Halperín Donghi y el golpe de Estado de 1955

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    tulio Halperín Donghi
    Tulio Halperín Donghi

Halperín Donghi y el golpe de Estado de 1955

16 Septiembre 2025

Cuando el golpe propugnado un 16 de septiembre de 1955 cumplía su 50° aniversario, el historiador Félix Luna recordaba aquella “gesta heroica”, (haciendo caso omiso a la antesala de los sucesos de junio del mismo año, la masacre de Plaza de Mayo, efectuado por el Ejército con un bombardeo a mansalva):

(La Revolución Libertadora) fue un producto de la desesperación de sectores de la oposición antiperonista que sintieron cerrados todos los caminos para una salida racional de la situación existente a mediados de 1955. (...)Fue saludada por la mitad del país y tuvo, sin duda, características heroicas”

Salvando las distancias, la opinión del mencionado historiador no está tan alejada de la que contempló Victoria Ocampo y su grupo nucleado en la revista Sur, que desde sus tiempos iniciales se manifestó en contra del gobierno peronista.

Precisamente en 1955, Sur celebraba “la hora de la libertad” y “la caída del tirano” con un número extraordinario, dedicado a la nueva realidad con una edición titulada “Por la reconstrucción nacional. Haciendo un seguimiento de los distintos artículos que conformaron ese número, (donde escriben Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Silvina Ocampo, Carlos Alberto Erro, Vicente Fatone, Tulio Halperín Donghi, Francisco Romero, Canal Feijó, entre otros) ninguno se detenia en un análisis profundo de la problemática que legaba el gobierno depuesto. Ellos tampoco consideraban que existiese una salida racional. Aunque la autocrítica ejercida por el grupo, era muy pobre: se autodenominaban “víctimas del peronismo”. Del fenómeno no se podía sacar nada positivo.

En dicha publicación laudatoria del golpe, un joven Tulio Halperin Donghi publicaba “La historiografía argentina en la hora de la libertad”. Lo interesante de dicho aporte era que allí el futuro distinguido historiador delineaba los desafíos que debía encarar la profesión: influido por el clima de posguerra, los exitosos procesos de desnazificación, la crítica a la injerencia del Estado sobre la enseñanza de la Historia y las nuevas búsquedas metodológicas eurocéntricas propugnadas por la “escuela” de Annales, Halperin pedía superar la rencilla existente entre la vieja historia liberal y el revisionismo histórico para aprovechar las circunstancias y así generar una renovación en campo de la Historia.

Desde uno y otro punto de vista, era una cosa anacrónica cuando se instaló la dictadura: acaso porque lo era, porque estaba ya alejado de todos los problemas que la Argentina del presente planteaba, gozó el revisionismo del favor de ésta. Pero si la investigación histórica oficial nunca ha estado más alejada de la vida argentina que en estos diez años, pocas veces se ha sentido más intensamente la necesidad de vincular pasado y presente para entender lo que en el país ocurría

Más adelante, Halperin arenga:

La Liberación no sólo implica el fin de la dura presión del estado contra toda actividad cultural seria, no sólo permite esperar razonablemente que dentro de la penuria de los años que vienen esas actividades podrán contar con auxilios, ya que no cuantiosos, sensatamente distribuidos de origen estatal.”

Es interesante destacar que Halperin en dicha mención daba muestras sobre el estado de la cuestión de la profesión aludiendo a que la renovación debía imitar las prácticas europeas como era en el caso de Francia, donde dichas corporaciones académicas no estaban atadas a las decisiones gubernamentales gozando de mayor autonomía.

Durante los años donde gobernaba el peronismo, los opositores se refugiaron en el Colegio Libre de Estudios Superiores que se convertiría en un verdadero think tank de la Revolución Libertadora. Tanto Halperin, como José Luis Romero y Gino Germani prepararon en dicha institución privada el terreno discursivo necesario para luego ocupar espacios claves en la universidad pos 55 con la idea de renovar metodológicamente. Esa mentada renovación confería además la necesidad de implementar una auténtica democracia (paradoja recurrente en nuestra Historia: que una dictadura cívica militar como la autodenominada “Revolución Libertadora” propugnara por una mayor “vida democrática”).

La Revolución Libertadora, inauguraba así una nueva época dicotómica en torno a “Civilización” y “Barbarie”: aquella mentada renovación historiográfica que pedía Halperin supo gestarse y desarrollarse por fuera del Estado, financiando por capitales privados, a través de los Centros Académicos Privados que proliferarían durante los 60 y 70 con financiamiento de las Fundaciones Ford y Rockefeller, fueron formando como “capital humano” a estos historiadores que, como pedía Halperin tempranamente en 1955, se apoyasen en una “cultura histórica más sólida y moderna; (ya que) es intolerable que de los debates en los que decide la suerte de su disciplina los historiadores argentinos suelan no tener siquiera conocimiento

La llamada “renovación historiográfica” apadrinada por Romero y Halperin Donghi gracias al golpe cívico militar desarrolló esa consigna que buscaba concentrarse en las líneas de investigación designadas en Europa y financiadas por las fundaciones extranjeras, privilegiando la “suerte de la disciplina” en detrimento de “la suerte de los argentinos”.

Lo que pedía Halperin en el fondo era reformular la función social de la Historia: para hacer una historia serie y racional, la disciplina debía alejarse de las rencillas políticas. Paradojicamente, el summun de dicha tendencia la disfrutaría bajo otro gobierno peronista. Durante el menemismo, al clamor del “fin de la historia” y el discurso triunfalista del “Consenso de Washington”, Halperin se regodeaba en una entrevista:

“… la ausencia de conflictos ideológicos… es tranquilizador en la medida en que esos conflictos llevan a otros muy desagradables, pero por otro lado hacen que el clima sea mucho menos interesante. Creo que eso se refleja también en el crecimiento muy regular y muy sólido de una historiografía que crece como una formación coralina, por agregación, que es la impresión que viéndolo muy de fuera, tengo en este momento. Incluso los debates: por ejemplo, si Hilda Sábato y Pucciarelli discuten sobre ciertas modalidades de la sociedad rural pampeana, un tema en sí digno de atención, lo que diferencia estos debates de los que había hace veinte años es que ahora son estrictamente sobre eso. Hace veinte años esos debates hubieran estado vinculados con un proyecto de transformación de la sociedad rural. Hoy ese proyecto no existe, y a la negativa a plantear esta conexión está justificada…”

(Roy Hora y Javier Trimboli, “Pensar la Argentina”. 1994)

Precisamente, aquellos “profetas del odio” que se reconocían en la línea histórica perteneciente a Mayo/Caseros generarían como un proceso de reacción las condiciones socioculturales necesarias para que un Pueblo desamparado se reencontrase con una Historia que ya no se enseñaba en los colegios ni en las universidades: de la mano del revisionismo histórico se buscaría encauzar nuestras luchas populares trazando no sólo la identificación entre Rosas y Perón, sino también en las resistencias posteriores que se darían luego de 1861 (batalla de Pavón) y de 1955, respectivamente.

"Durante los años donde gobernaba el peronismo, los opositores se refugiaron en el Colegio Libre de Estudios Superiores que se convertiría en un verdadero think tank de la Revolución Libertadora"