalizarlo a una acción política que pueda conjugarse en los tres tiempos verbales.