Cuidado con el relativismo académico

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    Gabriel Di Meglio

Cuidado con el relativismo académico

28 Julio 2025

En estos últimos días, estuvo en la boca de todos (o por lo menos tuvo relevancia pública) el despido como director del Museo Histórico Nacional. El hecho se transmutó en un hecho político aunque el protagonista postulara siempre una posición profesional, buscando alejarse de cualquier toma de posición en torno a la acuciante realidad política y social.

A esta altura no es curioso, sino lamentable, que la adhesión multitudinaria en su forzosa despedida de su cargo público haya alcanzado el repudio de diversos sectores tanto de la corporación de historiadores sino también de diversos espacios políticos y sociales mientras que el cierre de organismos de investigaciones como el INTI o el INTA, la disolución de innumerables Institutos de Investigaciones Históricas (de las que únicamente sobrevivieron el Rosas y el Yrigoyen por haberse creados por leyes nacionales) pasó desapercibido por los medios de comunicación. El caso resulta ejemplificador para mostrar la persistencia de un clima favorable para el actual gobierno libertario: sólo los individuos parecen tener entidad, las instituciones y corporaciones del Estado están tan desacreditados que nadie en su sano juicio osaría defenderlos. La banalización de la percepción en torno a la importancia del Estado en la actualidad rompe con todo tipo de paradigma conocido para nosotros. Hoy, el concepto de Estado está asociado a lo corruptible, a la connotación negativa de la burocracia, a la inoperancia y el despilfarro económico.

El cincuenta por ciento de creyentes seguidores de este gobierno entienden que en verdad el Estado ES la casta. Esto no solamente es resultado de las heridas abiertas que dejó el abandono del Estado a la población durante la pandemia durante el 2020, sino que es productor de una etapa superior de la colonización pedagógica que advertía Arturo Jauretche hace 70 años atrás.

Volviendo a Di Meglio, y él mismo lo reconoció, fue separado de su cargo porque la asignación de la Dirección de museos es potestad del Gobierno Nacional. En una más que recomendable entrevista otorgada al podcast “La historia es un problema”, Di Meglio defiende su postura de mantener una honestidad intelectual sin condicionamientos de los gobiernos de turno.

En ese sentido, el relato histórico que le impuso a su gestión en el Museo Histórico Nacional denota su interés sobre la importancia de la divulgación. Ahora, ¿divulgación para qué? Durante el intercambio se interpreta que para él el sentido de la Historia y la misión del historiador es atender las demandas que surgen en la sociedad. Di Meglio cita por ejemplo el fenómeno del discurso feminista que surge a partir del NI UNA MENOS en 2015, donde reconoce que la Historia no contaba con los elementos para atender esas necesidades y que llevó tiempo adecuarse a lo que inquirían los estudiantes y la sociedad. Ahora, la divulgación como la investigación no significa que fuera buena o útil per se, toda acción humana responde a los intereses y búsquedas del sujeto.

Como enfatiza Di Meglio y se enrolan muchos de los historiadores que les tenemos “simpatía” porque resultan más empáticos que los conservadores como Romero ellos más que defender un proyecto político, se encubren en la defensa de una ética que no se enturbiaría con dilemas nacionalistas sino que se enrolan en un ideario progresista fruto de sus lecturas sesudas de marxismo británico e italiano. Siguen siendo una expresión de un eurocentrismo cultural. Y con esto no estamos postulando una mirada retrograda y patriotera: sólo estamos poniendo a consideración que tanto Thompson como Ginzburg, por dar diversos ejemplos de referentes historiográficos, dialogaban no sólo con las tendencias historiográficas de sus respectivos presentes sino también con las demandas y problemáticas que subyacían en las sociedades británicas e italianas (incluso los estudios de Thompson estaban intrínsecamente ligados a su militancia política).

Entonces, ¿por qué estos historiadores progres no consideran los aportes y estudios relacionados al quehacer historiográficos realizados por Ernesto Palacio, Vicente Sierra, Arturo Jauretche o Fermín Chávez? ¿Por qué eran nacionalistas y, por tanto, o eran fachos o es demodé trabajar con sus aportes? Desde luego que todos ellos cuando hacían Historia estaban involucrándose a una coyuntura muy distinta a la nuestra pero, convengamos que difícilmente le interesara en la actualidad a Ginzburg estudiar lo que hacía un campesino como Menoccio en medio del campo.

La impertinencia del Taita de la Historia Oficial

Nuestro cura loco, Leonardo Castellani, en el “Nuevo gobierno de Sancho” de 1942 nos presentaba al Taita de la Historia Oficial que era, nada más ni nada menos, una figura clave en la injerencia de una historia centralizada por el Estado liberal y oligárquico: Ricardo Levene. En dicho relato satírico, Sancho ponía a prueba al Taita para saber qué utilidad podría tener contar con sus servicios.

-Debe hacerme antes un peritaje histórico. Para eso lo he llamado. Aquí tengo esta Biblia que me han mandado y he estado leyendo anoche. No sé si es católica o protestante.

-¿Usted quiere nada menos que una autenticación científica de un monumento literario perteneciente al primitivismo místico?

-No sé decirle. Yo quiero saber antes de una hora si puedo leer ese libro con confianza, o si al contrario me estoy envenenando a in-sabiendas. Nada más que eso”.

Entonces ocurre lo esperado de todo cientista social: hizo un sesudo estudio con las diversas ciencias auxiliares para constatar la veracidad del documento en cuestión. Luego de un sinfín de estudios, el Taita Magno llega a la conclusión.

-Esplendencia, ha sido usted víctima inconsciente de una falsificación audaz, y lo que es peor, forjada por extranjeros: de la Sociedad Tacuara quiera Dios no sean; lo cual no me extraña nada, viviendo Su Esplendencia fuera del contacto de los medios científicos y del ambiente intelectual de l'Ínsula...

-¿Era protestante no más entonces?

-Yo no hago cuestión de religiones, Esplendencia. Lo que le puedo asegurar es que, en el actual estado de la Ciencia Olográfica, el autor auténtico de la Biblia sería un tal Jesucristo en colaboración con un tal Paulo de Tarso -véase Enciclopedia Británica, edición 1887-…”

La respuesta de Sancho es la suma indignación porque, en definitiva, el Taita estaba tan preocupado por mantener la neutralidad objetiva del conocimiento histórico que en ningún momento prestó atención al pedido: si la Biblia en cuestión era católica o protestante. El historiador se embarcó en la búsqueda heurística para determinar la originalidad o no de la fuente histórica pero jamás prestó atención a la misma. Es que no él no puede hacer “cuestión de religiones”. Algo similar sucede con las argumentaciones de Di Meglio a los que se pueden subir otros exponentes respetables como Ezequiel Adamovsky: son historiadores que buscan ampliar el mensaje del conocimiento histórico más allá de la corporación académica pero buscando alejarse de un compromiso político lindante a un proyecto de nación.

En la entrevista mencionada para “La Historia es un problema”, uno de los conductores le preguntaba a Di Miglio en torno a las diversas interpretaciones sobre el origen de la nación y de ser identificados como “argentinos”. La discusión se enmarcaba ante los cruces que llevó a cabo Juan Rattenbach del Museo Malvinas con diversos historiadores como Sabrina Ajmechet, José Carlos Chiaramonte, Roy Hora y otros en torno a la hipótesis de Rattenbach quien sostiene que existe (amparados bajo el manto de la cientificidad) un “paradigma que niega la existencia misma de la Argentina como Nación y su consecuente negación de nuestra soberanía en Malvinas y el Atlantico Sur”. La respuesta de Di Meglio resulta tan absurda que hasta es irritable: incomodo ante la pregunta, banaliza las posturas nacionales enmarcándolas (sin mencionarla) a una postura “decadentista” (tributaria del relato antinacional y antirevisionista postulada por Tulio Halperín Donghi en los 80). Cito:

Yo no tengo por qué dar un discurso nacionalista siendo argentino y orgullosamente argentino … No porque trabajo en el Estado, eso sería que me traigan mi contrato dónde dice eso. No, no esta. Entonces de ahí sale una falacia inicial que es que el que trabaja para el Estado argentino tiene que decir las cosas que, por ejemplo, no sé que bajaría alguna línea con un discurso único, eso no existe. Por suerte Argentina es una sociedad democrática, uno tiene derecho a decir las cosas… Por supuesto, esto no quita que uno tenga una responsabilidad: uno enuncia y se hace cargo de lo que enuncia. Ahora bien, primero: lo que voy a decir es que en esa posición hay una mirada tremendamente ingenua que supone además para culpabilizar a la gente que si en Argentina todos dicen lo mismo, los lugares están a salvo, ¿no? O sea cuando los daneses dicen que Groenlandia es de ellos, cuando Trump dice ahora quiero Groenlandia, ¿cambia que los daneses digan una cosa o la otra? Trump si lo quiere ocupar, lo ocupa igual”

La argumentación de Di Meglio, de este modo se asemeja temiblemente al relativismo del gobierno libertario en donde cada uno dice sin importar las consecuencias porque después de todo hay algo que es inevitable. ¿Para qué mantener un discurso que defienda nuestra soberanía territorial y de nuestros recursos naturales si al fin y al cabo las decisiones las llevan a cabo las multinacionales junto a los intereses geopolíticos y estratégicos de Estados Unidos e Israel?

El año pasado, junto a destacados historiadores “militantes” suscribimos a una carta abierta comandada por Norberto Galasso donde no sólo cuestionábamos el discurso gubernamental sino también la carta de los historiadores “académicos” (que, desde luego, alcanzó mayor repercusión) titulada “Milei ante la Historia”. Allí decíamos que

(…) Suscribimos al manifiesto “Milei ante la Historia argentina” llevado a cabo por historiadores nucleados en su mayoría en el CONICET y en los reductos del departamento de Filosofía y Letras, sin embargo, nuestra posición ligada al revisionismo histórico nos obliga a manifestar ciertas cuestiones que fueron omitidas y que constituyen, en definitiva, el verdadero eje del problema.

(…) Lo alarmante del programa de Milei no es precisamente (como advierten en la carta) un peligro hacia el sistema democrático y sus instituciones sino lo que realmente nos apremia es que las políticas no sigan socavando hacia nuestra comunidad, con la completa desprotección de nuestro Pueblo. Al “estado” no lo concebimos como el elemento central, sino que se trata de un instrumento que posibilite herramientas para brindar justicia social. Muchas veces desde el discurso académico y cientificista, los conceptos adquieren significados que son vacíos si no ponemos el foco sobre la profundidad de los mismos: tanto el “estado” como la “libertad” no pueden ser ni buenos ni malos, se trata más bien de sincerar al Pueblo de qué tipo de “estado” y “libertad” estamos hablando. (…) En resumidas cuentas, no son conceptos antagónicos. Y la justicia social sólo es posible con una independencia económica y soberanía política. Sin estas banderas, lo que queda de nuestra nación no es más que una cascara vacía donde nos exponemos hacia la miseria sino también hasta podríamos llegar hasta el paroxismo de la desintegración nacional”.

En definitiva, los historiadores “profesionales” /” académicos” están de nuevo con la brújula perdida ensimismados más en el quehacer historiográfico que en el para qué. No podemos hacer una Historia vital y útil sin una relación a una construcción ontológica, identitaria. No estamos invocando un discurso único, pero sí un cauce de unión de las demandas que nos involucran como comunidad. La relatividad que enmarcan los historiadores (inclusos los comprometidos como Di Meglio) terminan siendo funcionales a nuestros verdaderos adversarios que llevan a cabo sin ningún atisbo de prurito una política de la Historia tendenciosa y profundamente antinacional. Habría que volver a prestarle más atención a las inquietudes sencillas pero importantes como las que tenía Sancho antes que enmarcarse en el yeite recurrente de “es más complejo”.