Hay Algo Ahí: valoración breve (y desde afuera) del actual peronismo bonaerense

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    PERONISMO BONAERENSE

Hay Algo Ahí: valoración breve (y desde afuera) del actual peronismo bonaerense

17 Septiembre 2025

Se decía que Milei había perdido apoyo, pero que “no tenía nada enfrente”. Se esperaba ausentismo electoral, funcional a un gobierno que desprecia la participación popular. Pero el peronismo bonaerense apareció como respuesta por la positiva: hay algo ahí que funciona como límite a la ultraderecha y, también, como signo de algo más.

Valga una primera aclaración fundamental: las líneas que siguen se proponen interpretar la urgencia del momento, que pasa por poner un freno a la ofensiva ultraderechista; sacar a estos pichones de fascistas del control del Estado y derrotarlos en todos los planos posibles. El debate estratégico sobre el tipo de sociedad deseable queda conscientemente relegado. Lo mismo sucede con el análisis sobre las formas de lucha y de acción directa en las calles, los lugares de trabajo y las barriadas: damos por entendido que son vías fundamentales tanto táctica como estratégicamente, caracterización que hemos abordado en variados análisis previos. Con esa delimitación, abordamos la coyuntura electoral porque es lo que generó la mayor novedad reciente y porque tiene abierto un segundo capítulo, igual de importante, en octubre.

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Durante el tiempo previo a las elecciones del 7 de septiembre, un lugar común decía que “Milei genera rechazo, el problema es que no tiene a nadie enfrente”, en alusión a un peronismo golpeado por el fracaso del gobierno anterior, enredado y desgastado por sus propias internas. Esa sentencia sintoniza con una realidad que bien manejan las derechas latinoamericanas: los gobiernos antipopulares promueven el desprestigio de “la política”, generan apatía, desincentivan el voto, buscan desafectar a las mayorías populares de la cosa pública (res publica) por medio de una combinación de represión y estigmatizaciones clasistas de lo popular. Así, regímenes elitistas se consolidaron por décadas en Colombia, Chile, Guatemala, Honduras o Paraguay, donde el promedio de participación durante el último medio siglo oscila entre el 45 y el 60% y las elecciones no son obligatorias, o los criterios de obligatoriedad son extremadamente laxos. Quienes engrosan el ausentismo son las capas bajas: familias campesinas, población marginada y jóvenes trabajadorxs excluidxs, lo que beneficia, en los conteos finales, a las expresiones políticas de derecha que representan los intereses de los sectores medios y altos de la sociedad (hay contextos muy específicos donde la crisis de representatividad es complementada con la rebelión social, como sucedió aquí en 2001 y en otra decena de países latinoamericanos durante el último cuarto de siglo, pero claramente en esta coyuntura no es ese el caso).

En estas elecciones el proceso de desafección social se hizo notar con fuerza, al igual que había sucedido en Santa Fe y en Ciudad de Buenos Aires; el dato del 63% de participación bonaerense que se informó en un principio terminó siendo de 60 coma algo, lo que se complementa con un incremento notorio del voto en blanco, que triplicó el porcentaje de la elección anterior, y otro caudal de impugnados: casi la mitad de la población habilitada para votar eligió no apoyar a ninguna opción política, récord histórico para la provincia más populosa del país. 

Aun así, en el desagregado puede verse que perdió muchos votos la ultraderecha (macrismo y mileísmo sumados), perdió votos la centroderecha y también la izquierda (que perdió los seis concejales que había logrado en 2021 en distintos municipios de la provincia), pero en medio de esta crisis histórica, el peronismo mantuvo su adhesión electoral. Esa pervivencia no es resurrección porque, recordemos, Kicillof había ganado la provincia incluso cuando Milei ganó la elección nacional. Pero sí es una posición de resistencia a la derecha, a la apatía social y a la desacumulación de fuerzas propias, que abre la posibilidad de sostener un piso sólido al cual puedan acudir las grandes mayorías para poner un freno al protofascismo que nos gobierna.

No es sólo rechazo a Milei: hay algo que el peronismo bonaerense está haciendo bien. A continuación, algunos elementos para el análisis:

1* Apertura y trasvasamiento generacional

Intendentes e intendentas que apenas pasan los 40 años y que marcan un quiebre con dirigencias anteriores (ver puntos siguientes) se complementan en las listas peronistas con dirigentas surgidas desde abajo como Natalia Zaracho (diputada nacional) y Fernanda Miño (candidata en octubre), y con militantes de base como Federico Fagioli (actual senador provincial). Patria Grande (PG) –fuerza que integran Zaracho, Miño y Fagioli– se identifica con el peronismo en sentido amplio y, como es sabido, tiene como principal dirigente a Juan Grabois, que suele identificarse, además, como “dosmiluner”, en referencia a una generación que hizo su primera militancia en el contexto de la rebelión popular o empezó a participar a partir de entonces. 

Grabois es el tercer candidato en la lista, pero, en los hechos, es la principal espada del peronismo bonaerense hacia las legislativas nacionales de octubre. Pujó por ocupar ese lugar y por ubicar a sus compañerxs en posiciones expectantes, tanto para ampliar la bancada de PG como para relegar a sectores del peronismo con los que se enfrenta abiertamente, como el massismo. La novedad es que, a diferencia de lo sucedido años anteriores, esta vez lo logró (tema menor es si el espacio se lo “da” Cristina o si apeló a determinadas mañas para la negociación; son roscas genuinas en el marco de las dinámicas electorales realmente existentes). 

Similar proceso se dio en Rosario primero y en Santa Fe después, donde Ciudad Futura, otra organización que creció desde abajo y por afuera de la partidocracia, logró imponerse en la alianza con el peronismo y encabezar tanto la candidatura a la intendencia de la tercera ciudad del país, como la lista de diputados nacionales de la provincia para octubre. El peronismo santafesino terminó votando a Juan Monteverde antes y votará a Caren Tepp ahora, dos figuras jóvenes legitimadas en una construcción política novedosa y refrescante. En CABA, Patria Grande también logró que la lista peronista sea encabezada por el compañero Itai Hagman.

Hasta hace no mucho, los sectores del campo popular que decidían acumular electoralmente lo hacían en disputa con el peronismo oficial: el Frente Grande, Proyecto Sur, etc, o debían integrarse al PJ resignando peso propio, lo que se veía, pasado un tiempo, con la pérdida de gravitación de sus espacios o agrupaciones, que en muchos casos terminaban disueltos (en los últimos 40 años, desde el Partido Intransigente hasta cuadros del comunismo). Hoy, el peronismo, al menos en las expresiones provinciales que estamos mencionando, parece abrir otra posibilidad. 

Entre los motivos por los que eso sucede seguramente haya una alta dosis de necesidad y oportunismo ante una crisis de identidad, arraigo y programa, pero eso no le quita valor a la posibilidad de renovación. La novedad parece estar en la conciencia de estos sectores de su necesidad de no dejarse abducir: no es menor el hecho de que, como parte del acercamiento al PJ, se propongan ser quienes encabecen y no quedar como meros rellenos. 

2. Una conducción que refresca por arriba

La figura de Axel Kicillof también es depositaria de las virtudes que mencionamos, con el plus determinante de su rol al frente de la provincia que gobierna desde hace casi 6 años. Esa gestión dista de ser ejemplar, pero es claro que marca una notable diferencia con la inoperancia y desprecio al pueblo que expresaron los Scioli, Solá, Duhalde y Ruckauf, por mencionar a los otros gobernadores peronistas de los últimos 30 años. Con manchas como el violento e innecesario desalojo de familias sin techo en Guernica y conflictos con trabajadores docentes entre otros, aun así, en la comparativa es legítima la valoración positiva.

Su bandera de “Estado presente” se cristaliza a través de obras públicas necesarias y políticas (tibiamente) redistributivas, como los descuentos minoristas de Cuenta DNI. Escuelas, hospitales y trabajadorxs públicos siguen en la lona, y el manejo de la policía provincial deja todo que desear. Pero como contrapeso a esas falencias inexcusables, suma una gestión eficiente en otros aspectos y una trayectoria honesta y austera en lo personal, lo que tampoco es poco viendo el contexto.

Por último, aunque parezca menor y parte de la politiquería, a Kicillof lo destaca la audacia de proponerse como recambio dentro del kirchernismo que lo parió. Viene llevando adelante con éxito un difícil equilibrio entre reivindicar lo reivindicable de esa historia y a la vez proponerse como figura superadora, lo que es combatido por sus adversarios internos pero valorado por una mayoría social que excede al internismo identitario. En su caso, su integración tardía al peronismo compartió la misma premisa que señalamos antes: se trata de espacios o dirigentes formados por fuera del pejotismo que llegan a ese partido con la voluntad de no dejarse arrastrar, de ponerse al frente e intentar conducir.

3. Gestiones locales eficientes

Hay intendentes que acumulan más de un período de gestión revalidados en las urnas con mayorías populares contundentes, resultado de la adhesión de las capas más bajas de la sociedad y también de sectores medios; ese dato coincide con los lugares donde hubo mayores porcentajes de participación en la última elección. Aquí hay que hacer una diferencia sustancial entre algunos de los nuevos intendentes e intendentas y los viejos “barones” del conurbano. A finales de los 90, Quindimil en Lanús, Othacehé en Merlo, Rousselott en Morón, también repetían mandatos con altos porcentajes de votación, pero lo hacían con base en altas dosis de corrupción y matonismo, incluyendo métodos violentos de persecución a la oposición; actualmente, intendentes como Jorge Ferraresi en Avellaneda o Mario Secco en Ensenada, intendentas como Mayra Mendoza en Quilmes o Mariel Fernández en Moreno son reconocidxs por su buena gestión, su relación de respeto con sectores de base y opositores y, a grandes rasgos, su honestidad en la función pública. En muchos casos, lograron imponer estas nuevas dinámicas políticas confrontando con los peronistas corruptos anteriores. En esas legitimidades se apoya, en gran medida, la adhesión de una sociedad que ve con más claridad a los dirigentes más cercanos, aun cuando sienta rechazo por “la política” en general.

4. Anclaje territorial

Más allá de la crisis de representatividad por arriba, en el conurbano sigue habiendo una extensa y sostenida red de militantes barriales, referentes, concejales, concejalas o empleados municipales peronistas surgidos de los barrios populares. Hay formas y prácticas en algunos casos cuestionables, pero la presencia del peronismo en la base del pueblo sigue siendo un dato de peso. Es la fuerza política y social con mayor capilaridad popular, inclusive más que cualquier iglesia (que cada vez más dividen sus feligresías en distintas tribus evangélicas en detrimento de la hegemonía católica). 

Esta particularidad tiene historia, pero registra hoy una diferencia sustancial respecto a lo que era dos décadas atrás: a finales de los 90 y durante los inicios de 2000, punteros y manzaneras antagonizaban con las expresiones más combativas de las organizaciones de base que buscaban hacer pie en el territorio (participé de los orígenes de los Movimientos de Trabajadores Desocupados en el conurbano sur, y esa confrontación fue claramente violenta por parte de quienes respondían al poder municipal). Hoy, en la mayoría de los casos el peronismo busca sumar a esos sectores, comparte algunas de sus lógicas, copta pero también se deja permear. Donde no integra, intenta convivir (el desalojo de Guernica que ya mencionamos es un claro ejemplo en sentido contrario, pero así como lo cuestionamos cabe reconocer que ese modus operandi fue más la excepción que la regla, al menos durante la gestión de Kicillof).

Todos buenos paisanos pero el programa no aparece

Lo señala Grabois con frecuencia: no se trata solamente de unidad para ganar, sino de establecer un programa de gobierno a favor de las mayorías populares. En el peronismo realmente existente conviven distintos proyectos, algunos antagónicos; los más poderosos, atados a las necesidades del gran capital. Kicillof busca diferenciarse, pero tampoco clarifica un rumbo que confronte con el bloque pejotista antipopular. Es cierto que, tácticamente, eso podría ser inconveniente para quien se propone conducir al conjunto. Pero la falta de programa atenta contra la posibilidad de consolidar una fuerza política que milite convencida un proyecto que debe ser más sólido que la mera confianza en un nuevo líder político al que irle detrás. 

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Hasta aquí los breves elementos valorativos de algunos rasgos que muestra el actual peronismo bonaerense. Se trata, como se advierte desde las primeras líneas, de una interpretación puramente coyuntural. Será importante que en las urnas se exprese una contundente mayoría social en contra del proyecto ultraderechista, pero será más determinante aún la movilización y la lucha. Porque, llegado el momento, muy probablemente los pichones de fascistas que nos gobiernan pretendan desconocer la voluntad popular (Trump, Bolsonaro, veremos éstos). Pero también, y sobre todo, porque los desafíos de largo plazo –ahora sí– difícilmente se puedan encarar con una mera propuesta electoral. 

Claro que ese es otro debate. Por el momento, mientras vemos que el gobierno se debilita, se impone seguir con los pies bien metidos en cada lucha, en cada coyuntura.

Este artículo fue originalmente publicado en la Revista Resistencias y se puede consultar haciendo click aquí