Panenka: un gesto fútil y estúpido (tres penales y una película)

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Panenka: un gesto fútil y estúpido (tres penales y una película)

17 Febrero 2020

Por Juan Boldini

Panenka es el nombre que se le da en Europa a la técnica de patear un penal suave y bombeado al centro del arco. El remate en sí es fácil de atajar.

Sólo funciona si el arquero, creyendo que le van a patear regularmente, se tira hacia uno de los palos.

Son muchos los casos en que no funciona. En esos casos los reproches caen sobre el pateador. Tomó un riesgo inútil y falló.

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Un gesto fútil y estúpido es el título de una película de 2018. En ella se cuenta la vida de Doug Kenney, el escritor que fundó en la década del 70 la revista National Lampoon. Su fuerte era un humor ácido y políticamente incorrecto. Y su trabajo es el antecesor directo de Saturday Night Live. En la película dirá que SNL le robó a sus talentos. En el programa de radio, que se desprendió de la revista, comenzaron a hacerse conocidos Bill Murray, John Belushi (no confundir con su hermano Jim, por favor), Cheavy Chase y Harold Ramis.

La película es buena porque une forma y contenido. Está hecha con el mismo humor ácido que ejercía Kenney.  El narrador es un Doug Kenney septuagenario que nos cuenta la historia de su vida mirando a cámara. Cuando nos acercamos al final –alerta de spoiler- descubrimos que ese personaje es un chiste¸ ya que Kenney falleció en 1980 a sus 34 años.

Cayó de un acantilado en Hawái mientras luchaba con la depresión y la adicción a las drogas. Frente al debate de si había sido accidente o suicidio, su amigo Harold Ramis dijo que probablemente se resbaló mientras buscaba un buen lugar para saltar al vacío.

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Panenka primero fue un apellido. 

Antonin Panenka es un exfutbolista checo de 71 años. Debutó en 1967 en el FC Bohemians 1905 (del cual es actual presidente honorario) y desde 1981 jugó en cinco clubes de Austria. También lo hizo para la selección nacional de Checoslovaquia entre 1973 y 1982. Jugaba de mediocampista y en 1976 disputó la final de la Eurocopa que enfrentaba a Checoslovaquia y Alemania Federal.

Los checos ganaban 2 a 0, pero los alemanes lograron empatar en el último minuto. Después del alargue llegaron a los penales. Checoslovaquia acertó los 4 primeros. Alemania falló el cuarto: Uli Hoennes pateó fortísimo por arriba del travesaño. Si Antonín Panenka convertía el suyo, eran campeones.

Cuenta el checo que hacía dos años que perfeccionaba su tiro. Solía quedarse pateando penales después de los entrenamiento con el arquero, Zdenek Hruska. Apostaban cosas en tandas de penales (cervezas, chocolate) y el arquero era tan bueno que casi siempre ganaba. Pensando en cómo vencer a Hruska fue que pensó ese tiro. Primero, lo ensayó en amistosos y luego en el campeonato local. El 20 de junio de 1976 la preparación había terminado. Algunos de sus compañeros le pidieron que no hiciera lo que hizo.

El video está en Youtube: Antonín hace una carrera rápida y se frena un instante antes de llegar a la pelota. Sepp Maier, el arquero alemán, está en el piso y la pelota entra suave a media altura por el medio del arco. 

Gracias a ese gesto, su apellido se vuelve adjetivo, se vuelve leyenda.

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Sudáfrica, 2010. Uruguay y Ghana empatan su partido de cuartos de final. Faltan minutos para que termine el alargue, luego vendrán los penales. Un ghanés cabecea en el área uruguaya de cara a un arco vacío por la mala salida del arquero. Vemos en cámara lenta cómo Uruguay se va quedar afuera del mundial. Un instante antes de que la catástrofe suceda, el delantero Luis Suárez se interpone y saca la pelota con la mano. Penal para Ghana y expulsión para Suárez. 

El gesto fue instintivo y parece una estupidez, no hizo más que aplazar una derrota inexorable. Pero Suárez hizo, en ese instante irreflexivo, una apuesta con el destino: todo tendrá sentido si Ghana erra el penal.

El remate potente da en el travesaño y se va afuera. Suárez, que caminaba derrotado al vestuario, se alerta por el griterío y festeja el yerro como un gol. Muslera, arquero uruguayo, le agradece al travesaño y le habla al cachito de metal donde rozó el balón. 

Pero el partido no ha terminado. Washington Sebastián Abreu tiene treintaicuatro años y es el suplente de un par de cracks. Entra en los últimos minutos. Dice que siempre sintió que lo esperaba un momento sublime con la camiseta celeste. Hasta esa tarde cree que ese momento ya sucedió. Siete meses antes, contra Costa Rica, convirtió el gol para que Uruguay clasifique al mundial. No es poco y Abreu lo sabe, pero tiene algo más para dar.

El partido llega a la definición por penales. Abreu debe patear el tercer penal pero le pide al director técnico patear el último. El maestro Tabarez lo consiente.

Ghana erra el tercero, pero Uruguay erra el cuarto y todo queda en los pies de Abreu. En el entrenamiento del día anterior había pateado tres penales y había errado los tres. Frente al arquero africano Abreu parece tranquilo. Hace una carrera rápida, pero no furiosa. Al llegar a la pelota ni siquiera se frena del todo, su pie zurdo se calza debajo de la bola y ésta sale haciendo una parábola  triunfal. Abreu sonríe. 

Todo comenzó con la apuesta de Suárez. Pero había algo especial en todo ese grupo de jugadores. Cuando Suárez interpone su mano, un instante antes hay otro jugador que intenta lo mismo desesperadamente y no lo logra. A ver si se entiende: hay algo más que azar.

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Alemania, 2006. Zinedine Zidane tiene treintaicuatro años y una vez que termine el mundial planea retirarse del futbol. Es por última vez el diez de Francia, un equipo por el que nadie apuesta y que clasificó al mundial con lo justo. Juegan una fase de grupos mediocre, donde sólo le ganan a Togo. Sin embargo, en la fase eliminatoria le ganan bien a España, Brasil y Portugal y llegan a la final. Zidane anota contra España y Portugal y juega un partido perfecto contra Brasil. Le tira un sombrerito a Ronaldo. Deja en la semifinal su marca registrada, la roulette. Zidane frena, pisa la pelota  y gira de espaldas; Gilberto Silva mira. A Kaká, Roberto Carlos y Cafú les pasa lo mismo.

Italia es el otro finalista. Futbolísticamente Italia está en las antípodas del fútbol de Zizou. Enaltecen la defensa férrea, crean partidos “feos” que se ganan por un detalle o una pelota parada. Los tanos han hecho del catennaccio (cerrojo, sería una traducción) su filosofía de juego desde la década del 30. Desperdiciando así, a mí gusto, a varios talentosos. 

A los siete minutos el árbitro cobra un penal para Francia. Ejecuta Zidane, a lo Panenka. La pelota se eleva y roza el travesaño. Por un instante parece errado. Pero la pelota entra y Zidane festeja con el mismo trote lento con que fue hacia la pelota. Parece que él fue el único que no sintió el temor. 

Al rato, Italia empata con un cabezazo de Materazzi y no pasa mucho más. (Italia casi hace un gol de cabeza, Zidane tiene una que el arquero saca con lo justo). El alargue es aburrido. Poco antes del final, Zidane, volviendo de un córner, le da un inexplicable cabezazo en el pecho a Materazzi, y el altísimo defensor italiano cae como si le hubiesen disparado a quemarropa. Zizou no disimula.  Aparentemente Materazzi le ha dicho algo sobre su hermana. 

Parece raro que ese insulto pueda sacar de eje a un jugador profesional de la categoría de Zidane, en sus últimos minutos de vida futbolística, en la final de un mundial. No es posible saber qué sucede dentro del francés de padres argelinos. Tiene un silencio y un gesto similares a los de Riquelme. Después de que el árbitro le muestra la tarjeta roja, Zidane se va callado, imperturbable. Rumbo al vestuario, pasa muy cerca de la copa, que finalmente no será suya.

Francia va a los penales y pierde. 

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Algo es fútil cuando carece de importancia por su falta de fundamento. La escena final de la película arriba mencionada sucede en el velatorio de Doug Kenney. El mismo está lleno de comediantes serios y apesadumbrados. El fantasma de Doug le reclama a su mejor amigo un gesto fútil y estúpido. “Es necesario”, le dice. Entonces el amigo comienza una guerra de comida.

En 1996 falleció mi abuelo materno y yo ya no era un niño. Estaba angustiado de un modo egoísta por la finitud de las cosas. Y para completar no sabía qué hacer más allá de poner cara de serio y estar triste. Hasta que entró mi mejor amigo. Venía acompañado por su hermana y otro amigo. Empezaron a hacerme chistes respecto de las tías mayores que comían y hablaban a los gritos. Nunca me sentí mejor.

Sólo lo fútil y estúpido es capaz de enfrentar a lo inexplicable y eterno. Qué mejor que reír mientras nos sentimos un chiste. El sin sentido es el único remedio para el abismo de la mortalidad.