Raúl Gustavo Aguirre, generosidad y devoción, por Rodolfo Alonso

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Raúl Gustavo Aguirre, generosidad y devoción, por Rodolfo Alonso

16 Septiembre 2018

Foto: Poesía Buenos Aires 1954. De izquierda a derecha: Jorge Souza, Rodolfo Alonso, Néstor Bondoni, Francisco “paco” Urondo, Osmar Bondoni, Edgar Bayley y Raúl Gustavo Aguirre.

 

Por Rodolfo Alonso

Resulta injusto, pero también ineludible. Al hablar de Raúl Gustavo Aguirre, cuya vida, como siempre temió, resultó tan corta como la de su padre (porteño nacido el 2 de enero de 1927, vino a morir en su casa de Olivos, un 18 del mismo mes de 1983), se hace prácticamente imposible olvidar que él fue el creador y director, el numen y el factótum de la legendaria revista de vanguardia poesía buenos aires 1. Cuyos 30 números, aparecidos sólo porque él lo hizo posible entre 1950 y 1960 constituyeron siempre, según lo dejó escrito, “una continua obsesión”, un compromiso libremente asumido consigo mismo, y cumplido hasta el final.

Poeta, traductor, ensayista, crítico, antólogo, docente, bibliotecario, pero sobre todo una de las personalidades más generosas y desinteresadas que haya conocido, se prodigó en los otros y en la continuidad de la poesía, que era su vida misma, ambas siempre ligadas a exigencias estéticas y éticas, por no decir morales. Y lo hizo de tal modo que, habiendo dado a conocer tantos nombres nacionales y extranjeros, dejó la mayor parte de su obra inédita, o publicada en ediciones casi artesanales, sin mucha circulación que no fuera entre amigos.

Yo mismo soy una prueba de su inmensa generosidad y consideración. Invitado en respuesta a una tímida carta espontánea, la noche antes de cumplir los 17 años (lo recuerdo porque me dedicó un libro suyo, fechándolo) me acerqué a una de las reuniones de poesía buenos aires, en el viejo “Palacio do Café” de Corrientes al 700, justo al lado de su hogar materno.

A partir de entonces, y a lo largo de toda su vida, Aguirre me abrió las puertas de su mundo como lo hacía siempre, de buena fe y con la máxima entrega. Puede ser que hubiera algo que ya había comenzado a germinar en mí, pero sin duda no sería quien soy ni hubiera hecho lo que haya hecho sin su ejemplo y su apoyo, tan íntegro y hondo, que no se hacía notar, que fluía de él naturalmente, discreto y reservado pero firme y decidido en sus afectos y sus convicciones.

Casi niño prodigio, y siguiendo la preceptiva tradicional, en 1944 había recibido el Premio Iniciación del Consejo Nacional de Cultura, que editó su primer libro, y no mucho después era invitado a escribir en la influyente revista Sur. Colaboración que él había de cesar, voluntariamente, en cuanto tomó contacto con las primeras experiencias de vanguardia (el invencionismo de Edgar Bayley y el arte concreto de Tomás Maldonado y Alfredo Hlito), con las cuales se sentiría profundamente identificado.

A través de la revista Contemporánea, dirigida por Juan Jacobo Bajarlía, tomó contacto con otros jóvenes poetas y artistas que se habían descubierto en caminos similares y, a partir de entonces, esa sería su ruta y su destino.

De allí surgió, probablemente, su gesto de crear poesía buenos aires. Que fue, para resumir bárbaramente, en concreto una modesta revista argentina de vanguardia, con su título y sus poemas escritos en minúsculas y sin signo alguno de puntuación (cosas por entonces escandalosas), de carácter absolutamente independiente y prácticamente artesanal, con treinta números publicados entre 1950 y 1960, en tiradas que oscilaban alrededor de los quinientos ejemplares, que sólo fue posible merced a la desmedida generosidad y devoción de Raúl Gustavo Aguirre, que le imprimió el carácter de no incluir sólo poesía sino también traducción y ensayo.

Aunque, de hecho, y por razones que no sólo hoy me resultan casi imposibles de explicar, esa modesta aventura editorial, porque también incluyó libros, constituye un mojón en la historia de la literatura argentina, ya que a partir de ella se modificó probablemente de raíz la teoría y la práctica de la poesía en nuestro país e incluso más allá,

Es verdad también, como ya dije, que ello no hubiera sido posible sin la capacidad de armonía y concreción de Raúl Gustavo Aguirre, quien, como bien dijo Jorge Enrique Móbili, “llevaba nuestros sueños a la imprenta”. Si la impronta de Bayley era exigente y burlona pero arisca y distante, y a veces hasta espectacular en sus apariciones tan inusitadas como resonantes, la presencia (y la generosidad inagotable, íntima) de Aguirre fueron una cálida constante. Él había asumido como dije lo que llamó “una continua obsesión”, consistente en la apuesta realizada consigo mismo de cubrir treinta números en diez años. Muchas veces aceptó aparecer codirigiendo lo que sólo a él debía su existencia y cuidó a los otros descuidándose a sí mismo; muchos de los primeros textos de Bayley se publicaron por su iniciativa, no pocas veces incluso entre rezongos del autor. Y bien sé yo la extrema generosidad con que me abrió las puertas desde mis primeros pasos. Y quizá porque el gesto resulta aún absolutamente inhabitual en estos dominios, fue también levadura y fermento que nos contagió su límpida devoción por la mejor poesía.

 

 

Ésa fue otra viva tradición de poesía buenos aires: no sólo encarar la creación junto con la reflexión y la versión (que fue desde siempre el significativo rótulo con que se aludió a las traducciones) sino, también, dejar libremente al azar o a la conciencia o capacidad de cada uno el libre encuentro entre poema y lector, entre poeta del poema y poeta de la lectura. Sé que los tiempos han cambiado, ya lo hicieron antes y volverán a hacerlo, si es que no desolamos el planeta para siempre, pero lo que está vivo en esas palabras y esas páginas no se ofreció nunca ni siento que aún hoy pueda ofrecerse de ninguna otra manera que libremente. Sin concesiones. Sin trucos.

Fraternidad y exigencia. Es lo que intuí me prometió, sin decirlo, cuando los conocí, casi por milagro, como dije la noche antes de cumplir diecisiete. Me lo ratificó después, cuando fue sostenido hasta las últimas consecuencias (y de algún modo acaso aún lo sigue siendo) lo que el entrañable y más que generoso Raúl Gustavo Aguirre, dejó límpidamente escrito: “poesía buenos aires tendrá a bien no devenir institución.” Es decir, no dogmatizarse, no oficializarse, no congelarse, no triunfar, mantenerse abierta y disponible, seguir siendo un desafío que encubre una amistad. Y cumplió.

Hasta el último momento de su vida Aguirre permaneció fiel a sus primeras convicciones: nunca fue editado en forma comercial, nunca se presentó a concursos, sólo muy tarde aceptó colaborar en unos pocos suplementos culturales. Y al cerrar el número 25 (otoño de 1957) de su revista, a modo de balance reitera su propio derrotero: “Ninguna fórmula, ninguna receta, en conclusión, queda de todos estos años. Una vez más hay que decirlo: no sabemos qué es la poesía y, mucho menos, cómo se hace un poema.”

 

Siento que me he quedado corto. Es más, siento que todos nos hemos quedado cortos y que es mucho lo que debemos todavía a la querida memoria de Raúl Gustavo Aguirre. Hace falta editarlo, publicarlo, darlo a conocer, porque es una deuda de honor que tenemos con él. Y con nosotros mismos. No sólo yo, que la tengo desde siempre, sino en realidad toda la cultura argentina. Es mucha su obra inédita. Es poca su obra editada. Poca y poco accesible, si es que no dispersa. Y nos quedan por dar a conocer sus poemas, sus aforismos, sus ensayos, sus versiones de los más grandes poetas, sus críticas, su correspondencia, sus inéditos. Es muy grande la deuda de honor que en nuestro país y en nuestra lengua tenemos con él. Muy modestamente por mi parte, empecé a pagar una parte reeditando sus excelentes (y hasta diría primeras) traducciones de Emily Dickinson 2 en la colección La Gran Poesía, que me invitó a dirigir la ejemplar Eduvim (Editorial Universitaria Villa María). Porque como decía su querido, admirado, amado René Char, a quien dió a conocer de los primeros y a quien pudo por suerte conocer: “En mi país, se dan las gracias”.

Para cerrar dignamente estas líneas, quiero recordar estas palabras de mi querido Juan José Saer en uno de sus últimos libros publicados en vida: Trabajos 3: “En los años cincuenta, había varias revistas literarias que circulaban bastante, pero dos sobresalían entre todas ellas por razones diferentes, y hasta podría decirse antagónicas: Contorno y poesía buenos aires. La primera, dirigida por David Viñas, practicaba una revisión crítica de la literatura argentina, con un enfoque fuertemente político y sociológico, pero con un innegable rigor académico. Dos de sus colaboradores se cuentan todavía entre mis mejores amigos –Adolfo Prieto y Noé Jitrik-, pero mis preferencias literarias iban hacia la vereda de enfrente. poesía buenos aires, aparte de haber contribuido más que ninguna otra publicación a la difusión de las principales corrientes poéticas del siglo XX, reveló sobre todo una nueva generación de poetas argentinos y una nueva manera de concebir el trabajo poético. Edgar Bayley, Mario Trejo, Francisco Madariaga, Leónidas Lamborghini, Hugo Gola, Francisco Urondo, Rodolfo Alonso, colaboraban con frecuencia en la revista, que publicó también, en algunos casos, los primeros libros de algunos de ellos. Raúl Gustavo Aguirre, su director, es probablemente el poeta argentino más intensamente implicado en la difusión y en la reflexión sobre los nuevos caminos de la poesía mundial en la segunda mitad del siglo XX”.

1 “poesía buenos aires (1950-1960)”. Reedición facsimilar completa en dos tomos. Prólogo y notas de Rodolfo Alonso. Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2014.

2La asesina rubia”, antología de Emily Dickinson. Selección, versión y nota de Raúl Gustavo Aguirre, prólogo de Rodolfo Alonso. Eduvim, col. La Gran Poesía, Córdoba, 2016.

3Libros argentinos”, de Juan José Saer. En su libro: Trabajos (Seix Barral, Buenos Aires, 2005, pgs. 189-196).