“El nervio óptico”, de María Gainza

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“El nervio óptico”, de María Gainza

28 Septiembre 2019

Foto: diseño de Juan Manuel Loza

Por Analía Ávila

 

Lo grandioso acaba por cansar

(Cézanne)

 

El nervio óptico es la primera novela de María Gainza, crítica de arte y escritora argentina, publicada por editorial Anagrama en 2017. Tanto el título del libro como su tapa, que muestra un detalle salvaje e inquietante de la ilustración “Caza del ciervo” del pintor francés Alfred De Dreux, y así también el epígrafe de Joseph Brodsky, “los aspectos visuales de la vida siempre han tenido para mí más peso que el contenido”, nos acercan a la idea de que se trata de un libro sobre la mirada y el arte.

La escritora Mariana Enriquez nos adelanta en la contratapa: “Entre la autoficción  y las microhistorias de artistas, entre citas literarias y la crónica íntima de una familia, su pasado y sus desdichas, es un libro insólito, hermoso, en ocasiones delicado y a veces brutal”.

Quien se aproxime al libro entonces se preguntará, ¿es necesario saber de arte para poder profundizar en el texto? Me atrevo a decirle que no, y que al abrir el libro se disponga para disfrutar de una lista de once canciones. Los textos de Gainza provocan lo mismo que las digresiones y variaciones musicales. No podemos encasillarlos bajo ningún género literario porque toman un poco de cada uno, con distintos ritmos. Así como es complicado tararear una melodía de jazz, sería difícil contar el argumento de la obra de manera lineal. Desde lo estructural se trata de once ensayos o cuentos, o bien pueden ser también capítulos que se leen como si fuera una novela fragmentada. El género es discutible, incluso la crónica también está presente. 

La narradora nos da pistas acerca de la concepción que tiene sobre la escritura y también sobre el arte. Así podemos ver su poética, plasmada en la original composición de este libro, cuando describe un cuadro del pintor Rothko: “La línea había desparecido, los colores se habían disparado: rosas, duraznos, lavandas, blancos, amarillos, azafranes con la evanescencia del aliento sobre un vidrio. Su pupila se había dilatado”. Y también en sus preguntas acerca del arte: “¿Acaso una buen obra no transforma la pregunta `qué está pasando’ en ‘qué me está pasando?’ ¿No es toda teoría también una autobiografía?”.

Gainza intercala fragmentos de un diario íntimo con rasgos autobiográficos, escenas de su adolescencia y vida familiar en Buenos Aires, y anécdotas de su trabajo como guía de arte en los museos, que funcionan como disparadores para narrar las vidas y obsesiones de pintores que la marcaron. Por las páginas de El nervio óptico desfilan entre otros Alfred de Dreux, Cándido López, el Greco, Toulouse-Lautrec, Fujita, Rousseau, Courbet. Así también la escritora va y viene en el tiempo narrativo, entre los flashbacks hacia su propio pasado y también hacia los escenarios europeos que transitaron la mayoría de estos artistas.

En el texto abundan las menciones de libros y citas literarias; Gainza reflexiona sobre esto cuando narra el problema de salud que atravesó, que la llevó a leer vorazmente: “En la enfermedad nos volvemos librescos, yo antes no citaba tanto pero estos últimos meses he leído como una condenada, sí, condenada, esa es la palabra. Me he dado cuenta, también, de que el buen citador evita también tener que pensar por sí mismo”. Entre muchas otras leemos citas de escritoras como Marguerite Duras, Marina Tsvietáieva y Sylvia Plath que tienen en común el haberle dedicado muchas líneas al mar.

El tema del doble se manifiesta en las miradas hacia las obras de arte, los juegos de espejos, los parecidos y las apariencias. La escritora relata en “El buen retiro” que de chica sufría de diplopía, una afección en la vista que la hacía ver doble. También lo vemos en el relato “En las gateras” donde la protagonista se relaciona con una madre e hija japonesas: “Amalia empieza a pensar que madre e hija son una misma persona desdoblada. Su parecido es asombroso”. En “Las artes de la respiración”, se presenta con la doble vida del tío Marion, que llevaba una vida para sus padres en Buenos Aires y otra en el extranjero. En “Ser rapper”, la narradora se asombra al verse parecida a la retratada en un cuadro de Augusto Schiavoni: “Estaba convencida de que la chica del cuadro era igualita a mí. Así era yo a los once años”. Y tal vez el más significativo sea el pasaje dedicado a su nombre, María, en “Refucilos sobre el agua”: “Nos llamábamos igual, mi prima y yo. Recién ahora me doy cuenta de que nuestro nombre contiene al mar como un llamado, una premonición.”    

El gesto de Gainza fue que su tono no sea elevado ni solemne, el humor se presenta en los pasajes autorreferenciales, en sus apreciaciones sobre la rigidez de la academia o en sus ironías hacia “los pitucones”, en una crítica social hacia ciertos comportamientos de las familias de clase alta, de donde ella también proviene. Así la escritora dispara: “El único público que disfruto en los museos son los chicos de la escuela primaria (…) Mal administrada, la historia del arte puede ser letal como la estricnina”.    

 

Biografía:

María Gainza nació en Buenos Aires en 1975. Trabajó en la corresponsalía de The New York Times en Buenos Aires, durante más de 10 años colaboró en la revista Artforum y en el suplemento Radar del diario Página/12. Dictó cursos para artistas y talleres de crítica de arte, y fue coeditora de la colección de arte argentino “Los Sentidos” de Adriana Hidalgo Editora. En 2011 publicó Textos elegidos, una selección de sus ensayos sobre arte argentino. El nervio óptico (2017) fue su primera novela que ya se tradujo a diez idiomas. Este año publicó La luz negra también en editorial Anagrama