Una genialidad que toma partido

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Una genialidad que toma partido

25 Abril 2020

Por Norman Petrich

 

Hay veces que las coordenadas del tiempo coinciden (bien marcadas por la mandarina eléctrica, diría el Ñato). Hizo falta que un editor catalán no sostuviera su palabra de pago por el trabajo encargado y que justo comenzara a andar en nuestro país uno de los proyectos mítico de la historieta argentina como fue Fierro para que El sueñero se convirtiera en una de las novelas gráficas más sarcástica, original y me atrevería a usar la palabra militante, ya que alguna vez el mismo Enrique Breccia la usó.

Es que en el principio de esta historia, al ser una labor que estaba pensada para Europa, la trama estaba alimentada por una búsqueda más universal. Pero comencemos por el “había una vez”.

En un futuro no solamente distópico sino también devaluado, extrañamente para nuestra comprensión, desaparecen las guerras sencillamente porque se acabaron los motivos, hasta el de las simples ganas de pelear. La paz trajo el ocio y ante una humanidad no preparada, la Muerte gana su batalla usando el aburrimiento. Es el despliegue de “La peste sutil”.

Los sabios, tras intentar combatirla infructuosamente con antiquísimos juegos como el The Tho, encuentran en el retorno a la violencia como entretenimiento, la violencia enmarcada, la solución a sus males. Es así como nace la idea del Sirko Roman-Ho.

El Ñato, antiguo mercenario que supo participar en todas las guerras y bandos, se transforma en el cazador elegido para alimentar de luchadores ese circo. Así parte en busca de animales imposibles y guerreros fabulosos a través del espacio tiempo.

 

Sus primeros pasos lo llevan a capturar al Minotauro (sabrosamente vestido por Breccia con ropa de torero) tras ser Teseo devorado por el ser mitológico; a flirtear con Ariadna quien confunde al Ñato con el héroe ateniense; a cruzarse con piratas ingleses comandados por el poeta Kipling quienes, tras una dura batalla, terminan todos ahogados menos uno que el Ñato remata porque “el contrato que tengo con los del Sirko es para proveerlos de animales y hombres y este era un inglés” (osadía cometida a sólo un par de años de Malvinas, debería agregar); y en una ciudad muy victoriana captura a Hyde quien, ya en el barco que los transporta, se convierte en Yekill.

Aquí, la narración pega un giro y “un viento sudeste malo como la peste” trae a nuestros personajes a Mar del Sud.

 “Ya sin la obligación de tener que escribir para un mercado no argentino, decidí nacionalizar el guión, seguro de ser entendido en mis pagos”, supo afirmar el dibujante y guionista.

Con la orden explícita de no meterse en las guerras locales, el Ñato va tras El Lobizón. Sabido que para dar con él tiene que hablar primero con Don Churrique, baquiano que le da varios consejos para capturarlo. Pasan varias lunas tras su rastro donde se cruza con la Llorona, la Mulánima y la Luz Mala para terminar descubriendo en su regreso que “Don Churri” es el “aperreao de la luna yena”.

Será él quien, tras un arreglo verbal con El Ñato para participar del Sirko, lo lleve hasta “El Lugar” o “Donde el diablo perdió el poncho” y le presente una series de personajes locales como “El Coquena” o “El Curupí” quienes tienen el encargo de mantener la imaginación de la gente local. Aquí, por primera vez, se nombra al gran enemigo: el Grhin-Ghó, el gusano de afuera.

“Para decirlo sin vueltas, peronicé la historieta”, supo decir Breccia mucho tiempo después de la salida de El Sueñero. Así se puede entender por qué, para Juan Sasturain, es una obra polémica (la revista abrió en 1986 una sección donde los lectores sostuvieron por varios números discusiones sobre la trama y sus búsquedas) “es una obra maestra absoluta, un ejemplo de cómo llegar a ser un clásico insoslayable desde la ruptura de los géneros y el trabajo sobre los bordes de lo aceptado, de lo estético y/o políticamente correcto, rompió con el buen sentido y las buenas maneras, mezcló épica aventurera y sátira alegórica, Swift y Gargantúa, costumbrismo y panfleto”.

Es que el cierre de esta etapa se da a toda orquesta. O mejor dicho, a todo bombo. Ya que son los instrumentos del Gran Thula los que convocan a las huestes de HelJe-Nerhal para combatir contra los Ghori-Las comandados por Yhoe-Martynesdeos. La batalla es épica y llena de gloriosos lugares comunes ya que los defensores llegan de a montones desde el fondo de la Historia para rechazar a fuerza de alpargatazos a sus temibles rivales.

La victoria de los seguidores de HelJe-Nerhal parece pírrica por su alto costo en vidas y la huída de los jefes rivales más importantes, el futuro es incierto ante la inminente llegada del gusano Grhin-Go.

Es una genialidad, como dice Sasturain, pero una que toma claramente partido.

“Es que yo no me creo nada. Estoy repodrido de la historieta, a tal punto que hasta esta nota me parece asombrosa. Es decir: que le hagan una nota a un tipo que está repodrido de la historieta hasta el tope y desde hace muchos años. Por eso es que me tengo que divertir mucho (pero mucho, eh) y cargarme y cargar a los demás para poder hacer ciencia ficción. Si no me tomo esto en joda, no lo podría hacer” le confiesa el creador de Marco Mono a Martín García en el número 11 de la mismísima Fierro.

Es por eso que no hay que darle más vueltas a esta obra de las que ya tiene. No intento aquí realizar un estudio de la historieta y su influencia en la política de masas o algo por el estilo. Simplemente la recordé en las noches donde pareció hacerse fuerte el surgir de las cacerolas en los balcones, manifestándose en contra de algo que rato antes habían aplaudido o algo así; mientras, detrás del horizonte y con mayor frecuencia con el paso de las horas, crecía el tam tam de los bombos llamando a presentar batalla. Juro que los escuché. Se lo juro a quien sea.

Es más, estoy convencido de no ser el único. Hasta siento que fue ese llamado el que impulsó a muchos a salir a contestar.

Fue en ese mismo instante donde supe que esto sería suficiente excusa para escribir sobre esta genialidad. Hasta diría que alcanza y sobra.