Mundar, mudar, conversar, sobre todo con Mara

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Mundar, mudar, conversar, sobre todo con Mara

28 Julio 2019

Por Norman Petrich

Cuando se habla de la obra gruesa de la poesía de Juan Gelman, suele ubicársela entre Cólera Buey (quizás su mejor libro) y los que van hasta Dibaxu, quedando agregado alguno suelto, posterior. Pero suele no tenerse en cuenta Mundar, libro que apareció editado por Seix Barral a fines de 2007 y que es de altísima calidad,  poco tiene para envidiar a esos otros que suelen ser más citados y recomendados.

No se desdobla, el poeta, en este libro. No pide a sus otros yo que lo llenan, salir a copar la parada como tan bien suelen hacerlo. Es simplemente Juan, con sus pájaros, perros y caballos desafiando con ternura en las horas de las sombras.

Y uno entiende que este libro es un constante iniciar conversaciones. Las tiene con Jorge Boccanera, con Monsivais, con Rodolfo Alonso, con María Negroni, con Marcos Antonio Campos pero también con su pasado, en Las páginas del dolor esquivado en las mejillas del ausente.

Resultado de imagen para JUAN GELMAN MUNDARPasa la madre (en las migas de tu esplendor, mamá, recibí el recital de pogroms y de sangre que dio rostro a mi rostro), la que cocinaba distancias en las ollas del día y todavía  me hablás en la grieta del tiempo. Pasa el padre (¿cómo fue, cómo es todavía?), vuelven los compañeros ausentes (Los compañeros en la dilación crean charcos con los ojos nomás), que nunca se fueron (el tiempo que se quedó en un tiempo, pensando en su volver. El compañero lava crepitaciones verdes en la mano que lava y su ya no está disuelve bestias del odio, canta bajito y tanto en un rincón) y acompañan como bandera (Caliente está el envés de lo luchado) y entre ellos Paco (apareció tu rostro en una conversación… Habrás hablado mucho con tu muerte, dos peces en el mar… … ¿Qué hay por allí?... ... ¿Hay perros, hay olvido ya? Los veranos cuidaron tu congoja. Nos vemos) pero de qué se lo puede acusar cuando, como dice el poeta callejero juan kammammuri, “si supiera a quien llamar muerto y a quién ubicar en el vivir” sabiendo que hay almas secas por la ausencia de alma… …muertos caminan por la calle/ fabrican despiertes en la madrugada/ tienen el cuello reclinado sobre las maldades flamantes y tiene bien claro que Hay miserables que olvidan lo que viajaron de sí al otro. Sus babas no apagan el tiempo con charletas que dicen amén.

Para alguien que valora lo escrito a tal punto de llegar a decir estas palabras son más verdaderas que yo. Son materia y no tiempo, su bastardeo es algo que entristece: El otoño se decolora, triste, cuando poetas hábiles en la abyección, pisan la poesía, su fuego, por un puestito… no se queman en el pulso de su voz única y nada alcanzan a nombrar.

Porque es desapacible esta relación con la escritura, con esa que parece otra, vista desde tan lejos (¿quién escribió eso? Yo no. Yo voy a la tienda a comprar pan y tomo ocho medicamentos por día para que la muerte me espere más tarde.), se parece a la certeza de que Eso que oigo y no entiendo lo digo yo.

Por supuesto que en este libro hay cosas que se van definiendo: Sacar el pecho enfermo del pecho es dar un viento nocturno que se posa en las ramas de lo que no va a ser y allí cómo no preguntarse ¿cuándo los recados del mundo no serán yo? Quietísimas las aves del consuelo, aquí no vuelan. En su sombra alguna vez viví. El disfraz de árbol del árbol no está libre de las molestias del pasado.

Hay conversaciones que tienen sus inicios en libros anteriores pero que en éste cobran otro sentido. Como las que entabla con Marcelo (cambió el hijo su rostro. Ahora tiene una larga vida en el pesado vuelo de mí hacia él, donde palabras y pensamientos caen en el hilo más corto) en ese momento en que la tarde se va de lo que quiso a lo que pudo para llegar a ser Eso, no saber nada, ser nada en el océano de las manos perdidas.

Cuenta Osvaldo Bayer que una vez le dijo a uno de sus hijos: “Admiro a tu padre que fue capaz de salvar a todos sus hijos”. Parece imposible tratar de sopesar el peso exacto de esa piedra. Sin embargo es el mismo Gelman quien, entrevistado por la aparición de su libro Hoy, dice: “Mire, le voy a contar algo que está en el origen del libro. Entre los culpables del asesinato de mi hijo había un general que fue condenado a prisión perpetua. Cuando dictaron la sentencia algunos jóvenes que ni siquiera habían vivido la dictadura saltaban de alegría. Pero yo no sentí nada. Ni odio, ni alegría ni nada. Y me pregunté por qué y eso me llevó a escribir, para explicarme qué había pasado, aunque, como todos los libros, empezó de una manera y siguió por otra. Quité los textos iniciales, porque eran testimoniales y eso es periodismo. Pero surgió el tono poético necesario para escribir un resumen de lo que sé, o creo que sé, de los 35 años que pasaron desde la muerte de mi hijo”.

Será por eso que en Mundar dice Te adelantaste mucho, furia, con tu collar de hielo. Espérame, voy a entrar en tu casa y llegar a creer que El dolor da poco de comer y siempre da lo mismo.

Pero hay una conversación que en este libro se intensifica y es con Mara, su compañera. Se vidrian los ojos al seguir las migajas de pan que va dejando para que veamos en ella el faro que le permite no perderse en ese dolor que tan poco da: Las cosas no dichas y el estar cotidiano, el pasado alojado debajo de esa cotidianeidad: Crujen las cartas que nunca te escribí. Matan al perro en mi memoria siempre… Respirás a mi lado. En los agujeros que toca vivir hay la marea del tiempo, lleva dolores  su basura inútil. El sudor del pasado golpea su páramo roto, la vida continua, los pensamientos con plomo debajo

Hay pedidos ante lo que se avecina (Soltá tu espanto, derribá la malas cifras de la bruma) pero también la pericia del vuelo (La extranjera no sabe que mi sangre es su casa, que todo pájaro suyo sólo ahí puede cantar… El pájaro encendido cuida las huellas de la pérdida como joyas que fueron sin remedio. Canta allí, loco de luz, no renuncia a sus monstruos) aunque las horas no traigan la completud o si (Qué vuelo tuvo el tiempo que nos pasamos el uno al otro/ tan difícil de agarrar por completo. Estamos en lo que nos faltamos) pero abre una puerta que da al júbilo, (Cuando todo el miembro del cuerpo son vos, puerta nocturna que abre ciega a la dicha, el tamaño del tiempo es una luna que alumbra lo que fuimos) al sentirse pagado (El manantial de vos cae como vino en la copa y el mundo calla sus desastres. Gracias, mundo, por no ser más que mundo y no otra cosa) y al tener la certeza de que ella sabe: esa espiral que va de vos en vos y entiende el silabario de la pérdida en el revés del ser… siempre nueva entre animales del dolor/ entreabrís las palabras para ver qué callaron.

Como dije, esta conversación no empezó en este libro, sólo se intensificó y continuará en de atrásalante en su porfía y el emperrado corazón amora, donde el amor de ser amado nunca abandona su juventud.

Porque si lo que no es crece tanto como lo que no es, ¿Quién dijo que en el olvido nada puede crecer? Brotan ahí las desesperaciones de un mundo murmurado.

 Allí, el dentrofuera es un temblor tardío y está ahí: en una lejanía que mece con palabras que vencieron el fuego.

Muchos sentimos que en este libro, Juan Gelman, se estaba despidiendo.

Mundar puede ser también mudar, después de todo, Los pájaros cambian de vida y preguntan lo mismo siempre.

Es una piedra que repite su piedra.

Pero, sépanlo, PICA LA PIEDRA DEL ADIÓS PORQUE NO ES CIERTO